Miedo en la calle, por el coronavirus, y terror en las casas, revueltas, inundadas de disfraces, con la fiesta de Halloween. Los niños, héroes del confinamiento y víctimas de un año para olvidar, se entregaron este sábado a un día de sustos, maquillaje, seres malignos y dulces de todo tipo, con ausencias importantes, como el tradicional truco o trato, que este 31 de octubre no se pudo celebrar a causa de otro monstruo, el coronavirus.

Una ilusión desbordante, inquietante para los padres, despertó a las seis y media de la mañana a Noa, una niña de 6 años vecina de Pòrtol que lleva media vida aullando con esta fiesta del terror (con solo un año ya se disfrazó de esqueleto). “En mi casa tenemos arañas, una de ellas enorme, de color negro, peluda y patas muy largas; muchos murciélagos y una enorme calabaza, que es de verdad. Están por todo, por los pasillos, las puertas y hasta en el salón, por donde vuelo con mi escoba mágica”, les aseguró a sus amigas durante un breve encuentro con ellas. 

Las reuniones no están siendo multitudinarias y se limitan a seis personas como máximo, con la mascarilla como parte del atuendo. "Nos la tenemos que poner en sitios que están cerrados", se recordaron entre sí mientras competían entre ellas por el disfraz más original. El de bruja triunfó entre ellas, caso de Neus y Marta Trilla. "El año pasado iba de payaso IT, y daba un miedo...", recordó la primera, de siete años, mientras sujetaba una bolsa con dulces. "Es lo que más me gusta de Halloween, las golosinas. Es que están tan buenas...", aseguró Irene Puig. "Yo prefiero los rosarios de caramelos", le respondió Mariona Llull, reconvertida en rockera, del grupo Kiss, con la guitarra al hombro.

Aunque el truco o trato se evitó, algunas, como Núria Siquier, decidieron visitar e intercambiar chuches "con todas las amigas" y con todas las precauciones sanitarias. "Hay que ir a buscar chuches", repetía una y otra vez Auba Jaume, también madrugadora. Su casa, reconvertida en un museo de los horrores, asustó a más de un vecino, con un portal del que colgaban sábanas ensangrentadas desde primera hora de la mañana. "Lo primero que ha hecho al despertarse, a las siete, ha sido venir a nuestra cama al grito de Halloween", apuntó su padre, Vicenç, consciente de que este sábado sería una maratón, sobre todo de paciencia

"Hay muchas cosas que me gustan de Halloween pero también hay una que no me gusta nada, los fantasmas, y por aquí hay muchos. Creo que ahí, escondido en ese camino, hay uno", advirtió Miquel Puig, de tan solo tres años, en su estreno con un disfraz, de murciélago para más señas. Su fiesta transcurrió en plena naturaleza, en el límite entre Marratxí y Palma, con su hermana Irene como compañera de aventuras. "Hemos decorado nuestra propia casita, la del jardín, donde estaremos todo el día jugando", aclaró.

Otro entretenimiento familiar fueron las calabazas. "Nosotros hemos vaciado una con un cuchillo", señaló Pere Siquier, de cuatro años, un ninja con espadas bien acompañado por una bruixa, Greta García, a quien le gusta volar. "No he traído la escoba, pero sí la capa", advirtió.

Con la caída del sol llegó el momento de instalarse en el sofá y fueron muchas familias las que apostaron por una película como fin de fiesta, de terror por supuesto. "A mí lo que más miedo me da es la oscuridad, más que las películas", aclaró Claudia Calafell. "A nosotras los esqueletos, sobre todo los malos", sostenían Vega Roig y Megan Jiménez, la primera, una bella vampira, y la segunda, un esqueleto, "pero bueno", matizó. "Pues a mí no me da miedo nada, salvo los monstruos, pero aun no he visto ninguno", comentó Siro Estela, un vigilante Iron Man.