—Para que se haga cargo del tipo de entrevista: "¿No hay suficiente drama con el coronavirus?"

—El drama forma parte de la vida, y no viviremos una existencia plena hasta que no aceptemos la luz y la oscuridad, que nos ayuda a estar más aquí y ahora.

—'Cuando esto termine' presupone que esto acabará.

—El coronavirus no acabará, sino que empezará otra cosa y entonces diremos "coño, aquello ha terminado". Es una incertidumbre que nos abre las puertas a la creación.

—Se han invertido muchos intereses en que esto del Covid-19 no termine.

—Sí, Marx ya lo decía. La lucha entre oprimidos y opresores no acabará nunca, pero los primeros son cada vez más y los segundos cada vez menos

—En México pensaban que el virus no iba con ellos.

—No exactamente. El confinamiento es una estrategia política, y la economía mexicana no se lo puede permitir. Algo tienen a ganar los que han asumido este parón.

—México, con 'x' de exilio.

—Hemos de liberarnos del prejuicio blanquito eurocentrista. Hay más cultura en Ciudad de México que en dos Españas, y nos creemos el ombligo del mundo.

—Fue el último mallorquín en regresar a la isla.

—Uno de los últimos, seguro. Salgo de México confiado el 17 de marzo, y me encuentro en Palma con la cara de susto de mis padres y de amigos que me decían que "pensábamos que no volverías". En México me cuidaron muy bien, son hospitalarios y tienen los brazos abiertos.

—¿Actor, escritor o bailarín?

—Soy actor, pero mi padre me dijo "Peret, serás lo que quieras". En un mundo mutante, soy hijo de las crisis de 2008 y la actual, tenemos el valor de aprenderlo todo de nuevo.

—Comparte cartel con Markus Gabriel, el filósofo de moda.

—Si el festival online me da rabia es porque no me permite encontrarme con Gabriel y con Judith Butler, para decirles "no sé qué haría si no te hubiera leído".

—Se entiende que de Mallorca no le han llamado.

—No demasiado. El Consell y el Govern han de dar dinero para generar cultura, para que no se reduzca a las bandas magníficas del Lisboa o a los bailarines de tango del Born.

—¿Su entorno ha sido golpeado por el coronavirus?

—No, solo conozco el caso del amigo de una amiga. Mi madre es enfermera y no se ha contagiado. Hemos tenido suerte, o asistimos a un miedo más atávico que real.

—¿Se acostumbrarán a trabajar sin público?

—Es pertinente, porque el teatro no existe sin el encuentro, se deja de sentir el cuerpo en movimiento. No por vendernos la experiencia, sino por el contacto primitivo.

—¿Y se acostumbrarán a no trabajar?

—A esto nos acostumbramos deprisa, sobre todo en Mallorca. Después nos deprimimos, aunque conozco a gente que sería feliz en una hamaca. Yo necesito sentirme útil.

—¿Qué personaje teatral es el coronavirus?

—Es el diablo de Fausto, el personaje de la muerte que no nos está matando tanto. Más bien un fantoche, un Arlequín asustando al viejo Pantaleón, "soy el virus y vas a morir". Real, pero no del todo, son los políticos quienes le han dado el valor de arquetipo con sus decisiones. No es la peste bubónica ni la gripe española, nos hemos vuelto locos.

—¿La pandemia ha consagrado el 'voyeurismo'?

—Totalmente. Paco León ha rodado el cortometraje Vecinos, se ha creado comunidad. He visto el interior de las casas de muchas personas a las que no conocía.

—Una conferencia del festival se titula '¿Podría haber virus en Marte?'.

—Es que hemos de plantearnos si la ciencia-ficción se ha hecho real y ha llegado a la Tierra. Me interesa mucho, me gustan Los vengadores.

—Sobreentiendo que observa sobreactuación sobre la pandemia.

—No sé por parte de los líderes, pero no me cabe duda de que el miedo ha estado por encima de todo, creerse que la historia es cierta. Tenemos en nuestra cabeza tantas películas apocalípticas, tras las que comentábamos "si pasara lo que hemos visto, esto sería lo primero que yo haría".

—Nos hemos convertido an actores.

—Muchas personas se han inventado un momento clave de sus vidas, porque aquí estamos muy cómodos con el Estado de bienestar que la derecha se quiere cargar, nos impacta de distinta manera que en México. Ellos son solidarios, son hijos del terremoto de 1985.

—¿Se puede bailar en casa?

—Claro. Me falta un palmo en todos los desplazamientos, pero así interiorizo el encapsulamiento. Un pez crece en proporción al tamaño de la pecera.