Los bibliotecarios no suelen tener ningún papel en las crisis diplomáticas. Menos si su lugar de trabajo, normalmente ajeno a cualquier ruido externo, se encuentra a más de 10.000 kilómetros de distancia del conflicto. Y todavía menos si la biblioteca pertenece al Senado, un lugar que en el imaginario colectivo sirve para más bien poco, un órgano parlamentario de segunda lectura, que en la mayor parte de los casos se limita a validar lo que ha sido antes aprobado por el Congreso, un espacio en el que terminan sus carreras los políticos de abultada trayectoria y escaso futuro. Y sin embargo, la Cámara alta española se encuentra ahora en el centro de una agria batalla territorial entre Corea del Sur y Japón, que amenaza incluso con nublar los Juegos Olímpicos, con el presidente del primer país, Moon Jae-in, agarrándose con fuerza a lo que allí se guarda para reivindicar su soberanía sobre unos islotes poco conocidos y casi inhabitables: las Rocas de Liancourt. El protagonismo del Senado, de hecho, es casi mayor estos días en Corea del Sur que en España. Los trabajadores de la institución no acaban de explicarse qué ha ocurrido.