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A Tiro

El tema del que nadie quiere hablar

El texto gustará más o menos, se le podrán hacer enmiendas, críticas, ensabonades o no, pero se agradece la irrupción de panfletos como el publicado por Jaume Munar, El futur. Poesia de la inexperiència, que abren el debate sobre el funcionamiento actual del sistema literario y cultural, estemos de acuerdo o no con su diagnóstico: cuotas de poder, clientelismo, lobbies, élites extractivas... ¿Por qué sólo se comentan sotto voce estas cuestiones cuando afectan al arte? ¿Por qué son verbalizadas con altavoz y normalidad cuando se aplican a la política o la economía? ¿Por qué cuando alguien comete la imprudencia de decirlas en público (sigo en el campo cultural) es acusado de enajenación mental, de resentimiento porque sus proyectos no son premiados o no cuajan o de estar simplemente deposeído de una voz supuestamente autorizada desde la que opinar? Ah, es que en el campo de la cultura sólo pueden opinar algunos.

Cuando preguntas a políticos, gestores culturales, mediadores o artistas si existe realmente el clientelismo (aunque sea de baja intensidad), son mayoría los que lo niegan frente a los micros. Pero es un patrón que se repite con todo el espectro ideológico: derecha, izquierda, centro, nacionalismo, liberalismo... A veces parece que un cambio de persona es suficiente para cambiar el fondo de la política cultural, pero las agendas de los partidos y otros grupos de poder siguen estando en la sombra normalmente en detrimento de la función pública. Recuerdo perfectamente cuando entró Fanny Tur en el Govern. Su discurso en abril de 2017. Los primeros gestos. Una cultura volcada en la ciudadanía, en los equipamientos públicos, en la función pública. Tardaron poco esos cambios y esa línea de actuación anunciada en ser neutralizados ante el clamor corporativo (el ruido en los despachos, en las cúpulas o en alguna noticia en prensa) de los posibles afectados u olvidados. O quizá fue también un ejercicio de ilusionismo de la propia Fanny para entretenernos.

Al poco, Tur explotó el canal de la supuesta participación y también el vínculo entre la cultura y el desarrollo económico a través de subvenciones, diseñadas para que se pueda presentar todo el mundo. El problema es que no se ha podido conseguir que tal distribución de fondos públicos responda a un plan estratégico de interés general. El tema del Museu de Mallorca creo que ha dejado a la consellera más desarmada que nunca.

Preocupa que todos (partidos y sector) miren a la ciudadanía a través de sus propios proyectos corporativos. Puedo comprender que la comunidad cultural precarizada lo haga, pero es inadmisible que se haga desde el poder político o según qué lobbies de prestigio. Si queremos salir de este bucle, el debate sobre el clientelismo en la cultura debe estar en el epicentro. La solución no pasa únicamente por aumentar los presupuestos de cultura, sino por un debate moral: la inteligencia colectiva ha de imponerse al interés particular.

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