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Con Ciencia

Robot

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La inteligencia artificial (IA) nació con el objetivo declarado de replicar la inteligencia natural humana a través de las computadoras. Su primera versión no llegó muy lejos, como cabía esperar ante el despropósito de la hipótesis de que semejante cosa —la de emular del pensamiento por medio de una máquina de Turing— fuese viable. Que no lo es queda más que demostrado al ver la potencia computacional necesaria para llevar a cabo uno de los apartados del Human Brain Project europeo, el que pretende reconstruir el funcionamiento de una modesta (en términos comparativos) columna de neuronas piramidales de nuestro cerebro. Pero aquella primera IA dio lugar a resultados tan divertidos como el programa ELIZA, tan simple como genial, que quiere hacerse pasar por un psicoanalista entrevistando a su cliente y donde el cliente es quien utiliza el programa. Como está colgado en Internet, cualquiera puede utilizarlo y reírse un rato.

La segunda promoción, llamémosle así, de la IA se propuso algo con mucho más sentido: utilizar los algoritmos computacionales para ayudar a llevar a cabo tareas digamos lo bastante simples como para que se puedan confiar a una máquina. Aparecieron así los sistemas expertos que han demostrado ser bien útiles en terrenos tan diversos como la medicina o la logística. Llega ahora, por fin, su desarrollo, esa tercera fase en la que los sistemas expertos toman la forma y el nombre de robot. Que la domótica haya llegado a las casas inteligentes o las ciudades de igual denominación es hasta trivial. Pero se anuncian ahora los robots sexuales, y ésas son ya palabras mucho más serias. Baste con acordarse de lo que supone para la red de redes el contenido pornográfico.

Robots sexuales, digamos, ya existían cuando Berlanga filmó su película Grandeur nature con una muñeca hinchable que servía, gracias al talento del director, para mucho más que un alivio instantáneo. Semejantes robots de goma eran un tanto pasivos pero hasta se utilizaron, que yo recuerde, para colarse con una muñeca en el asiento del copiloto en las filas de las autopistas reservadas a los coches de más de un ocupante.

Sin embargo lo que llega ahora es otra cosa. Hasta se celebran convenciones bajo el lema "Love and Sex with Robots". Kate Devlin, organizadora de una de ellas, la celebrada en Londres en 2016, investigadora en IA y, cómo no, experta en robótica, ha publicado un libro que cuenta la historia de los robots como juguetes sexuales sirviendo de hilo conductor de lo que están logrando las computadoras en el terreno de la consciencia.

Incluso la revista Science ha publicado una reseña de su libro que se titula Turned On no sé si como metáfora del deseo o como descripción de lo más elemental que existe en una máquina. En breve los chismes así estarán a la venta. En mi opinión, si alguien cree que podrán superar lo que significa la Lolita de Nabokov, se equivoca.

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