Diario de Mallorca

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Terrazas de verano | La azotea de un icono

Vista nocturna hacia el Castell de Bellver. B. Font

Que me disculpen aquellos que no crean que el Saratoga es el hotel más emblemático de Palma porque así lo considero. Ha permanecido abierto ininterrumpidamente desde el 1962, y su sala de baile, primero, y su club de jazz, posteriormente, lo han convertido en un espacio social para los llonguets, una tarea compatible con la de aposentar a turistas y a visitantes de negocios.

La terraza superior, en la octava planta -lo que ahora se ha puesto de moda llamar sky bar o roof top- ofrece unas agradables veladas para cenar, con la bahía de Palma, la Seu y el Castell de Bellver como testigos. El espacio se inauguró en 2018 y cada día, a partir de las 18 horas, se convierte en un reclamo para aquellas personas que buscan tranquilidad y buenas vistas. Para cenar, ofrecen una cocina sencilla, con el producto de calidad como reclamo, sin sofisticaciones. Buen ejemplo de ello son el pulpo a la brasa, el lluç al orio, el chuletón de ternera vasca de 45 días de maduración, el tartar de solomillo -o el de falso salmón (con tomate y pepino)- el risotto de plancton con gambas o unos simples calamares rebozados, entre otras opciones; además de las sugerencias de los viernes y sábados.

A punto de cumplir siete décadas

Catalina Borràs fue una visionaria cuando a mediados del siglo pasado compró este terreno del Passeig Mallorca, y junto a su hijo mayor, Joan Borràs, y dos socios más (dos familias de médicos de Cataluña), construyó el hotel. Joan Borràs y sus hermanos acordaron bautizarlo con el nombre de Saratoga, en honor al portaaviones homónimo que atracó a finales de los 50 en Palma, una denominación que para ellos representaba fuerza y determinación.

Juan Pinel y Cati Borràs, en el ‘sky bar’. | B. FONT

El hotel se inauguró un 7 de mayo de 1962 y tuvo tanto éxito que decidieron ampliar instalaciones. Así, tres años después inauguraron tres nuevas plantas y, concretamente en la séptima, crearon la pista de baile. Cati Borràs, representante de la propiedad y nieta de Catalina Borràs, comenta que la última ampliación se hizo en 1973. Destaca el carácter familiar del establecimiento y recuerda la figura de Francesc Borràs Seguí, director del hotel del 1991 hasta el 2017, cuando falleció a causa de un trágico accidente. Fue él quien convirtió en 2006 la pista de baile en una de las salas musicales de referencia de la capital, el Blue Jazz Club, a raíz de una sugerencia del trombonista Geoff Frosell; y en 2008 apostó por las jam sessions; una pasión que heredó de sus predecesores en el cargo de dirección: su padre (Francesc) y, anteriormente, Bernadí Bou.

La Catedral vista desde el Saratoga. | B. FONT

Novedades en otoño

Cati Borràs, como economista y buena gastrónoma, apostó por aprovechar el encanto de la terraza superior hace tres años. Por ello, trasladó el gimnasio a otra dependencia para crear un restaurante abierto, residas o no en el hotel. Explica que para este otoño, Saratoga presentará novedades culinarias porque han incorporado a Juan Pinel como jefe de cocina, que trabaja codo con codo con el maitre Jonathan Onco. Pinel es un joven calvianer cargado de ilusión y talento, que siempre ha tenido claro que quería ser cocinero. Decidió formarse en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo de Madrid (Lago) y ha estado con Fernando P. Arellano en Zaranda y Baibén, ha trabajado en St. Regis Mardavall y ha sido jefe de cocina en el restaurante Galio de Saint Tropez. Su carta estará al 100% al finalizar el verano.

Apunts de sobretaula

Diu la dita que entre poc i massa, la mesura passa. En són bona mostra els locals massificats, on la gent s’hi acaramulla per veure, per exemple, la posta de sol. A espais amb excés de gent, no sentirem bé les converses, segurament acabarem amb maldecap i, possiblement, el servei i la cuina aniran molt de bòlid, de manera que hi pot haver una alta probabilitat de no menjar-hi bé.

A les antípodes d’això se situa un restaurant que vaig visitar fa poc, a la costa de Llucmajor. Me’l va recomanar l’amic i company del diari Pere Joy. Durant la visita vaig parlar amb el propietari del local. Totes les taules eren ocupades i, tot i que hi tenia molt d’espai lliure, no n’hi va posar cap altra. El motiu era que no hi volia més gent, ja que amb el que té, li basta per viure: «Si això es massifica, perdrà l’encant». Tal vegada aquesta sigui l’actitud a seguir davant aquells que només massifiquen l’illa per omplir-se les seves butxaques.

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