Esparcidos por la pendiente y ocultos entre pinocha, restos del Boeing 727 permanecen 40 años después en el Diablillo. Un tren de aterrizaje, partes del fuselaje, asientos, bandejas metálicas, ventanas, restos de documentos, mantas... Hay incluso enseres que pertenecieron a algunas de las 146 personas que murieron de forma instantánea cuando el avión se estrelló contra esta montaña apartada, de muy difícil acceso, entre los municipios tinerfeños de Candelaria, La Victoria y El Rosario. "El lugar impresiona, sobre todo cuando sabes lo que ocurrió entre aquellos pinos", asegura Sergio Hernández. El senderista y ciclista tinerfeño visitó entre junio y julio la ladera para documentar la existencia de los restos. Pero cuando después de una decena de intentos los encontró, apenas pudo filmar unos pocos. Tuvo que parar. "Algunos eran objetos personales. Siento por encima de todo un gran respeto por las víctimas. No quise tomar más imágenes", aclara. Y allí los dejó, como han estado en todo este tiempo, solos y en silencio.

Si algo quiere sacar del olvido Sergio Hernández con su vídeo -se puede ver en su web sergioarafo.com- es una tragedia cuya trascendencia no se corresponde con su gravedad. Él y otros que saben bien lo que pasó creen que la eclipsó el choque de los dos Boeing 747 ocurrido a solo 20 kilómetros de allí, en el aeropuerto de Los Rodeos, tres años antes. Hoy se mantiene como el peor siniestro de la historia de la aviación comercial, con 583 muertos, y esa dimensión hace que cada 27 de marzo acapare páginas especiales, reportajes televisivos y actos conmemorativos a nivel local e internacional. Incluso protagoniza una escena de la afamada serie Breaking Bad. Puede que por esa mística de los Jumbos y puede que también por la propia irrupción de la pandemia del coronavirus, el impacto del vuelo 1008 de la compañía británica Dan Air cuando sobrevolaba Tenerife apenas tuvo repercusión el pasado 25 de abril. Cumplía 40 años. Y había sobradas razones para recordarlo. "Yo me acordé. Siempre me acuerdo. Tenía 10 años entonces y en mi familia causó una enorme impresión. Fue terrible", rememora Sergio, que añade que "hay mucha gente, sin embargo, que no lo recuerda o incluso jóvenes que ni siquiera saben que ocurrió".

El avión pertenece a una aerolínea británica, Dan Air, especializada en el chárter vacacional. Ya había estado en Tenerife en vuelos idénticos al de aquel viernes de 1980, en el que un periódico costaba 25 pesetas, había 17 cines entre Santa Cruz de Tenerife y La Laguna, el gobierno de Adolfo Suárez atravesaba por una grave crisis y el periódico EL DÍA sorteaba una vivienda en Residencial Los Corales. Como en los anteriores, la mayoría de pasajeros (138) acuden a la Isla a disfrutar de la eterna primavera canaria. A las 09:22 despegan del aeropuerto de Manchester. Todo va según lo previsto. El tiempo es favorable, con 16 grados y tiempo despejado con nubes dispersas en La Laguna.

Pero las cosas se empiezan a torcer a las 13:14. Han pasado casi cuatro horas de la partida. La aeronave ya ha iniciado la maniobra de aproximación. Sobrevuela los montes de Anaga en pleno descenso a unos 12.000 pies (3.650 metros). Según las conclusiones de la comisión de investigación, el Centro de Control Aéreo de Gran Canaria lo transfiere justo en ese momento a la torre de Los Rodeos. Justo Camín, de 34 años, es el controlador al otro lado de la radio. Les ordena una maniobra de espera. Primer imprevisto. La ruta no figura en los manuales y aunque se pueda hacer, el controlador tiene que facilitar en ese caso información precisa y clara del rodeo. Un vuelo de Iberia, el IB-711, operado por la compañía Trans-Europa, tenía en ese momento prioridad. Se aproximaba a pista.

El análisis de un piloto

Manuel Luis Ramos García conoce perfectamente los Boeing 727. Fueron su especialidad mientras trabajó de copiloto para Iberia entre 1978 y 1990. "En aquella época eran una maravilla: duros, rápidos. Iberia llegó a tener 37 Boeing 727. Todavía queda alguno operativo y remodelado. Tenían inconvenientes. Consumían mucho combustible y generaban demasiado ruido. Pero tenían una gran fiabilidad". Este piloto tinerfeño ya jubilado también conoce a la perfección los detalles técnicos de lo que sucedió en aquella montaña, sobre todo el porqué. "Hoy resultaría impensable", asegura sobre la cadena de fatalidades que se desataron desde ese primer contacto por radio con Los Rodeos hasta el último, siete minutos después. "En este siniestro el avión no falló en ningún momento. Esto hay que tenerlo en cuenta. A este tipo de accidentes se les llama en el argot técnico vuelo controlado contra tierra (CFIT)", puntualiza Ramos. Todo se basó en la mala comunicación entre el controlador y los pilotos, el primero por no dar instrucciones precisas y los segundos por no darse cuenta a tiempo de que habían tomado un rumbo erróneo y descendido demasiado. "Venían de Anaga y tenía que ir a la derecha. Debían llevar el avión al mar frente a la costa norte de Tenerife para luego girar 180 grados y enfilar la maniobra de aterrizaje. Pero se fueron en otra dirección, a la izquierda y sin saberlo, directos a los pinares de La Esperanza", detalla el piloto.

56 segundos de dudas

A las 13:19, el controlador da nuevas instrucciones sobre la ruta. En los siguientes 56 segundos se produce una conversación clave entre el comandante Arthur Whelan (51 años), el copiloto Michael Firth (34 años) y el ingeniero Raymond Carey (34 años), todos británicos. Según las grabaciones recuperadas de la caja negra, se cruzan comentarios que hacen entrever que empiezan a tener serias dudas sobre el rumbo. Hay otros tres problemas: el tiempo juega en su contra, la torre de Los Rodeos carece en ese momento de radar de aproximación -"lo incorporó no hará más de 15 años", apunta Manuel Ramos- y se meten en un denso mar de nubes. Van a ciegas. Estos condicionantes jugaron un papel fundamental pero no son suficiente para entender qué le pudo pasar al comandante, con más de 15 años de experiencia y en su vuelo número 59 a Tenerife, el último de los cuales había sido casi tres meses antes, el 29 de enero de 1980. Fue Whelan quien decidió mantener el timón frente a las apreciaciones, no muy convencidas, de Firth y Carey, y sus propias divagaciones.

Sin radar y en el mar de nubes

Al carecer de radar, Justo Camín piensa que el Boeing 727 ya está frente a la costa norte preparado para girar y enfilar la pista. La tripulación tampoco sabe muy bien dónde está. Es entonces cuando el controlador les da permiso para bajar a 5.000 pies. Son apenas 1.500 metros, una altitud muy poco segura. "Esto no me gusta", suelta el comandante. "Quieren que sigamos dando vueltas, ¿no?", cuestiona el copiloto. De repente salta la alarma de proximidad al suelo. "Pull up, pull up", apremia la voz del sistema de alerta. "Levanta, levanta", significa. "Salgamos de aquí. Nos está llevando hasta terreno elevado...", pide el ingeniero. "Dan Air 1008. Hemos recibido un aviso de proximidad al terreno". Suena la alarma. La señal se corta de forma brusca con un latigazo eléctrico. 13:21 horas. Silencio. "1008... Dan Air 1008...". Silencio.

Escolástico Gil, alcalde de El Rosario, estuvo en el área del impacto la mañana siguiente. Llegó justo cuando se desarrollaba el grueso del operativo. La mayoría de los restos seguían allí. "Es la peor decisión que he tomado en mi vida", confiesa cuatro décadas después en una cafetería de La Esperanza. Vivía -y sigue viviendo- cerca del lugar al que nunca debió ir aquel 26 de abril y que tan bien conocía. Acababa de cumplir 18 años y estudiaba tercero de bachillerato en La Laboral de La Laguna. No era un sábado cualquiera. Todo el mundo hablaba del accidente del avión, de que no había supervivientes, de que tardaron en encontrarlo...

"Fue dantesco"

Unos compañeros, conscientes de que Escolástico conocía el terreno, le dijeron si podía llevarlos hasta allí a través de atajos para sortear los controles. Sin pensarlo mucho, les dijo que sí, cogieron la guagua y se dirigieron a Las Lagunetas y luego al Diablillo. "Fue dantesco. Nunca me olvidaré de aquello: pies, manos, recuerdos, fotos, documentos, el momento del levantamiento de los cuerpos de los pilotos, ropa, el fortísimo olor a quemado y a combustible, los pinos segados por el avión? Muy pocos cuerpos pudieron ser reconocidos de forma visual. Todo estaba desparramado por la ladera, en pequeños trozos". Fue "tan lamentable", recuerda, que incluso vio a "algún sinvergüenza" en busca de objetos de valor. "Ahí estaba uno intentando sacar un anillo de una mano, aprovechándose de la confusión en medio del trajín de aquel caótico dispositivo de rescate".

El hallazgo de los pinocheros

El alcalde puntualiza que la inmensa mayoría de los que se encontró allí, más de un millar, fueron para ayudar, aparte de los cuerpos de seguridad, los bomberos y el personal sanitario. Ahí está el ejemplo de dos pinocheros, Patricio Gil y Narciso Pérez. Fueron ellos los que encontraron los restos del avión casi seis horas después de que se estrellara. Estaban recogiendo pinocha cuando sintieron un fuerte olor a combustible y se toparon con unos restos extraños. No habían oído nada ni visto llamas. El mar de nubes actuó como silenciador y extintor. "A las tres y media de la tarde nos fuimos a almorzar al bar de Las Raíces. Allí el dueño nos dijo que se había perdido un avión. Se nos ocurrió si aquellos restos y aquel fuerte olor tenían que ver con el avión. Subimos al monte y empezamos a encontrarnos más y más restos? Enseguida bajamos y avisamos a la Guardia Civil", contaron a EL DÍA entonces. Era lo que quedaba del Dan Air.

Durante todo ese tiempo, desde las 13:21 a las 19:00, un amplio despliegue de salvamento buscó por tierra, mar y aire. Tres unidades del Servicio Aéreo de Rescate con base en Gando, aeropuerto de Gran Canaria, sobrevolaron el macizo de Anaga y la costa norte de Tenerife. Esa misma tarde llegaron desde la base naval de Las Palmas de Gran Canaria el patrullero Recalde y los destructores Jorge y Méndez Núñez. Se sucedían los rumores sobre su paradero: está en Tejina, se cree que no, que en Tegueste, al parecer han aparecido restos en aguas frente a las costas de La Orotava? Nada era cierto. Hasta que llegaron los pinocheros y lo hallaron en un lugar donde nadie imaginó.

En el puesto 81

El choque del Dan Air ocupa hoy el puesto 81 en la lista de los peores accidentes de la aviación comercial. Dejó lecciones muy valiosas para la mejora de la seguridad aérea. En esa asignatura lo estudió el piloto tinerfeño Manuel Luis Ramos durante su formación. Una de las principales fue el establecimiento de altitudes de seguridad para evitar que un aparato vuele tan bajo en una maniobra de espera. También se mejoraron los medios técnicos y los protocolos de comunicación entre los controladores y las tripulaciones. E incluso sirvió para modificar el funcionamiento de las comisiones de investigación. De hecho, la creada para esta catástrofe provocó un conflicto diplomático entre España y Reino Unido. Los expertos españoles cargaron toda la culpa en el comandante y sus copilotos, a los que acusaron de no saber interpretar las consignas del controlador y de volar demasiado bajo. Los ingleses, por el contrario, consideraron que todo partió de las órdenes imprecisas y confusas del controlador.

El infortunio también jugó su papel. Si en vez de girar a un lado, el comandante Arthur Whelan lo hubiera hecho al contrario, habría tenido opciones de esquivar la montaña tras meter potencia e intentar una maniobra evasiva a la desesperada. Era demasiado tarde y no se veía ni a un metro de distancia. El nombre de Whelan y los del resto de personas que perdieron la vida en La Esperanza están hoy escritos en una pizarra del memorial erigido en su nombre en el cementerio sur de Manchester, donde los familiares depositan flores cada aniversario. Justo 146 rosas los recuerdan uno por uno en Tenerife, en el exterior de la iglesia anglicana de Taoro, en Puerto de la Cruz. La placa dice en español, inglés y alemán: "Jardín Memorial de la Catástrofe Aérea. 25.04.1980". Y en la montaña del Diablillo, entre los numerosos restos que siguen en el mismo sitio en el que quedaron aquel fatídico día, los pinos han vuelto a crecer.