Casi de la misma manera en la que al ir al supermercado cada consumidor se decanta por su marca favorita de café, yogur o cereales muchas personas miran la vacunación con la idea de poder elegir la marca con la que inmunizarse. Entra entonces la batalla de los porcentajes porque nadie quiere un 70 % de protección si puede tener un 95 %. Sin embargo, si de normal las comparaciones ya son odiosas, en este caso resultan prácticamente inútiles.

La eficacia y efectividad de las vacunas es un elemento más de debate con números que bailan aunque no se sabe si bajo la misma música. En primer lugar, el catedrático de Parasitología de la Universitat de València, Rafael Toledo, hace una distinción: efectividad y eficacia no son lo mismo. «La eficacia es el ensayo donde se compara entre un grupo vacunado y uno control mientras que la efectividad son los resultados en condiciones reales», explica. El primero es el que se usa para las agencias reguladoras, el segundo es lo que está ocurriendo mientras se administra.

Así, muchos de los datos con los que se hacen las comparaciones, que los expertos reclaman no hacer, son a partir de la eficacia que presentaron las propias farmacéuticas. Esta se mide a partir de la vacunación a dos grupos, uno con el fármaco a examinar y otra con un placebo, suero fisiológico en su mayoría de ocasiones aunque en los ensayos de Oxford se utilizó la vacuna del meningococo.

Este proceso, explica Toledo, es de «doble ciego»: los inoculados no saben si tienen un placebo o la vacuna y tampoco los especialistas que hacen el seguimiento. Pasado un tiempo, se toman los datos y se observa cuántos contagiados ha habido, cuántos con enfermedad leve, moderada, grave y fallecidos y se compara entre grupos.

Así, una vacuna que afirme tener el 95 % de eficacia, como fue el caso de Pfizer, significa que de todos los contagios que ha habido, solo cinco corresponden a personas vacunadas. En sus estudios, por ejemplo, se dieron 170 casos una semana después de la segunda dosis de los que 162 eran en personas inoculadas con placebo y 8 con la vacuna. En condiciones normales con sanitarios, por ejemplo, la efectividad fue del 90 % que sigue siendo muy alta.

Los estudios, no obstante, tampoco son comparables entre sí. Varían el número de personas, el porcentaje de edades (¿recuerdan que AstraZeneca no se administró al principio a los mayores de 55 años? Fue la falta de datos en el estudio la culpable), las condiciones de riesgo y el lugar. Este último factor es fundamental. Por ejemplo, Janssen hizo sus estudios en Brasil, EE UU y Sudáfrica, lugares con alta incidencia covid y en los que, además, circulaban variantes que parecían presentar un mayor escape a las vacunas. En estos casos, llegó a estimar una eficacia del 66 %.

Difícil comparación

La imposibilidad de comparación se deja notar en Janssen, pero sobre todo en AstraZeneca que hizo unos estudios muy diferentes al resto. Además de probar con otro tipo de vacuna como placebo, probó diferentes pautas para la segunda dosis e incluso con medias dosis. Al final, la que se administraba entre 10 y 12 semanas tenía mayor eficacia. Los resultados, todos mezclados como una media, mostraron un 59 % de prevención de contagio. Los últimos estudios para Estados Unidos la ampliaron hasta el 79 %.

¿Es esto lo importante? No, o no del todo. «La clave de las vacunas no es que evite la transmisión, que sí que la reduce bastante, sino que impide la enfermedad grave y la muerte, es un cambio considerable en la evolución de la pandemia», señala el catedrático de Parasitología de la UV quien explica que una vez inmunizados los mayores de 80 «caerá bruscamente la mortalidad y cuando se vacunen los de entre 60 y 80 descenderá mucho la presión hospitalaria».

Frente a la enfermedad grave prácticamente todas rozan el 90 %, esto es, que en los estudios analizados por cada 10 casos de covid grave, solo uno es de personas con alguna vacuna inoculada. Con cifras de la vida real, en Escocia, una dosis de la vacuna de AstraZeneca contó con una efectividad del 94 % en la prevención de hospitalizaciones por covid en mayores de 80 años mientras que Pfizer, también una dosis, era del 81 %. La medición fue con una dosis porque fue el método aplicado en Reino Unido: poner la primera a mucha gente alargando la inyección de la segunda.

Con la pauta completa y los datos sobre campo, en Israel, 20 días después de la segunda dosis de Pfizer su efectividad frente a hospitalización era del 87 % y frente a enfermedad grave del 92 %; en un estudio actualizado de Moderna esta semana fijaba su efectividad frente a «casos graves de covid» en el 95 %; AstraZeneca presumía de un 100 % en los estudios de EE UU a mediados de marzo mientras que Janssen tiene un 85 % según sus datos de fase III.

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Todos esos porcentajes son barreras, coladores que en su acción global tienen el final que todas las vacunas lucen con orgullo: 100 % en prevención de muertes. «La prueba de la efectividad son las residencias, ha habido pocos casos desde entonces y los que ha habido han sido asintomáticos», sentencia Toledo. La mejor vacuna es la que se pone, elegir la marca se queda en los yogures.