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Nocturnidad

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Recuerdo una charla que di hace años en un local de restauración del Tibidabo, en Barcelona. Tras la intervención y el coloquio hubo una cena y, al acabar, cuando me estaba yendo, los organizadores me hicieron una pregunta:

— ¿Quieres ver jabalíes?

Por supuesto que quería. Y resultaba muy fácil: por la parte de atrás del restaurante, donde quedaba la cocina con una puerta que daba al monte, se sacaban las basuras. Un grupo de jabalíes, hembras y jabatos casi todos ellos, aguardaba con paciencia el momento de ponerse a hozar entre los desperdicios. Esos suidos habían aprendido que los seres humanos, además de invadir su espacio, desperdiciaban cantidades ingentes de comida. Se sabían la lección y sólo era cosa de aprovecharla.

Fue una suerte para mí porque los jabalíes son animales muy tímidos y escurridizos, difíciles de ver. Pero aquel episodio sólo es un ejemplo más de la manera como estamos alterando las costumbres de la fauna.

Se sabe de sobras que la actividad humana ha ido reduciendo los hábitats disponibles para la vida de los animales aún salvajes, no sometidos a la domesticación ni internados en zoológicos. Hasta un 75% de la superficie terrestre está ocupado —y modificado— por nuestra especie pero, si tenemos en cuenta de que una gran parte de los terrenos aún libres queda o bien en la Antártida o en el norte de Siberia, Groenlandia y Canadá, la magnitud del problema se multiplica.

Faltaba por entender, no obstante, la dimensión temporal de ese abuso humano del ecosistema. Pues bien, Kathlyn Gaynor, investigadora del Department of Environmental Science, Policy, and Management en la universidad de California (Berkeley, Estados Unidos) y sus colaboradores han realizado un meta-análisis de 76 trabajos publicados acerca de cómo la actividad humana restringe la libertad de movimientos de los animales salvajes, obligándoles a cambiar sus hábitos. Se vuelven cada vez más nocturnos. De manera generalizada, más allá de los países y los continentes, Gaynor y colaboradores han hallado una tendencia común de los mamíferos salvajes a adoptar su vida a la noche, con un incremento de la actividad en las horas oscuras que alcanza un 31%.

El problema es muy serio porque, pese a que se intenta la coexistencia entre los humanos y los demás animales, y es una suerte que entendamos que ha de ser así, no nos damos cuenta de la manera como, aun sin matarlos, influimos en sus pautas. Los jabalíes del Tibidabo ya eran nocturnos antes de que los humanos llegásemos allí pero no se alimentaban de las basuras de los restaurantes. Y, por desgracia, ni siquiera sabemos cuáles son las consecuencias a largo plazo de tales cambios de forma de vida que, por nuestra culpa, la fauna salvaje se ve obligada a adoptar.

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