Han pasado ya veinte años. La cena agosteña tuvo lugar en una finca del Septentrión mallorquín. Juan Carlos de Borbón ha palpado cuidadosamente la espalda de una de las anfitrionas en el horario a.m. (antes del #metoo). La víctima es una mujer con demasiada clase a la que se quiso enlazar con uno de los mediocres lugartenientes del monarca en la época posterior a Sabino Fernández Campo. El jefe de Estado pronuncia una frase que hoy adquiere nuevas resonancias:

—Todas las sucesiones a la Corona son difíciles, y en España todavía más.

Juan Carlos I dudaba de su heredero en esta tierra, y de la viabilidad de un tránsito paternofilial que acaba de estallar en mil pedazos. Lo cual conduce a mayo de 2005. Los Príncipes de Asturias, Felipe de Borbón y Letizia Ortiz embarazada de Leonor de Borbón, cometen en Mallorca la primera visita oficial por España de su principado. Estamos en el hotel Meliá Victoria, donde la periodista y futura Reina someterá a un tercer grado a los estupefactos hoteleros mallorquines, por considerarlos no excesivamente comprometidos con el medio ambiente. Antes, otro informador guasón le plantea al futuro Rey qué le parecería una reforma de la Constitución que igualara a las mujeres en la sucesión de trono. El heredero sonríe una afirmación pensando en que se refiere a su posible descendencia, pero de repente se da cuenta de que tiene dos hermanas mayores, las Infantas Elena y Cristina. Así que corrige sudoroso sobre la marcha su aval feminista con un enfático:

—Pero ahora nos toca a nosotros. No hay urgencia en reformar la Constitución. Estamos nosotros, que somos una generación intermedia.

El pánico a perder una promoción que hoy parece un tormento, la ansiedad incurable. El anfitrión de los Príncipes era Jaume Matas, que ya había concedido los foros de ordenanza a Iñaki Urdangarin. El president de Balears se vio hundido en carisma por su muy odiado Pere Rotger, que pronunció un discurso en su calidad de presidente del Parlament. El celoso titular del Consolat no podía soportar el protagonismo fotográfico de su rival, y se dio cuenta de que estaba separado del atril desde donde se producía la alocución. Entonces, deslizó simultáneamente los dos pies en zigzag sin levantarlos del suelo, con la intención de que nadie se diera cuenta de la maniobra o pediobra. Con este desplazamiento logró colocarse prácticamente encima del alcalde de Inca. Política de altos suelos.

Quince años atrás, en Palma se escuchaban dos "Viva Letizia" por cada "Viva Felipe", un protagonismo de la futura Reina que creó problemas todavía vigentes en La Zarzuela. El robot que redacta los discursos de los monarcas obligó al heredero a encarecer "el temperamento balear" en su visita oficial. El hijo acreditó un conocimiento de su isla favorita que siempre lo ha diferenciado de su padre, y que refrendaría en el verano de 2013. En esta ocasión voló a Son Sant Joan en ausencia de Letizia, que se pierde Mallorca cada vez que puede. Durante las maniobras de aproximación al aeropuerto, el príncipe que estaba a un año de reinar advirtió la proliferación de zonas boscosas sin control.

Transmitió su preocupación por el peligro de un incendio forestal a las autoridades militares que le agasajaron, interesándose por los sistemas de prevención. No se tomaron medidas, y en julio ardían casi 2.500 hectáreas alrededor de Andratx en uno de los episodios más duros para el medio ambiente insular.

Juan Carlos I no las tenía todas consigo sobre la viabilidad de su hijo, pero le libró de algún traspié. En 2002, el entonces Rey departía a solas con el mallorquín en quien mayor confianza ha depositado, lo cual significa que se desprendió de su intimidad en cuanto dejó de necesitarlo. En ese momento, les transmiten una llamada de José María Aznar, ebrio de su mayoría absoluta. El Jefe de Estado escucha con muestras de perplejidad a su teórico primer ministro, "vale, es difícil, ya veremos". Al colgar, encadena una letanía de las maldiciones que suele prodigar en privado, y le cuenta a su íntimo:

—Este, que ahora quiere que Felipe también vaya a la boda del Escorial. Ya vamos la Reina y yo, creo que es suficiente.

Lo debatieron y Felipe VI se libró de asistir a la verbena escurialense de Ana Aznar y Alejando Agag. En el elefantiásico despliegue sobre la boda de ¡Hola!, revista donde reina Sofía de Grecia, aparecía una única foto de los monarcas, sin ningún otro invitado. (No se ha destacado lo suficiente que el Emérito es el enésimo asistente a aquel disparate implicado posteriormente en escándalos de corrupción. Tiene mérito haberse asegurado un elenco con Bárcenas, Rato, Correa, Bigotes, Matas, Ana Mato, Blesa y así sucesivamente).

Los acontecimientos de esta semana han vuelto a demostrar que Felipe VI no logra eclipsar a su padre en la prosperidad ni en la adversidad. En cambio, el terremoto Letizia generó un furor popular y mediático que arrinconó al resto de la Familia Real. No solo es una cuestión de protagonismo, dado que Reyes, Príncipes e Infantas cobran religiosamente por los actos públicos en que intervienen. En aras de la ecuanimidad, conviene referir los favores brindados por la periodista a su familia política. Por ejemplo, su manejo de internet fue decisivo el 11M, para transmitir a su suegro que algo no cuadraba en la atribución a ETA de la matanza de Atocha. Su trabajo de búsqueda propició una intervención tardía del monarca, y que cometiera menos errores que Aznar o Acebes.

Nadie será capaz de decidir categóricamente si Letizia ha sido la salvación o el hundimiento de la monarquía. Pese a sus desplantes y a la dureza que prodigaba también en Mallorca ("¿Lleváis cuarenta años de matrimonio? Menudo aburrimiento"), los convocantes de actos públicos mataban por asegurarse su presencia en las actividades de coctelería. En la isla, los responsables de la Casa del Rey recordaban nada diplomáticamente a los periodistas que la Familia Real contaba con más integrantes, para que no polarizaran el verano en la recién llegada. Los subordinados insistían en que el monarca seguía siendo Juan Carlos, no su nuera. Se estaba reproduciendo el fenómeno británico de Lady Di, ahora con Leti Zi.

Por ejemplo, dentro del catálogo de obsesiones sucesivas de Juan Carlos I, la caza para la que adiestró su puntería en fincas del Llevant mallorquín sustituyó a la navegación en el Fortuna, surcando los mares alrededor de la isla hasta que Rajoy le obligó a venderlo. Su siguiente capricho fue un velero de lujo de grandes dimensiones, construido por la firma más aristocrática del sector. Al igual que con el yate de los empresarios mallorquines y el rifle de altísima precisión de los jeques árabes, el Rey pretendía que le obsequiaran su nuevo juguete. De ahí que aquella tarde, tras una jornada de navegación, se dirigiera puntual al cóctel en el Club de Mar convocado por los astilleros en cuestión. Con diplomacia y determinación, los organizadores transmitieron al monarca regalado "cuánto nos hubiera gustado que también viniera el Príncipe". Y sobre todo, la princesa Letizia. El Jefe de Estado sabía que no le quedaba otro remedio que intentarlo, por su propio interés. Telefonea a Marivent y le suplica a su hijo que haga acto de presencia en las instalaciones náuticas. Cabe imaginar el desinterés principesco por participar en el acto trivial, hasta que Felipe de Borbón encontró una excusa protocolaria:

—Diles que ya estamos en Marivent y que nos hemos duchado y cambiado, así que no volveremos a salir.

No hubo velero, hubo crisis económica. Un residente mallorquín de alcurnia fue el primero en advertir que la sucesión al trono conllevaría problemas, frente a la beatitud de los constitucionalistas. Desde su refugio andritxol, José Luis de Vilallonga exhibía su heterodoxia incandescente. Pilar Garcés le arrancó en 1990 uno de los titulares más brutales de la historia de este periódico, "El Barón Thyssen lleva unos cuernos de aquí a Guatemala". Una década después mantenía que "de Tita cabe esperarse cualquier cosa, porque es una señora muy burra". O el impagable:

—¿Podría enamorarse usted de Camilla Parker-Bowles?

—A mí no me gustan los hombres.

Siempre prefirió no pedir permiso a no pedir perdón, pero advertía muy seriamente:

—Felipe de Borbón no heredará el carisma de su padre, tendrá que ganárselo.

Es la síntesis matemática de la encrucijada que afronta hoy España. Los dos reyes de la democracia comparten una amor casi extravagante hacia Mallorca, que de repente puede resultar contraproducente para la cacareada promoción turística. La inteligente Letizia advirtió muy pronto que su principal rival tenía nombre de isla. ¿Ha maniobrado la Reina para desvincular a su esposo de Marivent? Sin duda, y se cuenta con el testimonio publicado de un observador neutral. El escritor gerundense Rafel Nadal incluye entre su valiosa producción memorialista una comida con el Rey y la Reina en Girona, cuando todavía podían visitarla pacíficamente como sede de la Fundación que lleva el nombre de la también Princesa de Asturias. En el ambiente distendido de la sobremesa, se plantea a los Reyes por qué no amplían sus vacaciones al litoral de la Costa Brava. La esposa de Felipe VI replica categórica:

—Lo hemos intentado, pero los editoriales de los periódicos mallorquines se oponen a cualquier cambio.

En primer lugar, no existe un solo editorial publicado en la prensa mallorquina desfavorable a los Reyes. Y sobre todo, jamás unos residentes madrileños se han preocupado por la reacción local antes de tomar sus decisiones. A cambio, cabe reconocer a los funcionarios de La Zarzuela que reprendieron a la Reina que considera que su trabajo conlleva un horario laboral de lunes a viernes, con un definitivo "Mallorca no se toca". En este ambiente de conflagración bélica se produce ahora la colisión en Marivent de las dos Familias Reales. Como de costumbre, Sofía de Grecia protagonizó el primer asalto con su paseo palmesano del pasado miércoles. Su mano tímidamente levantada era el saludo de hola y adiós de la Reina a las traiciones de su marido y a la usurpación de una nuera que no le confiaba a sus nietas para cuidarlas, encomendándolas en cambio a uno de los militares a sus órdenes.

Rectificación: En el capítulo Marta Gayá, su mujer en esta tierra se narraba la escena y la cena en que Juan Carlos de Borbón citó a Sofía de Grecia y a Sabino Fernández Campo, para trasladar en un momento dado a su esposa como si fuera algo irrelevante:

—Ya sabrás que Sabino nos deja.

Y ninguno de sus comensales lo sabía. Por la desconfianza en el nivel de crueldad asumible por un Rey, la crónica situaba la cena en el ambiente discreto de La Zarzuela. Uno de los hombres capitales en la transición política al timón de La Moncloa, corrige que "la emboscada de despedida a Sabino tuvo lugar en el restaurante Horcher, un establecimiento de mesas apretadas con el todo Madrid pegando la oreja a los tres comensales. Fue una humillación en público, la Reina no se lo podía imaginar y quedó estupefacta". Siempre se puede empeorar.