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Testimonio

La vida en los pisos ilegales: “Me han humillado, robado y han abusado de mí”

Beatriz Monte relata su experiencia sin hogar y sin opciones de alquilar una vivienda digna "por la cantidad de condiciones que te ponen" | El incremento de personas en “infraviviendas”, al alza

La gijonesa Beatriz Monte, en Pénjamo, Langreo.

Es casi imposible escoger uno de los pedazos de su vida rota para empezar a contarla. “Mejor pregunta, yo contesto”, afirma la gijonesa Beatriz Monte.

–¿Cuándo empezaron sus problemas para encontrar una vivienda digna?

–Uff, es que ni me acuerdo. Llevo veinticuatro años que no me salió nada bien, ni de vivienda ni de nada.

Habrá que empezar, entonces, por presentarla. Se lleva Beatriz Monte y es una “sin hogar” con techo. Una mujer que ha conocido la infravivienda, el miedo, los pisos “ilegales” compartidos y la desesperanza. La Fundación Mar de Niebla, que dirige Héctor Colunga –también presidente de la Red Europea de lucha contra la pobreza y exclusión social en Asturias–, alerta de esta nueva realidad, cada vez más repetida: personas que no duermen a la intemperie, pero que viven en entornos que no reúnen las condiciones mínimas para garantizar su dignidad (conocidos como “chupanos”).

Maldita suerte desde la cuna. “Me adoptaron cuando era pequeña, pero nunca fui feliz con esa familia”, explica Beatriz Monte. Avisó de que se iría cuando cumpliera la mayoría de edad, la respuesta fue rotunda: “Me dijeron que no me podía ir si antes no me casaba, que las mujeres no andaban solas por ahí. Eran muy estrictos conmigo”. Se casó con un hombre que, matiza Monte, nunca la trató mal. “Pero yo no estaba enamorada, busqué una salida que me parecía fácil”. El matrimonio duró dos años, a los veinte Beatriz estaba sola y sin hogar. “Desde entonces, todo ha ido a peor. De casa en casa, o de problema en problema. Porque encontrar casa cuando tienes pocos recursos es casi imposible”.

Lo dice ella y lo confirman los estudios. Como el primer recuento nocturno de personas sin hogar, realizado en 2019. Según este balance, hay 429 personas sin hogar en Gijón. Y no se refiere solo a los que duermen a la intemperie; sino también a los alojados en recursos residenciales para personas sin hogar y a los que duermen en “chupanos” (naves industriales, edificios abandonados y casas en mal estado, entre otros).

“Si vieras lo que te encuentras en algunos pisos compartidos –en referencia a los pisos que se alquilan irregularmente, no al mercado tradicional– alucinarías”, apunta Beatriz Monte. Tiene la mirada triste. “He pasado por situaciones de todo tipo. Humillaciones, robos, abusos. A veces compras comida y te desaparece, o aparece al día siguiente hecha una porquería”. Durante el confinamiento domiciliario por la crisis del covid-19, llegó a denunciar a su antiguo arrendador por “retenerla” en contra de su voluntad durante varios días. “Estuve encerrada en la habitación. Tengo un juicio pendiente por un caso parecido”.

El año del covid-19 fue muy duro. El proyecto “Eslabón” de Mar de Niebla, dirigido a personas sin hogar en el municipio de Gijón, tuvo contacto con 275 personas: 211 hombres y 64 mujeres. “Cuando hablamos de personas sin hogar no hablamos solo de las personas que viven en la calle. Hablamos también de todas las que no pueden acceder a una vivienda digna”, explican Irma Benito y Andrea Vega, responsables del proyecto “Eslabón”.

El 63 por ciento de las personas con las que tuvieron contacto procedían de España. La tasa de personas inmigrantes extracomunitarias fue un 9 por ciento. Del total, 97 pernoctaban en la calle, cincuenta en “chupanos” y 26 en recursos temporales (como albergues). Había sesenta personas (21%) en habitaciones de alquiler.

Montones de basura, ropa tirada por el suelo, suciedad. Afirma Beatriz Monte que, en la mayoría de los pisos que se alquilan por habitaciones de forma irregular, “la limpieza y la salubridad brilla por su ausencia”. Lo más increíble es el precio: “Pueden llegar hasta los 300 euros en Gijón. Yo me fui a las Cuencas porque eran más baratas, pero aun así superan los 200 euros”.

¿Por qué no acceder al mercado inmobiliario regular? “Por la cantidad de condiciones que te ponen, que no es nada fácil reunirlas. Yo estuve mucho tiempo con el salario social básico, con eso nadie te alquila”. Además de la fianza y el aval: “Yo no tengo a nadie, nadie me avalaría”, señala Beatriz Monte.

Se encoge de hombros. Matiza que ahora está en un piso “que es algo mejor”. Aun así, ni siquiera puede empadronarse: “No quieres tener problemas con nadie, mucho menos con el dueño”. Se despide, se mete las manos en el bolsillo: “Hasta luego, vuelvo a esa casa”. No dice “mi casa”, ni siquiera “casa”. Dice “esa casa”.

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