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Crítica de cine

No es la economía, estúpidos

El director de este filme, Kleber Filho, tiene fijación por las inercias sociales de su país. Por mucho que las clases medias crezcan, la desconfianza entre ricos y pobres no amaina. A los primeros les siguen enseñando que los pobres han nacido para ser pobres; a los segundos, que los ricos jamás les ayudarán ni aceptarán. Doña Clara es un desarrollo más amable de ese tema. La protagonista (Braga) ha quedado en tierra de nadie. Viuda, madre y abuela, clase media alta, culta, activa, inteligente y economía desahogada. Se crió en un pequeño edificio de apartamentos en primera línea de mar en uno de los barrios acomodados de Recife. El desarrollismo de finales del siglo XX e inicios del presente ha reconvertido esas casas en megatorres de apartamentos. Todos sus vecinos han vendido sus propiedades a una inmobiliaria. Ella se niega a irse porque le tiene cariño a esa casa. Por ello comienza a sufrir el mobbing por parte del niñato, no merece otro adjetivo, ejecutivo de la constructora. El fondo de la historia queda claro. Mantener la integridad moral, no ceder a la tentación del dinero fácil, es más difícil aún que cuidar el físico. La puesta en escena, el desarrollo, son demasiado convencionales. Costumbrismo en el sentido de complacencia, demasiados subrayados, personajes sin apenas matices, buenos, blandos o pérfidos. Además la duración es muy larga y los limitados sucesos que ocurren son deja vu de películas similares ( De repente un extraño); y hay demasiados guiños locales que se escapan a los forasteros. Eso sí, Sonia Braga muestra, tópico pertinente, que la que tuvo, retuvo.

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