P El fin del armario

R Habla de ambas cosas. Siempre digo que el título es una constatación por lo que se ha conseguido y expresión de deseo por todo lo que falta. Me gusta usar una metáfora: si cogemos un joven homosexual del siglo XVII y lo llevamos al XIX, se encontrará con que han cambiado cosas como la ropa, la música, la tecnología... pero su vida como homosexual sería la misma, sufriría represión, su relación con su familia sería imposible, la ciencia lo seguiría tratando como a un enfermo. En cambio, si cogemos a uno de los años 70 de siglo pasado y lo traemos a este siglo, habrían pasado apenas 50 años y se encontraría con que se puede casar, invitar a su novio a cenar a su casa, cambios enormes. El libro habla de que, a excepción de las regiones de África, Rusia y las exrepúblicas soviéticas y Oriente Próximo, las cosas empiezan a cambiar.

P Se ha normalizado, en cierto modo, la situación, pero no es extraño que haya agresiones homófobas en los países más avanzados. ¿Nos hemos conformado con una normalidad frágil?

R Conformado, seguro que no. El libro tiene un foco bastante periodístico, cuenta historias ocurridas en las últimas décadas en distintos lugares del mundo, son historias reales de personas anónimas o personajes históricos. Tratan de mostrar la realidad de las personas LGTB de nuestra época, muestra lo que se alcanzó y lo que falta, que en algunas partes del mundo, donde todavía se nos condena a prisión o a muerte, es mucho. Alguien que va por la calle con su pareja, en un país como Argentina, donde hay legislación al respecto, sigue sufriendo discriminación, hay un camino que todavía falta por recorrer. El libro tiene una parte que es crónica periodística pura, otros son pasajes más explicativos, hablamos de homofobia y religión, por ejemplo, lo que dice el Levítico o las cartas de San Pablo.

P Se ha mostrado crítico con el Papa Francisco, tachando su discurso en favor de la homosexualidad de hipócrita.

R Sí. Con la prensa argentina pasa una cosa: nadie habla mal del Papa. Yo sí lo hago. Me parece una hipocresía. En la película Los dos Papas, que es una película bonita, pero cuya historia es totalmente mentira, hay una escena en la que Ratzinger confiesa a Bergoglio que encubrió los abusos, y Bergoglio se enfada, los periodistas argentinos pensamos... Jorge, te conocemos. Sabemos que los encubriste cuando eras cardenal, le pagaste los abogados al padre Grassi, lo defendiste hasta el final. El libro cuenta historias sobre Francisco que es probable que no conozcan en Europa, analiza lo que él hace como Papa. Cuando fue el atentado de Charlie Hebdo, dio un discurso de condena, puso tuits en todos los idiomas, publicó artículos... En cambio, cuando fue la matanza en el boliche de Orlando, no dijo absolutamente nada, y eran casos parecidos. Que el Papa condenase ese atentado hubiese tenido un significado muy fuerte, un gran impacto.

P Anima a posicionarse a políticos y autoridades. ¿Parte del problema, o parte de la solución?

R No posicionarse es posicionarse. Si uno vive en un mundo en el que existen decenas de países en las que la homosexualidad está criminalizada, donde hay cantidad de crímenes de odio, donde hay gente asesinada todos los años por su identidad de género, no es que hablemos que haya una persona asesinada en un asalto, son asesinatos salvajes. Si eres un político, un líder religioso o una persona importante, y no te posicionas contra discursos de odio como los de partidos como Vox, estás siendo cómplice. Hay mucha gente muriendo por esta causa.

P Pese a todo lo que se ha avanzado, hay un sector crítico dentro del colectivo que piensa que la causa del Orgullo se ha desvirtuado. ¿Lo percibe así?

R Hay dos visiones extremas. Una visión extrema de que el Orgullo sea apenas una rave al aire libre, con fiesta, música, juerga, y gente divirtiéndose. No puede ser solamente eso, el Orgullo tiene que ver con la lucha. Hay otro extremo que dice que el Orgullo tiene que ser un montón de gente enojada y gritando consignas, ahí te dejas fuera a parte de la comunidad. Hay que conseguir un equilibrio. El Orgullo nace de rebelión a piedras contra la policía, reivindicando derechos, pero a la vez es una celebración, una forma de decirle a la sociedad que aquí estamos, que tenemos derecho a pasarlo bien, hay que encontrar un equilibrio.

P Abandonó Brasil, donde residió diez años, antes de la victoria de Bolsonaro. ¿Vio tan claro que iba a acceder al poder?

R No tan claro. Lo que sí era previsible es que si ganaba, iba a hacer lo que está haciendo. Llevábamos ocho anos enfrentándolo, conocíamos su discurso. Cuando empezó a crecer en las encuestas, estaba claro lo que iba a pasar. Si me lo dicen un año antes, me hubiese reído. Tenía mucho menos peso político, era un diputado ridículo, un payaso que decía barbaridades. Dijo a una diputada que no la violaba porque era muy fea, o que prefería un hijo muerto a homosexual. Una serie de procesos políticos permitieron que ese loco se convirtiese en presidente. En 2014, cuando Dilma Rouseff sale reelegida, la oposición de la derecha tradicional pierde por poco, y el candidato de la derecha decide no aceptar el resultado. Decía que era ilegítimo. Empieza a cuestionar al gobierno, a conspirar.

P ¿Asimiló el discurso de la extrema derecha?

R Sí, como ocurrió en España después. Empieza a aliarse a sectores marginales de la extrema derecha, a adoptar su discurso de odio, sus teorías conspirativas, sus fake news... a actuar con sectores que estaban fuera del sistema político. Pensó que se iba Dilma y entraba él.

P Nunca pensó que Bolsonaro fuese a fagocitar su espacio político.

R Sí, ese partido, líder de la oposición, en las elecciones de 2018 sacó un 4% de los votos. Se lo comió la extrema derecha a la que ellos ayudaron a subir al escenario. A mí me parece que esto es preocupante, hay que tener cuidado. A la extrema derecha se la tiende a subestimar. A veces, cuando se toman atajos antidemocráticos, pasan estas cosas.

P Compara, a veces, el caso de Bolsonaro con el de Vox. ¿Qué ocurre para que el discurso de Vox no cale entre la generalidad y no hayan logrado gobernar?

R Hay dos realidades políticas diferentes entre Brasil y España. Brasil tuvo un proceso en el que se hizo mucha trampa. Hasta pocos meses antes de las elecciones del 2018, todas las encuestas, todas las empresas encuestadoras decían que si Lula da Silva era candidato, ganaría a Bolsonaro.

P Y entonces se lo quitaron del medio.

R Sí, un juez corrupto inventó una causa judicial contra Lula y lo mandó a la cárcel. Lo digo porque conozco el proceso y así fue, lo meten preso para que no pudiese ser candidato, lo que deja a la izquierda debilitada, le obliga a cambiar de candidato a poco de las elecciones. Ese juez, Sergio Moro, renuncia a la magistratura y asume, después, como ministro de Bolsonaro. Esa fue una de tantas trampas que hicieron, que empezaron con el golpe contra Dilma Rouseff.