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Con Ciencia

Supervivencia

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Esta semana he tenido la oportunidad de asistir a una jornada de reflexión organizada por los Amigos de la Real Academia de Ciencias en Madrid en la que María Martinón-Torres, ilustre paleoantropóloga pese a su juventud, y Francisco Ayala, el más grande los biólogos evolucionistas actuales, han debatido acerca del futuro de la humanidad. El problema es harto conocido: somos la especie de mamífero de mayor éxito que existe si éste se mide en términos de eficacia biológica. Nuestra población es gigantesca comparada con la de cualquier otro primate. Hemos extendido nuestra esperanza de vida hasta doblar casi la de los demás simios, chimpancés, gorilas y orangutanes. Mantenemos la fecundidad hasta una edad bien longeva. Pronto alcanzaremos la cifra de 7.500 millones de seres humanos, si no la hemos superado ya. Pero ¿no serán esas evidencias la señal de que nuestra especie puede morir de éxito? Y en caso de que sea así, ¿podría hacer algo la ciencia para evitarlo? Como recordó el profesor Ayala, el 99,99% de todas las especies habidas en el planeta desde que la vida apareció en él se han extinguido ya. A esa certeza se añade el que no existe ninguna ley moral que defienda que una especie tiene derecho a permanecer. La evolución sustituye de forma incesante los grupos de seres vivos, las especies aparecen y desparecen de continuo. ¿Qué le sucederá a la nuestra?

Ayala y Martinón-Torres explicaron cómo la ciencia cuenta con los medios para enmendar muchas de las miserias actuales de la humanidad, desde las enfermedades genéticas o no genéticas a las hambrunas, y cómo los miedos al desarrollo científico y técnico están injustificados. En realidad buena parte de los problemas se deriva de esas creencias irracionales que aplauden la homeopatía y combaten las vacunas. Unos jueces europeos se acaban de apuntar a semejante despropósito sosteniendo que no son precisas las evidencias científicas para tomar una decisión.

Peto tal vez la mayor diferencia que existe, como apuntaron Martinón-Torres y Ayala, es que nuestra especie, Homo sapiens, es la única capaz de entender su propia existencia y plantearse la hipótesis de que puede llegar a desaparecer, para obrar en consecuencia. Otra cosa es —y esto lo añado yo— que a la capacidad de análisis se le una la capacidad de acción. Son muchos, como decía antes, los humanos que no creen que la evolución exista, que siguen pautas religiosas de explicación de la naturaleza y que confían en que sean los dioses los que actúen o, dicho de forma más cínica, que temen que eso suceda pero piensan que nada cabe hacer. La ignorancia es mucho más común y poderosa que la ciencia y, para terminar de cuadrar la situación, quienes más poder tienen son a veces los más ignorantes de todos. Es lo que parece suceder ahora mismo, cuando más importante sería tomar medidas si no queremos que la nueva era geológica, el Antropoceno, acabe muy pronto.

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