Casi cuatro décadas después de la mayor intoxicación alimentaria de España y de Europa causada por aceite de colza adulterado, el coronavirus ha removido a las víctimas que ven algunas similitudes con esta pandemia. Pero con una gran diferencia: el enemigo a combatir entonces fue un veneno, ahora, un virus.

Este viernes se cumplen treinta y nueve años del fallecimiento del niño Jaime Vaquero, vecino de la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz, que se convirtió en la primera víctima mortal de la colza, aunque su muerte se atribuyó en un principio a una neumonía atípica.

Carmen Cortés, coordinadora de la Plataforma de las Víctimas del Síndrome de Aceite Tóxico, reconoce a Efe que la pandemia del coronavirus les ha removido "muchísimo" a las víctimas, "sobre todo al principio, cuando parecía que no pasaba nada y nosotros ya veíamos lo que estaba pasando. El desconocimiento, la incertidumbre, el colapso sanitario..".

"Es lo mismo que hace cuarenta años, políticos que salían diciendo que no pasaba nada", lamenta Carmen, quien recuerda la frase del entonces ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof, que ha pasado a la historia: "El mal lo causa un bichito. Es tan pequeño, que si se cae de la mesa se mata".

"Y eso te duele porque te das cuenta de lo mal tratados que fuimos", afirma Carmen. Alrededor de 5.000 de los más de 20.000 afectados por el síndrome tóxico han fallecido y un tercio de los que continúan vivos arrastran secuelas y patologías graves.

La COVID-19 es una enfermedad causada por un nuevo virus del que se desconoce casi todo. Cuando empezaron a aparecer los primeros casos de lo que en principio se denominó neumonía atípica, tampoco se conocía el origen.

Tuvo que pasar un año para que los investigadores apuntaran como causa común de todos los afectados el consumo de aceite de colza, importado desde Francia para uso industrial y distribuido de forma fraudulenta para el consumo humano tras extraerle la anilina a alta temperatura, un proceso que dio lugar a la creación de compuestos tóxicos que causaron la grave intoxicación.

"Entonces el sistema inmunológico de los afectados se defendió del veneno al igual que ahora se está defendiendo del coronavirus", señala esta afectada, que durante todos estos años se ha preguntado si podría volver a pasar.

No ha pasado lo mismo -reconoce- porque a nosotros nos envenenaron, no enfermamos, es la gran diferencia, pero hay tantas similitudes", entre ellas, señala "la muerte de esta manera inesperada, en soledad, en aislamiento".

Ella lo recuerda muy bien, porque con tan solo 15 años permaneció una semana aislada en el Hospital Clínico de Madrid, en una habitación a la que, al igual que ocurre con los pacientes con coronavirus, los profesionales sanitarios accedían con equipos de protección (mascarillas, guantes, gafas..etc).

Además del aislamiento, Carmen apunta otras semejanzas con la COVID-19, como "no saber si te vas a curar, ni cómo, ni las secuelas que puedes tener. Es muy duro para el ser humano".

Aunque destaca una diferencia "importante": ellos sí pudieron enterrar a sus muertos acompañados.

Carmen lamenta que la memoria del ser humano sea "frágil" y se haya vuelto a repetir "mucho del sufrimiento" de los afectados de la colza. Y cree, "por el conocimiento" que tiene, que ninguno de "los pocos" expertos en síndrome tóxico que aun quedan, "hayan sido consultados" en esta crisis, a pesar de la experiencia que podían haber aportado.

"Hubiera sido interesante que alguien hubiera pensado en aquella crisis sanitaria catastrófica de 1981 y que, por lo menos, hubieran preguntado a quiénes estuvieron, cómo lo vivieron... Hubiera sido de sentido común".

Para las víctimas todavía quedan muchas asignaturas pendientes, pero una de las más importantes es la creación de un centro estatal de referencia de la enfermedad que pueda ofrecer asistencia médica especializada, "importantísima y necesaria".

Y es que cuatro décadas después "muy pocos" facultativos conocen ya la historia del síndrome tóxico y las secuelas que acarrean los afectados, la más grave, la hipertensión pulmonar, una enfermedad incurable que va deteriorando la salud progresivamente y que también se está investigando en los pacientes de COVID-19.

Además, las víctimas de la colza padecen afectación neurológica, esclerodermia (piel dura), hepatopatía crónica, fatiga crónica o estrés postraumático cronificado.

Dar respuesta al "desamparo social" de las víctimas es otra de las "peleas" del colectivo. Algunos reciben subsidios, pero no es suficiente, porque como dice Carmen "hay que integrar a la persona y darle dignidad".

"Ahora que estoy oyendo tantos gestos de minutos de silencio, las víctimas de la colza estamos esperando todavía el luto y el aplauso a los profesionales que trabajaron tan intensamente como lo están haciendo ahora", remarca.