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Crítica de Teatro

¿Quién teme a la verdad?

Masticar hielo es la feliz combinación entre el riesgo de la puesta en escena y la parte más atrevida y perversa de la esencia que destila un clásico: ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee, todo un maestro. Teatro punky, provocador, experimental en buena medida, que pone a prueba al espectador, que juega con su estómago, sus convenciones y convicciones y, sobre todo, con su capacidad para asumir una 'verdad', o varias, que se va revelando a medida que la trama avanza.

Tras una alocución previa que recuerda que Facebook censuró el cartel del espectáculo por mostrar un culo, la historia arranca entre dos ejes efectivos. Por una parte, la relación tóxica, destructiva, de una pareja joven, burguesa, presuntamente culta y aparentemente inteligente. Por otra, la ridícula impostación, el 'postureo', que suele planear en el mundo del arte contemporáneo. Las patadas en la boca llegan con las frases del primer diálogo - insultos, humillaciones, dominación- y no cesan en los setenta minutos de representación. La guerra doméstica de los anfitriones se abre para dar paso a un combate, algo más que dialéctico, a cuatro bandas cuando entra en escena la pareja invitada - una artista divina, absurda y naif a partes iguales y su novio 'estupendo'-. A partir de ahí, los dardos, las revelaciones, las mentiras, la violencia, el sexo, la desesperación y el delirio a través de unos intérpretes desenvueltos, sin complejos, convincentes, entre los que destaca una Mar Pawlowsky capaz de llenar el escenario con una simple mirada. Un descubrimiento y otro acierto del Teatre del Mar.

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