Un amor a través del tiempo. Christiane Van Geel, una ciudadana belga de 78 años natural de Amberes, remueve cielo y tierra para encontrar de nuevo al que considera el amor de su vida, un mallorquín llamado Gabriel López Campos que en la actualidad tendrá 84 años. Desde los años 70 no sabe nada de él y ahora tiene la esperanza de volverlo a encontrar y pide ayuda a quien pueda facilitarle alguna pista sobre el paradero del que llama su "hermoso mallorquín".

Se conocieron en el Port de Sóller a finales de los años cincuenta. Christiane Van Geel guarda como un tesoro recuerdos muy nítidos de aquel verano, en la Mallorca previa al boom del turismo, en el primer viaje que a la entonces adolescente se le permitió hacer al extranjero sin sus padres, solo acompañada por una amiga.

Gabriel, que vivía en Son Ferriol, en aquellos años una zona dedicada exclusivamente a la agricultura, era el mayor de diez hermanos a los que mantenía, de profesión dinamitero, probablemente en las viejas canteras de marés de ses Cadenes o es Carnatge. Y aquel verano del encuentro con la joven belga cumplía el servicio militar en la base de Sóller.

"Al principio todo fue casual: una cruce de miradas, un cumplido, un encuentro no buscado y ya estábamos enamorados el uno del otro", relata Christiane con nostalgia.

"Los días que Gabriel no estaba de servicio me esperaba en el tercer poste de luz del Port de Sóller, entre las redes de pesca azules y verdes que se secaban sobre el pavimento del puerto. Recuerdo que paseábamos de un extremo a otra de la bahía por el placer de estar juntos. Y cuando en nuestro recorrido llegábamos a la altura del balcón donde se encontraba la vivienda de su superior tenía que cuadrarse y saludarle, fuera o no uniformado. Aquello me parecía de los más gracioso", revive.

"Disfrutábamos de la playa y del mar y también íbamos juntos de excursión. Recuerdo una en la que me guió hasta el Castell del Moro, entre Valldemossa y Deià", señala. "Gabriel tenía en aquellos años un cuerpo musculoso y bronceado y unos ojos tan hermosos que hablaban y hablaban sin parar", confiesa.

Christiane quedó prendada del joven mallorquín, aunque le sorprendían algunos detalles de su vida, como que pese a su juventud tuviera que mantener a sus nueve hermanos "sin ayudas ni becas escolares" del Estado. La España de la dictadura franquista de aquellos años, que empezaba a salir de la autarquía, no tenía nada que ver con Bélgica ni con sus condiciones de vida.

Eran otros tiempos y otras costumbres, la relación entre los dos enamorados empezó con mucha inocencia. "Yo era una joven inexperta en el amor que provenía de un entorno familiar muy protegido. La relación se mantuvo en un amor romántico, en el primer descubriento de lo que pueden hacer los labios, las manos y los abrazos en una relación de pareja", comenta Christiane. "Pero no fue más allá, me respetaba".

Christiane tiene el recuerdo vivísimo de su primera despedida. "En la estación del Tren de Sóller, frente al gran reloj, nos sentamos en un banco y me rodeó con sus brazos".

El segundo verano

Así terminó su primer verano juntos, apenas quince días. Pero la relación no se interrumpió. "Durante nuestra separación me escribió una carta todas las semanas. Y, por supuesto, regresé el verano siguiente. Esta vez vino a recogerme al aeropuerto y me llevó a conocer a su familia. Qué hospitalidad. Para la ocasión compraron cien gramos de café en un papel con forma de cono y me obsequiaron con un collar de perlas Majórica que su propia hermana había anudado".

Aquel segundo verano juntos dejó de nuevo en Christiane recuerdos imborrables. "Un día me llevó a bailar a un local donde una orquesta tocaba al aire libre Bésame mucho y Dos gardenias para ti. Aquel día me susurró al oído que debíamos pensar el uno en el otro cada vez que fuera luna llena. Se lo prometí. Y todavía hoy tantos años después lo hago, incluso muchas veces abro las cortinas para que su resplandor entre en mi casa", reconoce.

De regreso a Amberes, Christiane cuenta que no podía soportar la ausencia del hombre al que amaba. "Lo extrañaba tanto que me sentía apática y deprimida. Me preguntaba si debía seguir el dictado de mi corazón o el sentido común; si debía obligarle a dejar su trabajo y empujarle a que se convirtiera en un trabajador inmigrante en el extranjero. Me dolía mucho, pero fui a lo seguro", admite.

Johan, otro hombre entra en escena

La vida vida de Gabriel y Christiane continuó, cada uno por su lado, y los años pasaron. Christiane conoció a otro hombre. "Era rubio, con los ojos azules, una educación británica y muchos intereses en la vida, un hombre tolerante y de mente abierta al que pude contarle mi relación con Gabriel y mis sentimientos hacia él. "Estoy dispuesto a ser el segundo hombre de tu vida", le concedió. Después de tres años de relación se comprotieron y fijaron la fecha de la boda.

Pero tres semanas antes de la ceremonia. Gabriel llamó por sorpresa a la puerta de Christiane. "No pude evitar buscarte para ver si lo nuestro todavía se puede salvar". Aquel nuevo encuentro en Amberes con su "hermoso mallorquín", agitó de nuevo los sentimientos de la joven. "En secreto tuvimos varias citas, reviví de nuevo el amor y dolor de los recuerdos perdidos". Finalmente el que iba a convertirse en mi marido quiso encontrarse con Gabriel. "Ahora sí que quiero conocer a ese hombre tuyo", me dijo.

"Y así fue como los dos hombres de mi vida se sentaron frente a frente en la misma mesa". Al final del encuentro Gabriel le dijo a Christiane. "Es mejor que te cases con Johan, hacéis una buena pareja y sobre todo quiero que seas feliz", le manifestó. La pareja contrajo matrimonio, de su unión nacieron dos hijos y permaneció unida durante 40 años, hasta que Johan falleció en el año 2005 a consecuencia de un cáncer.

En una de sus últimas cartas, Gabriel escribió a Christiane contándole que había vuelto a recorrer todos paisajes de Mallorca donde fueron felices. Y le dijo que nunca la olvidaría, como ella tampoco lo hizo.

A finales de los años 70 Gabriel tuvo un accidente de coche en Suiza, donde había emigrado para trabajar. A raíz del suceso, el compañero de habitación de Gabriel en el hospital donde fue ingresado encontró su dirección de Bélgica en su cartera y se puso en contacto con para informarle de lo ocurrido. Y Christiane hizo lo propio con la familia de Gabriel en Mallorca vía telegrama.

Tras su recuperación Christiane recibió la última carta de Gabriel sin saber que ya no le escribiría más. Un cambio de dirección del mallorquín acabó con su relación epistolar, lo último que les quedaba. Y ahora Christiane Van Geel, más de sesenta años después del primer encuentro en el Port de Sóller, quiere volver a encontrar al hombre de su vida, a su "hermoso mallorquín".