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Entrevista

"El futuro de la aristocracia es la extinción"

“Mi madre, asturiana, consideraba que mi hermano podía haberse casado mejor que con Esperanza Aguirre”, dice Iñigo Ramírez de Haro, marqués de Cazaza en África

Íñigo Ramírez de Haro.

Iñigo Ramírez de Haro (Zarauz, Guipúzcoa; 1954) es marqués de Cazaza en África, diplomático, escritor y dramaturgo, ingeniero aeronáutico y filólogo, vive en París y trabaja en la Unesco. Dice que le pesa el sambenito que le ha caído, el de ser el cuñado de la ex ministra y expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre. También le pesan las desavenencias con su hermano, Fernando, con el que anda en litigios a cuenta de una herencia y un cuadro de Goya. En “La mala sangre” (Ediciones B), su último libro, les ha reservado un capítulo de la historia familiar, solo uno y no el más importante, aclara.

-¿”La mala sangre” es una provocación o un ajuste de cuentas?

-La provocación es tener un hermano ladrón, un Grande de España, un señor ejemplar, con el que tenía una relación extraordinaria y del que descubro que es un ladrón y que me ha estado engañado. No es un ajuste de cuentas, lo empecé hace cinco años. Uno hace una introspección en su vida, en su familia, en su clase social. Mi familia tiene 500 años, desde Francisco Ramírez, el Artillero, hasta el actual Conde de Bornos. Mi hermano Fernando y su mujer son una parte menor del libro, que no tiene nada que ver con el juicio. Esa historia es el reclamo para los medios de comunicación, pero no ocurre hasta hace tres años. Hasta entonces mi hermano y yo éramos inseparables y nos jactábamos de que íbamos a ser la única familia que no iba a tener problemas con la herencia, como habían tenido nuestros primos de Medina Sidonia, de Medinaceli, la Casa de Alba. Cuando muere mi madre y se cumple el plazo para repartir lo que corresponde a cada hermano empieza esa pesadilla en la que me ha metido Fernando. La pérdida es económica, pero está también el valor sentimental, la pérdida de un hermano.

-No es la protagonista del libro, pero Esperanza Aguirre es la que más ha dado que hablar entre los personajes que aparecen en él.

-“La mala sangre” contiene ocho grandes historias de personajes de la familia a lo largo de cinco siglos, es una novela a partir de hechos y personajes reales. Como Navokov decía solo la ficción cuenta la verdad. Ahí está la verdad de mi vida, de mi familia, de la aristocracia y de la historia de España. Francisco Ramírez, el primer señor de Bornos, era un converso, un judío, nació con una mancha. La Inquisición era despiadada con los conversos y a partir de la Contrarreforma todas esas casas tenía que lavar su reputación. Esperanza Aguirre es un personaje secundario y siempre dependiente de mi hermano, su marido. Cuento lo que nadie sabía, la historia más íntima de su llegada a la familia. Mi madre, la asturiana, consideraba que mi hermano mayor podía haberse casado mejor. La aristocracia se regía por la sangre, no por los valores burgueses o la meritocracia, naces y ya eres, no tienes que construirte. Bernard Shaw decía que la vida no es sobre encontrarse sino sobre crearse a sí mismo. En la aristocracia todo viene dado. Siendo tres veces grandes de España con seis títulos nobiliarios, aspiraban a casarlo con una duquesa. La belleza, el dinero, la inteligencia son secundarios para los aristócratas.

El aristócrata Ramírez de Haro "rompe el silencio" sobre su vida y su familia. Miguel Osés

-¿No la hace responsable de la ruptura con su hermano?

-La responsabilidad es de mi hermano, y toda la historia del cuadro es entre los hermanos. No es dueño del cuadro cuando lo vende y hace esa falsa donación para venderlo. Mi hermano se supone que entró en una depresión profunda y estaba fuera de juego, eso es cierto, y que no se podría haber hecho la venta sin Esperanza Aguirre, y que no se podría haber hecho si ella no hubiera sido la Presidenta de la Comunidad de Madrid. ¿Ella, que había sido Ministra de Cultura, no sabía nada de la obligación de declarar el cuadro?

-¿La relación con su hermano es irrecuperable?

- Cuando muere mi madre, mis hermanos y yo ni siquiera le pedimos el valor económico íntegro, solo que se desprenda de algo, de unas tierras, para compensarnos, y se niega. Durante año y medio le escribo, advirtiéndole que no lo voy a aceptar y empieza con las prácticas mafiosas, con el silencio, la omertá. Al año y medio le avise de que iba a recurrir a los medios que provee la ley. Mi hermano jamás se ha puesto en contacto conmigo, yo sigo abierto a hablar. Pero ponemos la denuncia, pasa un año y en octubre de 2021 el juzgado de instrucción sobresee el caso y empezamos a sospechar que no ha considerado las pruebas que tenemos, que tal vez haya una influencia del poder ejecutivo en el judicial. Eso significaría que en la Comunidad de Madrid no hay democracia. Desde Montesquieu la democracia está basada en la separación de poderes. El silencio no va a arreglar nada y Esperanza, desde que la nombraron Ministro, es el sambenito que me ha caído: continuamente hablan de mí como el cuñado de Esperanza Aguirre.

-¿Algún familiar que salga mejor parado en “La mala sangre”?

-El primer conde de Bornos, El Artillero, tiene una historia fascinante. La aristocracia actualmente no es más que memoria histórica. Hay que distinguirla de la nobleza, que solo son los herederos. La aristocracia son los excelentes, los que de la nada pasan a ser extraordinarios. El Artillero, participó en la última batalla de la guerra de Granada y destruyó las dos torres de Málaga. Mi crítica es contra la nobleza, que se convierte en una clase social dominante, con sus mitos y creencias, y que las demás querían imitar. Felipe González es el primer presidente que no acepta un título nobiliario, y luego los que vinieron detrás. En general, los nobles son gentes que no hacen nada y que ya son. Fácilmente se convierten en unos parásitos, que se limitan a estar en la vida sin ninguna aportación a la humanidad.

-Ha hablado antes de la omertá, ¿la aristocracia funciona como una mafia?

-El funcionamiento es el mismo, pero sin el componente delictivo. Es un mundo cerrado, una secta. No hay ni siquiera que hablar, la persona es de los nuestros o no lo es, los trapos sucios se lavan en casa o no se lavan en absoluto. Yo lo que hago es hablar. Es fundamental, esa sensación de secta oscura, a veces corrupta, se combate sacándolo a la luz. En “La mala sangre” se va a reconocer mucha gente porque son historias de familia y de herencias. En ese sentido es muy universal. Hay un proverbio búlgaro que dice que nunca conoces del todo a alguien hasta que no compartes con él una herencia. La historia de mi familia es una tragicomedia, con personajes como la condesa de Bornos que a finales del XIX entabló amistad con la monja de las llagas, sor Patrocinio, la monja que levitaba.

-Usted habla abiertamente del abuso al que fue sometido siendo niño por un jesuita.

-Una violación de un cura es un doble abuso, físico y mental, que se comete tras el lavado de cerebro y el adoctrinamiento. En 2004 mi obra de teatro “Me cago en Dios” ya estaba escrita, es anterior a que empezaran a salir denuncias en otros países, y a mí me pusieron 3.000 denuncias y una querella, sospecho que para no entrar en el tema de los abusos. Lo que estaba pasando lo sabíamos todos desde hacía muchísimo tiempo, es otra historia de omertá, empieza a salir en determinados países y en España se mantiene la omertá. España es la sociedad de la inquisición, la última, y son eso se consigue una sociedad muy obediente. Bienvenido sea lo que está ocurriendo, es una monstruosidad, pero no son solo unos señores descastados y degenerados, el problema es la doctrina en sí. Si reprimes el sexo y vas contra la naturaleza, inevitablemente seguirán los abusos. Hay que atajar el problema de raíz, sin impedir que una persona tenga sexo y entendiendo que no es algo negativo.

-Su familia es medio asturiana.

-Mi relación con Asturias es enorme, desde niños, en particular con Pravia, donde la familia tenía el palacete en el centro del pueblo. Mi abuelo, Juan Valdés, el asturiano, tiene una historia fascinante. Su abuelo Félix Valdés fue un emprendedor asturiano que llegó a Madrid y le alquiló a Isabel II unas tierras, donde desarrolló un plan de regadío y desarrollo agrícola con resultados espectaculares. A Isabel II le gustó tanto que se lo queda y no se lo arrendó más. El abuelo lo vende todo y se traslada a París. Se lía con la hija del ama de llaves, y nace Pepito, que es el bisabuelo de mi madre, el hijo de una criada por mucho marqués que fuera, así que le casan con una muy fea, muy fea, muy fea, la hija mayor de la casa de Revillagigedo. Se casan en el palacio de Madrid y la gente gritaba por la calle, cuando pasaban: “¡Que guapo es el novio!”. La nieta de Pepito es mi madre, y venía constantemente a la casa de Pravia, cuando mueren mis abuelos y heredar la casa. Yo he vivido mucho en Pravia. Soy diplomático y he vivido mucho fuera de España. Creo que soy de los que más propaganda he hecho de ese secreto escondido que es Asturias, más bonito, agreste y verde que Galicia o el País Vasco, con un mar fascinante. Tengo que ir muy pronto a Asturias, es siempre un placer, tengo ahí una sensación de libertad. Cuando estoy con mis amigos locales veo mucha depresión y no entiendo cómo en un sitio tan espectacular, en ese paraíso terrenal, se puede tener depresión. Son las contradicciones de la vida.

-¿Qué futuro le espera a la aristocracia?

-El futuro de la aristocracia es la extinción. Tal vez algún Gobierno le de alguna subvención para mantenerla como reliquia y salvar la memoria histórica. Ni los mismos nobles conocen su historia, yo les animo a contar las grandezas y las miserias de su linaje. George de Santayana decía que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Hay que desarrollar la memoria histórica de la Guerra Civil pero también la de antes, es fundamental y la gente más joven no sabe nada. En una situación de crispación como la actual es fundamental no caer en lo de las dos Españas, saber que la confrontación política debe ser racional y no de amigo a enemigo. Conocer la historia de España es conocer la historia de la aristocracia. Otra cosa es la intrahistoria que llamaba Unamuno. Galdós y “La Regenta” son las dos grandes construcciones literarias del XIX en España. Es fascinante, fascinante, me leí “Gloria” de Galdós hace poco y me di cuenta de que aquella España no se parece nada a la sociedad española actual. Juan Valdés, mi abuelo, decía que él había pasado del burro al jet, pues ahora ya no digamos. 

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