Cuando el Directorio decidió intervenir en Egipto hacía tanto tiempo que los templos y pirámides yacían bajo la arenas que algunos pensaban en ellas como leyendas inventadas por viajeros. Era el año 1798 y siglos atrás el territorio había sido dominado por hombres que llevaban la media luna tatuada en la piel. Saladino arrebató Jerusalén a los cruzados y se estableció en El Cairo, los mamelucos le dieron esplendor a las mezquitas y los otomanos unificaron todo el Mediterráneo Oriental bajo una misma bandera. Ahora, una cámara de representantes francesa mandaba a un joven general corso, Napoleón, poner al país de las arenas a sus pies.

La expedición fue un fracaso y un éxito, tanto para Egipto como para Francia. Napoleón fue derrotado por el ejército inglés, apoyado por cuerpos locales de infantería, los mamelucos que quince años después pintaría Goya entrando en Madrid a golpe de sablazo. Sin embargo, si salió de Egipto como un general derrotado, llegó a París como un emperador, proclamado por la gente y las autoridades. Egipto también obtendría una doble moneda con la que pagar su destino: abrió paso a la colonización inglesa, que duró hasta finales de los años cuarenta del siglo XX, pero el patrimonio de su civilización anterior recobraría vida gracias a la invención de la egiptología. El mundo de la ciencia y la curiosidad había puesto sus ojos sobre los restos arqueológicos de un país infinito y nunca más podría volver a apartarlos.

La expedición de Napoleón no se debe entender solamente como una incursión militar. El conocimiento humano, en esta ocasión, se sirvió de las ansias de poder para abrir caminos en la historia. Nada como la batalla de las Pirámides para entender este hecho, cuando Napoleón pronunció su famosa frase: «Soldados, desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan». El propio general quiso pasar una noche en las profundidades de la pirámide de Keops, en la Cámara del Rey, junto a los escorpiones. Salió diciendo que lo que había visto y sentido jamás podría ser creído por nadie. Y el mundo se quedó con el misterio.

El suyo fue un viaje por una civilización que llevaba extinta dieciocho siglos, aunque se había fragmentado y sobrevivido en cientos de puertos del mar, en vasijas que guardaron aceites y en gestos tan maternales como el de la Virgen María con el Niño, trasunto de Isis con Horus. Pero poco quedaba por las calles del Cairo de aquel esplendor. La invasión romana habían transformado el suelo cultural y las posteriores árabes habían suplantado definitivamente cualquier sentimiento de pertenencia que el ciudadano egipcio pudiera sentir por aquellas pirámides que anunciaban el desierto.

Libros

Memorias. Napoleón Bonaparte, Desván de Hanta

Napoleón en Egipto. Paul Strathern, Planeta

Napoleón se quiso acompañar de más de 150 científicos, en cuya tarea estaba puesta la esperanza de analizar y distinguir todo lo nuevo que podría arrojar el mito de Egipto. Componentes de la expedición fueron Monge, matemático y fundador de la École Polytechnique; Dolomieu, geólogo, Vivant Denon, químico, Fourier, físico, Saint-Hilaire, botánico y Conté, ingeniero. Lo mejor de una generación que había participado en la Revolución y le había cortado la cabeza a un rey, ahora se dirigía hacia el Oriente para investigar y rescatar un pasado que solamente habían percibido a través de las bibliotecas. Junto a ellos, también marcharon en las largas jornadas a pie artistas de todo tipo: pintores, grabadistas, escultores y arquitectos. Se trataba de reconstruir con la máxima fidelidad posible un pasado latente bajo el desierto y devolverle el esplendor de antaño.

La primera acción de Napoleón nada más desembarcar en Alejandría fue fundar el Instituto de Egipto, un organismo cultural encargado de organizar el conocimiento y los estudios efectuados sobre el terreno. Fruto del esfuerzo conjunto, se publicaría Descripción de Egipto, una monumental obra enciclopédica que pretendía abarcar toda la historia y la cultura egipcia. No hay museo europeo, desde Turín a Londres, de Madrid a San Petersburgo, que no esté en deuda con estos tomos de sabiduría ordenada, un intento de poner cotas al olvido.

La expedición siguió el cauce del Nilo, orillándose a cada palmo de terreno en el que el instinto advierta de un hallazgo arqueológico. Aquellos científicos participaban lo mismo en un estudio botánico, ante una nueva especie de nenúfar y de palmera, que en las batallas donde el ejército francés era derrotado de forma contundente. Hasta que llegó el momento de Champollion y la piedra de Rosetta, una estela negra con textos en jeroglíficos, en escritura demótica y en griego antiguo. La llave para entender todos los textos del mundo egipcio, hasta la fecha olvidados. Tras Egipto, se dirigieron a Siria y el grupo viajero pudo entrar en Jerusalén.

Napoleón ascendió a los cielos políticos de una Francia necesitada de victorias, a pesar de su derrota en Egipto. Pero su viaje significó el renacer de una cultura que parecía extinta. Europa se quedó prendada de los faraones que, milenios después, salían de sus tumbas.