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Crisis del coronavirus

Guía para no perderse ante “la segunda parte de la película de la pandemia”: el número de casos ya no es el indicador fiable

La elevada cifra de personas vacunadas de mayor edad hace que los efectos hospitalarios de los contagios sean mínimos, pero haber pasado la enfermedad aún tiene desconocidas consecuencias futuras

Realización de un test PCR.

Con un amplísimo porcentaje de la población totalmente inmunizado o, al menos, con una dosis de vacuna inyectada, la pandemia entra en una nueva fase en la que aquellas cifras que nos parecían determinantes hace meses dejan de serlo, pero no por ello resultan irrelevantes. Ni el efecto sanitario de un aumento de casos es el mismo ni tampoco el contagio de jóvenes es un asunto menor, y menos cuando aún existen muchas incógnitas sobre las consecuencias a medio y largo plazo de haber sido contagiado por el covid-19. Esta es una guía básica para no perderse ante lo que el director general de Salud Pública del Principado, Rafael Cofiño, ha denominado “la segunda parte de la película de la pandemia”.

Las cifras de casos ya no significan lo mismo.

En la primera, segunda y tercera ola del coronavirus, la alarma se desataba entre las autoridades sanitarias cuando se superaban ciertos umbrales de incidencia acumulada, lo que en definitiva tiene que ver con el número de contagios que se producen. Hasta la llegada de la vacuna, y en especial hasta que gran parte de la población más vulnerable comenzó a lograr el refuerzo para combatir la enfermedad, el número de contagios era la primera alerta. Las infecciones por el virus se producían en todas las edades y causaban estragos en la salud de los mayores. Un aumento de contagios conllevaba, inexorablemente, un aumento de los ingresos en los hospitales y, a la postre, un incremento en las UCI y los fallecimientos. De ahí que los criterios iniciales para aplicar restricciones que frenasen la propagación del virus se basasen, principalmente, en el índice de contagios acumulados.

El nivel de riesgo: cóctel de contagios y de ocupación sanitaria

El sistema que estableció el Ministerio de Sanidad para determinar la gravedad de la pandemia en cada comunidad autónoma se basó en un sistema de colores, determinado por la suma de dos indicadores: uno referido a la transmisión del virus (contagios) y otro a la saturación sanitaria (porcentaje de camas ocupadas en los hospitales y camas de UCI con pacientes Covid). Ambos factores estaban vinculados con una relación que ahora se ha truncado, porque gracias a la vacunación el porcentaje de contagios que terminan hospitalizados es muchísimo menor.

Primera fase: atajar los fallecimientos

Todo comenzó a cambiar a partir de enero. La estrategia de vacunación adoptada en España ha demostrado por el momento su eficacia. Primero, los grupos de riesgo y, después, una escala descendente en edad dado que los efectos del covid son más graves en la madurez. La peor consecuencia de una enfermedad es el fallecimiento de la persona infectada. Durante la primera y la segunda ola se pudo comprobar que los contagios en los ancianos podían ser fulminantes. Según el último informe del Observatorio de Salud en Asturias correspondiente a la mortalidad debida a la pandemia, del total de las 2.531 personas fallecidas a causa del covid, más de la mitad superaban los 85 años: concretamente, el 55,75 por ciento. Ese porcentaje era sensiblemente mayor en las mujeres (son más longevas que los hombres por lo que hay mayor número de ellas en esa franja de edad). Algo más de la cuarta parte de los fallecidos tenían entre 75 y 84 años, lo que significa que casi ocho de cada diez fallecidos superaban los 75 años. La experiencia del efecto que tuvo el virus en las residencias de ancianos, que pudo comprobarse en la primera y la segunda oleadas, llevó a que se priorizase la vacunación en este colectivo. La consecuencia fue inmediata. La tercera ola (la que tuvo su pico a finales de enero) permitió comprobar lo poderosas que resultarían las vacunas. Con la población de las residencias en proceso de inmunización, los diagnósticos en los centros de mayores cayeron de forma evidente. Por ejemplo, del total de fallecidos, 1.414 fueron diagnosticados en la segunda ola, de los cuales 664 eran usuarios de residencias de ancianos. En la tercera ola se diagnosticaron 624 casos que terminaron en muerte, pero ya solo 108 correspondían a mayores de residencias.

Segunda fase: reducir la presión hospitalaria.

Evitar el colapso del sistema sanitario siempre ha sido la batalla de fondo en la lucha contra la pandemia. Si los hospitales y las Unidades de Cuidados Intensivos quedaban desbordadas por la atención de enfermos, no habría posibilidad de prestar atención al resto de enfermos que necesitan atención médica. Con la vacunación ya ganando terreno al virus, el número de casos continuó siendo un termómetro idóneo para conocer cuándo la propagación de la enfermedad llegaba a niveles preocupantes capaces de tener, en un plazo de días, consecuencias severas en la sanidad, incrementando el número de enfermos que ingresar y, por tanto, de casos graves que terminarían en las UCI. Fue en ese momento en el que el Principado estableció el llamado “sistema 4 Plus”, que pretendía resultar más preciso que el indicador de riesgo del Ministerio y poner el foco en los municipios, para así establecer restricciones en los concejos con una situación más preocupante sin afectar a la actividad del resto de Asturias. Entonces, los efectos de los cierres globales en la hostelería o el comercio producían un daño económico enorme, así que se pretendía hacer tareas de cirugía a la hora de abordar territorialmente la pandemia. Este sistema “4 Plus” determinaba el momento en que había que acometer restricciones teniendo en cuenta dos indicadores, principalmente: la incidencia acumulada de casos a 14 días y la incidencia en personas mayores de 65 años. En aquel entonces, gran parte de la población de edad más avanzada aún estaba iniciando el proceso de vacunación.

El frenazo a la cuarta ola y el paulatino descenso de casos graves

Cuando todo el país esperaba la irrupción de la cuarta ola del coronavirus, coincidiendo con la Semana Santa, el cambio en la manera de medir la gravedad de la pandemia ya se hacía notar. El pasado 11 de abril, La Nueva España ya recalcaba que las vacunas causaban un descenso de casos graves y permitían relajar las restricciones. Las autoridades sanitarias eran conscientes de que a partir de entonces habría “menos porcentaje de hospitalizados respecto a los casos detectados, una menor incorporación de pacientes a las UCI y una notable caída de la mortalidad”. Porque la clave no han sido los contagios, sino la ocupación hospitalaria. El paradigma durante las dos primeras olas era que una alta incidencia acumulada de contagios conllevaba una alta presión sanitaria poco después, pero ya entonces era evidente que se podía soportar una mayor incidencia porque aumentaría el número de casos asintomáticos o leves, debido a la creciente vacunación entre la población que más gravemente enfermaba.

La letalidad cae abruptamente entre los más jóvenes

La evidencia de que esto es así queda clara cuando se analiza la letalidad del covid según las edades, esto es el porcentaje de pacientes que enferman y fallecen. Entre los mayores de 85 años, esa tasa es del 43,51 por ciento: es decir, prácticamente dos de cada cinco mayores de 85 años que enfermaron de covid-19 terminaron muriendo. Esa proporción desciende hasta el 22,22 por ciento entre los 75 y los 84 años (uno de cada cuatro enfermos) y se reduce al 8,44 por ciento (menos de uno de cada diez) en el caso de quienes se encuentran entre los 65 y los 74 años. Según los datos de Asturias, la letalidad entre quienes tienen entre 15 y 30 años (la población que ahora sufre una quinta ola de contagios) se encuentra en el 0,03 por ciento. Es decir, fallecerá por covid uno de cada tres mil infectados.

Entonces ¿por qué preocuparnos?

Resultaría irresponsable considerar que, dado que entre los jóvenes las consecuencias del covid son menos graves, no deben tomarse medidas para evitar los contagios. Primero, las posibilidades de hospitalización siguen existiendo: uno de cada cien jóvenes contagiados tendrá que ser atendido en un hospital. Segundo, si el virus se propaga ampliamente y se multiplican los contagios, existe la posibilidad de que afecte a otras edades, aunque tengan alguna dosis de vacunación. Las vacunas no impiden los contagios ni que las personas infectadas propaguen la enfermedad: únicamente dan más armas para combatir el virus y evitar sus consecuencias más graves. En tercer lugar, cuantos más contagios se produzcan más riesgo existe de que se produzcan mutaciones del virus, alguna de las cuales podría hacer ineficaces las vacunas. Y en cuarto lugar, quedan aún muchas incógnitas sobre las consecuencias futuras de haber pasado la enfermedad. Aumenta la literatura médica sobre el llamado “covid persistente”, los efectos de la enfermedad a largo plazo que se mantienen, como fatiga, dificultad para respirar, dolores musculares y dificultad para dormir. Se cree que pueden sufrirlo una de cada tres personas que han contraído la enfermedad. Un reciente estudio en el que han participado dos científicas españolas y publicado en “Nature” apunta además que las personas infectadas tienen un mayor riesgo de padecer en el futuro enfermedades neurodegenerativas. Por eso, evitar los contagios también entre los jóvenes es una prioridad sanitaria, no solo pensando en los hospitales de ahora, sino en la salud colectiva del futuro.

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