Oriol Bohigas, compositor e intérprete de esta sinfonía arquitectónica y social llamada Barcelona, de todo menos clásica, ha fallecido este martes a escasos días de celebrar los 96 años de un vida extraordinariamente fértil desde el punto de vista intelectual y en la que ha sido todo cuanto ha querido y siempre, lo que es doblemente meritorio, dejando una profunda huella.

Arquitecto, por supuesto; profesor también de esa disciplina universitaria, que literalmente revolucionó; escritor y también editor, pues resucitó Edicions 62; articulista imperdible, porque era alérgico a la prudencia y a la corrección; político con nulo apego al cargo, ya que como concejal plantó al mismísimo Pasqual Maragall; y, por encima de todo, un hombre que apenas dormía para quizá así poder vivir más. Podría decirse que era un hombre renacentista, pero hay un adjetivo que le define mucho mejor. 

Con Bohigas ha muerto el último ‘noucentista’. Nació en 1925 y, por ello, se le puede considerar hijo de los éxitos de la Mancomunitat de Catalunya. Estudió en las escuelas de la renovación pedagógica, se alimentó en la red de bibliotecas recién fundada por aquella institución, asistió de niño al salto en el tiempo que aquella Generalitat de tapadillo propició en las infraestructuras de Catalunya, e incluso, también fue testigo de la reforestación del país, algo que, como se explicará después, sus problemas le trajo con las autoridades franquistas, precisamente a él, quien para una parte de los barceloneses, años más tarde, sería simplemente Bohigas, el de las plazas duras.

Todo obituario de Bohigas será siempre incompleto a no ser que tenga ya, de entrada, las dimensiones de un voluminoso libro. Habrá quien ahora, comunicada por la familia su muerte, que le ha podido acompañar en casa en su despedida, le resumirá simplemente como el padre de la Barcelona moderna, pero en una ciudad como esta, puede que más que en ninguna otra, la paternidad es, más que bastarda, muy incierta. Es hija del malquerido Ildefons Cerdà, eso, desde luego. También de sus revueltas, o sea, de esa suerte de urbanismo radical e incendiario de las bullangas anticlericales. Lo es, además, de la opulencia que permitieron los no siempre confesables negocios de ultramar de algunas familias de nombre ilustre. El barraquismo, al que Bohigas prestó una especial atención con reflexiones visionarias, también puede y debe reclamar parte de esa paternidad. Bohigas, por lo tanto, más que padre, fue alguien preocupado por que esta ciudad tuviera unos buenos cimientos institucionales y culturales, para que no hiciera , vamos, el ridículo mal vestida, y los logros que consolidó en ese sentido son muchos. Presidió la Fundació Miró y, desde ese cargo, amplió el museo, abrió las entrañas del Raval para que cupiera el Macba y, lo que tal vez es el mejor ejemplo de que le gustaba conducirse por la vida sin frenos, se carteó con Mies van der Rohe para literalmente revivir el extinto Pabellón de Alemania de la Exposición de 1929 sin que pareciera una impostura.

Uno de sus cinco hijos, Josep, relató en una ocasión, en una carta abierta dirigida a su propio padre, una anécdota muy definitoria del personaje. Contó que durante un almuerzo familiar (pollo al curry, tocaba aquel día), el patriarca dijo algo así como que solo hay algo peor que tener hijos. La pausa para respirar entre una frase y otra se les debería hacer eterna. Dijo que era peor no tenerlos. Según Josep, hay que interpretar muy bien qué quiso decir. Nunca fue un padrazo. Lo que le reconfortaba no eran los hijos, sino la familia, igual que cuando presidió el Ateneu le emocionaba la institución, no los socios, y cuando entre 1977 y 1980 fue director de la Escuela de Arquitectura, lo esencial era la excelencia académica de aquel lugar, que logró, y no los alumnos, que no se cortaban al reclamar su dimisión con pintadas en las paredes, lo que correspondía en aquellos tiempos de agitación estudiantil.

Uno de aquellos estudiantes fue, por ejemplo, Juli Capella, que personalmente participó en una protesta consistente en tapiar con ladrillos el despacho del odiado director. “Cuando dejó la Escuela, porque recibió la llamada de Narcís Serra para que se incorporara al Ayuntamiento de Barcelona, dimos un suspiro de alivio, pero en pocos meses empezamos a añorarlo”. Su presencia en este obituario es crucial porque fue Capella quien en el año 2000 comisarió una completísima exposición sobre Bohigas, a quien tanto había detestado imprudentemente y a quien terminó por admirar profundamente. En el catálogo dirigió una mirada muy personal al polímata. Tituló aquel texto ‘Oriol Bohigas: noucentista terrorista’, es decir, subrayaba que el arquitecto era una suerte de Puig i Cadafalch o Domènech i Montaner a las puertas del siglo XXI, o más aún, un Eugeni d’Ors, con el que, por cierto, mantuvo una gran amistad y una fructífera relación epistolar. Pero, atención al detalle, aunque los ‘noucentistes’ eran sobre todo gente de orden, en el cartel de la exposición Capella sustituyó la ‘o’ de Bohigas por la silueta de una bomba Orsini. Qué gran acierto, qué gran definición.

Efectivamente, aunque la lectura apresurada de su biografía no lo revele, Bohigas era un hombre que nunca se sabía cuándo lanzaría una Orsini en mitad del corrillo de la corrección política. Obtuvo la titulación de arquitecto en 1951. Se asoció con Josep Martorell y creó un estudio que primero tenía solo dos letras, MB. Agitó el gremio de la mano de figuras como Moragas, Coderch, Sostres y Pratmarsó con la fundación del autodenominado Grupo R. Ingresó en 1957 en Fomento de las Artes Decorativas (FAD) y desde ahí lanzó la creación de los Premios FAD. A partir de 1959 dirigió una sección dedicada a la arquitectura en la revista 'Serra d’Or', una excepción en el gris franquismo, pues se publicaba en catalán.

En 1962 sumó a David Mackay a su estudio. Pasaron a ser el célebre MBM. En 1963 publica su primer libro, ‘Barcelona entre el Pla Cerdà y el barraquisme’. En 1966 participa en la Caputxinada. No solo es detenido, sino que pierde su plaza de profesor universitario. En 1967 desembarca en Edicions 62. En 1971 se niega a jurar lealtad a los principios del Movimiento, con lo que pierde su condición de catedrático universitario. No será hasta 1977 que recupere su birrete, ya como director de la Escuela de Arquitectura, que remoza académicamente hasta los cimientos. Se va, puede que aliviado con tal de poner fin a su guerra con los estudiantes, en 1980. Le ha llamado Narcís Serra para rescatar urbanísticamente Barcelona. Su primera idea es mandar un mensaje a los ciudadanos. El antiguo matadero municipal renace como inmensa plaza pública, la de Joan Miró.

Oriol Bohigas, en una imagen de juventud que retrata, sobre todo, su sentido del humor.

En 1981 acepta presidir la Fundació Miró, que también pilota a nuevos horizontes. Pasqual Maragall le nombra urbanista plenipotenciario de la ciudad, una etapa brillante, olímpica, por supuesto, en la que su estudio MBM parirá todo un nuevo barrio, la Vila Olímpica, y también una etapa consecuente: se va a vivir a la plaza Reial con su compañera Beth Galí, pues considera que no basta con el impulso político para evitar la metástasis social y urbanística de Ciutat Vella, sino que hay que ser ejemplar. Nunca ha abandonado ese hogar.

Maragall le premia en 1991 con la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, y él se toma tan en serio el reto que presenta un plan de actuación tan radical que el alcalde se ve incapaz de asumir. Dimite en 1994.

Había que estar pendiente de sus artículos de opinión y charlas en público, porque era siempre intelectualmente desinhibido, pero no por 'épater', ya que cuando pasaba la tormenta mediática amanecía la solidez de sus argumentos

Ya se intuye, en ese sucinto resumen de su currículum, su espíritu de verso libre. Cada vez que pilotó una institución, política, cultural, editorial o académica, hubo un antes y un después, pero puestos a destilar la esencia de lo que era Bohigas puede que no haya nada mejor que rememorar cada vez que escribía un artículo en la prensa o era un voz invitada a una charla o tertulia. Raramente defraudaba. Un día elogiaba el Benidorm de los rascacielos como modelo urbanístico, porque en su opinión era la quintaesencia del respeto al medio natural, ya que no depredaba el territorio, y otro día, como en 1986, pronunciaba el discurso inaugural del curso de Eina con el Centro de Arte Reina Sofía como objeto de su análisis y un título escrito a cuchillo: “Más feo que El Escorial”. Era un 'noucentista', pero era, dicho con todos los respetos, un terrorista, lo cual invita, ahora sí, por fin, a contar cómo la defensa de los árboles le llevó al banquillo.

Fue por un artículo que publicó en 'Serra d’Or.' ‘Els arbres de les carreteres’. Él había crecido en un país en el que hileras de hermosotes árboles flanqueaban las carreteras comarcales y se quejaba de esa furiosa fiebre con la que los alcaldes franquistas habían comenzado a talarlos, lo cual era desde su punto de vista un disparate paisajístico, medioambiental y urbanístico, y puede que incluso, o al menos eso se insinuaba, un pelotazo de madera, porque no quedaba claro quién había terminado por vender y sacar tajada de aquel atentado.

Se retiró hace años de la vida profesional. Su cuerpo, antaño un torrente de energía, ya no era el mismo, pero conservaba la lucidez y la curiosidad de siempre. No era extraño verle en su silla de ruedas en actos de la vida social barcelonesa. Llegaba la recepción de la Mercè, nada del otro jueves en verdad, pero ahí estaba. Feliz en la fiesta mayor. Lluís Permanyer le sometió en 1964 a un cuestionario Proust, ya saben. preguntas directas y claras formuladas para definir a un personaje. En qué ciudad le gustaría vivir. Ofreció una respuesta en zigzag, con condicionantes y algunas dudas. En un lugar denso y ruidoso, pero, a falta de una opción más clara que cumpliera esas condiciones, se conformaría con Barcelona. En 1999, por petición de Capella, Permanyer le cogió desprevenido y le hizo el mismo cuestionario de pe a pa, algo que probablemente Bohigas había olvidado. Esta vez, no dudó. En Barcelona, respondió. No lo dijo porque fuera el padre de esta ciudad, sino porque, conociendo otra de sus facetas hasta aquí no comentada, la de seductor impenitente, Bohigas era en realidad su más apasionado amante.