El azar o, si se le quiere llamar así, la suerte es un componente esencial de nuestras vidas. Los anglosajones han acuñado un término, serendipity, para nombrar ese golpe afortunado que lleva a que un experimento, un estudio, un trabajo encaminado a lograr ciertos objetivos consiga otros aún mejores.

El mundo de la industria está plagado de serendipia pero en el terreno científico es más raro poder comprobar el golpe de fortuna. No hubo nunca una manzana que le diese su gran idea a Newton. Sin embargo, un ejemplo espléndido de suerte de ese estilo es el protagonizado por Colin D. Donihue, investigador del Department of Organismic and Evolutionary Biology de la universidad de Harvard (Cambridge, Estados Unidos) y sus colaboradores. Se encontraban en unas islas diminutas del archipiélago caribeño de Turcas y Caicos estudiando un lagarto común de esa zona, Anolis scriptus, y, nada más terminar su trabajo, dos huracanes tropicales „Irma y María„ devastaron la zona. El equipo de Donihue se dio cuenta de inmediato de lo que suponía esa catástrofe y volvió a las islas para repetir su estudio en los lagartos que habían sobrevivido a los huracanes. Comparando los resultados de uno y otro trabajo los autores pudieron concluir de qué manera, en cuestión de sólo seis semanas, los cambios en el ecosistema habían forzado la adaptación de los lagartos. Los supervivientes eran distintos en tamaño corporal, longitud relativa de las extremidades y tamaño de las almohadillas de los dedos respecto de los ejemplares de la población anterior al azote de los huracanes. Dicho de otro modo, Donihue y colaboradores se habían tropezado con la oportunidad de comprobar los efectos de la selección natural en un transcurso de tiempo insólito. Lo común es que cambios de ese estilo necesiten de decenas o centenares de miles de años; poder comprobarlos en un mes y medio parece milagroso. La serendipia había dado sus frutos una vez más.

Ese golpe de suerte para la ciencia y, dentro de ella, para la teoría de la evolución ha merecido los honores de un artículo editorial de la revista Nature, la misma que ha publicado el trabajo de Donihue y colaboradores sobre la selección natural en A. scriptus. El editorialista recuerda la predicción que hizo en su día Charles Darwin, el autor, como se sabe, de la teoría de la evolución por selección natural, cuando le enviaron desde Madagascar una orquídea estrella ( Angraecum sesquipedale), cuya flor cuenta con un espolón muy largo, de hasta 30 ó 35 cm, desde el exterior a la base que contiene el néctar. Darwin predijo que existiría un animal con lengua lo bastante larga como para alcanzar ese néctar pero, como dice el editorial de Nature, no se descubrió hasta dos décadas después de la muerte del gran naturalista. Observar cómo actúa la selección natural en tiempo real parecía una quimera. Un golpe de suerte ha permitido que el equipo de Colin Donihue lo haya logrado.