Un verano en "la isla de la calma" puede ser de todo menos calmado. Unas vacaciones en Mallorca suelen ser sinónimo de playa, diversión, desconexión... pero si llegar a la playa es una odisea por la saturación que sufre la isla; si la diversión viene impuesta porque uno vive al lado de un hotel y si tampoco uno puede desconectar porque la hora de la siesta coincide con el fin de las excursiones a bordo de buggies... las vacaciones pueden ser de todo menos relajantes. Pero sí, hay calma en la Mallorca masificada. Aún quedan lugares donde uno se puede bañar en aguas cristalinas, rincones en los que la melodía suele ser obra de la naturaleza y terrazas en las que uno puede disfrutar de una deliciosa comida sin la presión de que hay más comensales a la espera de la mesa. ¿Y dónde están? La mayoría, en casa. No son pocos los residentes que optan por disfrutar de un verano hogareño para evitar agobios.
El rincón de María José Rivero es su casa en el campo en Moscari. Vivía en el "centro del huracán", en Can Picafort. Hoteles, bares de copas, restaurantes y establecimientos de alquiler de vehículos eran sus compañeros vacacionales. "Los de los Buggies tenían abierto de lunes a domingo. A las 7.45 horas de la mañana, me despertaba un ruido espantoso porque sacaban los vehículos. A las 9, empezaban las excursiones y nuevamente estruendo y a las tres, la historia se repetía cuando los visitantes acababan el tour", explica. Otro de los motivos que le hizo cambiar su residencia fija en Can Picafort por Moscari es que vivía en una calle cerca de bares, algo que era sinónimo de tener que soportar borrachos aunque fuera desde casa. Los coches y los continuos atascos fue otro hándicap para cambiar la playa por el campo. "Yo también quería vacaciones", admite.
Ahora en Moscari, el sonido ambiente es obra de la brisa del campo o de las ovejas. "Una basa d'oli",como se dice en mallorquín. "Prefiero una cena con amigos o familia en Moscari antes que irme al infierno, al centro del huracán como son zonas como Can Picafort", sentencia.
En cambio, el rincón de Maria Rosa Cañellas está en una finca de Banyalbufar. "La finca era de mi abuelo y me permite revivir los veranos de cuando era pequeña. Hay menos gente. Y aunque parezca increíble, un sábado puedo ir a la playa y nadar tranquilamente. Eso sí, las calitas donde vamos no son cómodas, cuesta llegar pero es un entorno precioso, único", desvela Cañellas que comenta entre risas que su único fastidio son las medusas.
El de Muí Morey está entre Campos y Sa Ràpita. Y es que esta restauradora ha encontrado "el paraíso" en una antigua vaquería. Es de una amiga y es dónde pasa sus vacaciones de verano junto a sus hijos. Y sí, visitan las preciosas playas que regala el sur mallorquín pero suelen ir a darse un baño a primera hora de la mañana o a última de la tarde. Lecturas, juegos y chapuzones, así son sus días de desconexión. Cuando cae el sol es la hora preferida de Ricard Fernández para coger su coche e irse a Son Serra de Marina a disfrutar de la playa. "Suelo ir a las ocho de la tarde, así puedo disfrutar del mar. Uno acaba adaptándose a estos ritmos", admite. Otros, en cambio, ya han tirado la toalla y sus veranos tienen gusto a agua de piscina. "Hace tres años que no piso la playa. De cada vez es más difícil dar con una playa poco transitada y si das con una, tienes muchas posibilidades de que esté llena de embarcaciones. Es el precio de la masificación turística", explica Joan Toni Artigues. Julia Comino, igual que Artigues tira de las piscinas de sus amistades. Sus hijos, Alberto y Liam se llevan once años y cuenta cómo han cambiado sus veranos. "Con el mayor, cada vez que nos apetecía ir a la playa, nos enfundábamos los bañadores, cogíamos el coche y nos dirigíamos a la playa que más nos apetecía. Ahora ir a la playa, requiere una planificación extrema y una lucha contrarreloj para salir a la hora exacta. Llegar tarde, implica no encontrar aparcamiento o cambiar de playa", lamenta Comino. A su familia le encanta visitar Platges de Muro pero el verano pasado estuvieron una hora encerrados en el coche con un niño de tres años en busca de aparcamiento. "Pero el problema no solo está en el parking. Llegas a las 9 de la mañana pero solo disfrutas de dos hora de playa porque a las 11 llega una barca con decenas de turistas que se pelean para poner las toallas. Si queremos ir a la playa, nos pegamos unos buenos madrugones o directamente desistimos y vamos a las piscinas de amigos".