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Con ciencia

Extraterrestres

Extraterrestres

Los ufólogos tienen todo el derecho del mundo a creer que los extraterrestres existen, que nos visitan con cierta frecuencia y que, por razones raras para nosotros, pero que indican un carácter muy diferente al nuestro, se afanan en permanecer inadvertidos en vez de dejar huellas por doquier de su llegada al planeta Tierra. Los ufólogos incluso están legitimados para sostener que hay pruebas del paso de alienígenas por este mundo nuestro. Pero lo que parece obligado es que, cuando esas pruebas demuestran ser falsas, se archive el asunto entero en espera de que aparezcan evidencias más sólidas.

Por desgracia, es raro que suceda eso. Bien al contrario, y con intenciones que cabe atribuir más al negocio que a la posesión de una mente abierta, las pruebas se exageran e incluso se manipulan en beneficio de ciertos programas de televisión, de algunas revistas o de cualquier otro medio capaz de captar la atención de los creyentes en la intuición de Carl Sagan —hay vida extraterrestre en algún lugar del universo— con intenciones que no excluyen el ganar dinero.

La secuenciación del ADN de la momia de un supuesto alienígena, hallada en la Noria —un pueblo abandonado del desierto de Atacama en Chile— ha dejado claro que se trata de una pobre niña, es decir, de un ser humano que o bien nació muerto o murió poco después, no se sabe si a consecuencia de las secuelas terribles provocadas por un cúmulo de mutaciones que deformaron por completo su cuerpo. Es del todo comprensible que quienes descubrieron y, en un principio, explotaron el hallazgo —al que llamaron Ata— defendiesen que se trataba de un ser muy extraño, porque lo es, e incluso que le atribuyesen un origen extraterrestre. Más dudoso resulta que los que compraron la momia y la convirtieron en la estrella de los congresos de ufólogos puedan invocar la atenuante de la buena fe porque ya hace un quinquenio se hizo una primera prueba del ADN de Ata y, salvo que se defienda la hipótesis cogida con alfileres de que los alienígenas como ella comparten su material genético con nosotros, las sospechas estaban servidas. Pero claro es que el hecho de que una niña recién nacida cuente con malformaciones espantosas tiene menos recorrido que el disponer de la momia de un alienígena.

Tal vez la mejor enseñanza que nos puede dejar la historia de Ata es el peligro que se corre al creer con firmeza en algo. Las pruebas de que no se trata de una creencia sino de una realidad no tardan en aparecer, y el interés por someterlas a un escrutinio detallado es nulo. Recuerdo que hace años Jesús Mosterín dio una conferencia en la UIB bajo el título ¿Hay vida extraterrestre?. La charla abordaba los medios con que se cuenta para poder obtener alguna respuesta. Le advertí que la sala se llenaría de ufólogos pero no sirvió de nada. Mosterín creía en la ciencia hasta el extremo de pensar que nadie puede ignorar su poder. Se equivocaba.

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