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Salud

Los valores

Aún no sabemos cómo manejar la eutanasia y ya asoma otra demanda aún más complicada sobre la que tomar decisiones

Los valores

Una de las preguntas que entretiene mucho la reflexión es qué nos hace humanos. La lengua es el principal candidato, lengua que no lenguaje o capacidad comunicativa. Hay otras características que parecen únicas del humano. Se pueden mencionar: la habilidad para albergar creencias falsas, angustia existencial, teorías de la vida futura, religiosidad, rituales funerarios, comportamientos de riesgo, suicidio y martirio.

No parece que haya otro animal que considere la inmortalidad y que viva como si algo de sí mismo lo fuera. Lo hacen así incluso los que de manera racional no creen en el alma y menos en la vida futura. Tampoco creo que haya animales que tengan idea de la muerte, que se sepan mortales. Todos, instintivamente, evitan la muerte o las situaciones en las que ésta se puede producir, a no ser que no les quede otro remedio. Irán a beber al charco donde les acechan depredadores, pero beber es inmediatamente necesario, ser cazados un azar aún. Ninguno, que sepamos, lo hará por deporte, como lo hacemos nosotros: escalar una pared o descender a una sima submarina. Sabemos que somos mortales, pero habita en nosotros la inmortalidad. Si no, cómo cargar con el peso de ese conocimiento si a la vez que adquirimos la conciencia de finitud no hubiéramos desarrollado una teoría de vida eterna. Aunque sea falsa. Porque, a la vez, tenemos esa magnífica capacidad de engañarnos. Y como ningún otro animal, que sepamos, podemos decidir quitarnos la vida. Hay noticias de perros que se niegan a comer cuando muere su amo y se dejan morir. No buscan la muerte, que no conocen, simplemente, no se acomodan a la nueva situación. El suicidio como un acto voluntario es específicamente humano, como lo es el entregar la vida por una causa, una idea y más específicamente, una esperanza: ganar la vida eterna.

Es famosa la obra de uno de los fundadores de la Sociología, Durkhein, en la que estudió el suicidio. Demostró que los católicos se suicidaban menos y trato de explicar las causas, religiosas, familiares, sociales, en contraste con los protestantes. No importa que tuviera o no razón, que su estudio no hubiera evitado los sesgos que hoy conocemos. Trataba de explicarse un comportamiento contra natura que sólo se podía entender desde el punto de vista de un trastorno: no cabía pensar que una persona sana se pudiera suicidar. Es lo que hoy se llama el suicidio racional.

Según la OMS se suicidan unas 800.000 personas al año, 80% en países de ingresos bajos y medianos. En esos países es la segunda causa de muerte en los jóvenes. Los factores asociados al suicidio son múltiples. El más conocido, la enfermedad mental, especialmente, dependencia de alcohol y depresión. También los momentos de crisis pueden desencadenar ese comportamiento: problemas financieros, rupturas de relaciones, dolores y enfermedades crónicos. O cuando se sufren experiencias relacionadas con conflictos, desastres, violencia, abusos, pérdidas y sensación de aislamiento. Por otra parte, las tasas de suicidio son elevadas entre los grupos vulnerables objeto de discriminación: los refugiados y migrantes; las comunidades indígenas; las personas lesbianas, homosexuales, bisexuales, transexuales, intersexuales, y los reclusos.

En España todo hace pensar que hay un infrarregistro de suicidios por una cuestión cultural. Diferentes investigaciones demostraron que los Institutos Anatómico Forenses registran más casos de los que aparecen en el INE. El INE simplemente recoge el certificado de muerte emitido por un médico. En muchas comunidades autónomas la codificación la realizan expertos de la Consejería de Sanidad, quienes en caso de duda se comunican con el médico certificador. Y si la muerte es violenta, debe comunicarse a la autoridad judicial, quien realizará una investigación. A pesar de todo, hay infrarregistro que puede ser variable dependiendo del lugar y la persona. Con esa reserva, las tasas de suicidio en España son más bajas que la media de Europa.

La mayoría de los suicidios son motivados por situaciones en las que el suicida llega al extremo de no querer vivir más en esas condiciones. Prefiere la muerte, quizá porque así se libera, quizá porque cree, aunque sea un no creyente, que donde habite su yo eterno no sufrirá, porque nuestra vida está transida de inmortalidad. Lo que debe de ser una decisión escalofriante es la del suicidio racional: una persona que decide quitarse la vida porque considera que ya ha vivido bastante o porque percibe que se está instalando en ella un deterioro. Y que sabe que detrás de ese acto esta la nada. Una nada inimaginable, la misma que precedió a su nacimiento.

Los bioeticistas discuten el derecho al suicidio racional. Así se expresa la doctora Davis: "Has completado las cosas que deseabas hacer, las satisfacciones vitales son cada vez menores y las cargas cada vez mayores. En ese momento puede ser racional acabar con la vida. Desgraciadamente en este mundo si no tomas control del final de tu vida puede convertirse en un trayecto contrario a tus deseos". Aún no sabemos cómo manejar la eutanasia y ya asoma otra demanda aún más complicada.

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