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Robots

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Estamos llegando a la era en que los robots dejarán de ser un personaje de las películas de ciencia ficción para convertirse en parte crucial de nuestra vida doméstica. De hecho, el avance de la domótica ha llevado a que tengamos ya algo parecido a través de los ingenios que son capaces de recibir nuestras órdenes de palabra y ejecutarlas. Otra cosa son los dolores de cabeza que nos puedan traer los ingenios que nos entienden, como Cortana o, dentro del móvil, Siri, espiando nuestras conversaciones y vendiendo la información sobre nuestros gustos y tendencias a las compañías multinacionales. Pero ni siquiera un móvil inteligente (perdón, smartphone) se acerca a la idea que tenemos de lo que es un robot desde que el novelista Karal Capek inventó el nombre. Dejando de lado maravillas como aquella supercomputadora HAL que incorporó Kubrick a su película 2001, se supone que un robot debe parecerse de alguna manera a nosotros, los humanos en el aspecto físico. E incluso quizá imitar nuestra manera de ser incluyendo, como determinó Isaac Asimov, ciertas reglas morales.

En espera de que además de los asistentes virtuales lleguemos a tener verdaderos androides tan avanzados que seamos incapaces de distinguirlos de los seres humanos, la robótica se interesa por supuesto por la capacidad de las máquinas para llevar a cabo trabajos que son o muy cansados, o molestos, o peligrosos (o todo a la vez). De eso iban desde el inicio los robots de las cadenas de montaje de los automóviles como el primero de ellos, Unimate. Pero parece obvio que si lo que se busca es eficacia carece de sentido tomar el cuerpo humano como modelo para el diseño. Es mejor fijarse en otros organismos capaces de hacer cosas que a nosotros nos son imposibles de ejecutar.

Siguiendo esa idea, el equipo dirigido por Jamie Paik, investigador del Reconfigurable Robotics Laboratory parteneciente al Instituto Federal de Teconología de Lausanne (Confederación Helvética) ha publicado en la revista Nature un trabajo sobre la posibilidad de diseño de máquinas del tamaño de un insecto y capaces de moverse de formas muy diversas, las que los autores denominan "millirobots". La fuente de inspiración de Paik y colaboradores es una hormiga tropical, cualquiera de las del género Odontomachus, que son conocidas como hormigas de mandíbula trampa por la capacidad de cazar a sus presas utilizando las mandíbulas abiertas que se cierran de golpe como si fuesen una ratonera. Pero lo que ha llamado la atención de Paik y colaboradores es la forma de huir a saltos de Odontomachus por medio tanto de sus mandíbulas como de sus piernas alcanzando el récord del reino animal en la velocidad de respuesta.

Un robot hormiga no tiene ni de lejos el atractivo —e incluso la poesía— de los androides de Blade Runner huyendo para salvar sus vidas. Pero me temo que eso, a la industria, le da igual.

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