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Tribuna

El multimillonario reino de Ivanka

El multimillonario reino de Ivanka

Si hubiese en el mundo un prototipo de megapija neoyorquina, ésa sería Ivanka Trump, que en ­realidad debería ser Ivanka Kushner, su apellido de casada, y el de su familia política, una de las más poderosas de la ciudad de los rascacielos. Ivanka, de 34 años, miembro estelar del equipo de transición de la Casa Blanca, junto a sus hermanos Donald Jr. y Eric y su marido, Jared Kushner, el editor más joven de Manhatan, es una avispada mujer de negocios que empezó como modelo y desde hace años diseña ropa y joyas que se encuentran en la mayor parte de los grandes centros comerciales estadounidenses.

Parte de la prensa americana alerta estos días de la extraordinaria influencia que el matrimonio Kushner ejerce sobre el presidente electo. Es cierto. Hija y yerno han sido determinantes en la estrategia de campaña y ahora lo serán en los siguientes pasos hasta la asunción del cargo, el próximo mes de enero. Lo que ya no está tan claro es qué pasará después. Si Ivana, exesposa de Trump y madre de Ivanka, pide la Embajada en la República Checa, tal vez la joven quiera ser ministra, más bien secretaria de un departamento, según la terminología americana. Comercio le iría como anillo al dedo, o mejor como un brazalete, igual que ése de oro amarillo y brillantes (cruce transgénico entre Bulgari y marca blanca de Neiman Marcus), valorado en 10.000 dólares, que no se ha quitado en toda la campaña. Son las ventajas de ser dueña de una firma (Ivanka Trump Fine Jewelry) que factura cien millones de dólares anuales. Pura calderilla para la niña que se crió en los despachos de la Trump Tower y que a los 8 años aprendió, cuando se divorciaron sus padres, que en la vida es mejor plantar cara que sentarse a llorar en una esquina.

Ivanka, madre de tres hijos, uno de ellos de seis meses, nacido durante la campaña, tuvo que convertirse al judaísmo para casarse. Cuentan en la Gran Manzana que ha sido impagable la labor de Jared, el hijo político, de 35 años, para rebañar voto judíos a Hillary Clinton, que en teoría debería haber pescado en un caladero netamente demócrata. Ivanka será la primera hija judía de un presidente estadounidense.

La niña de los ojos de Trump, que se casó en 2009 en el Club de Golf Nacional Trump, propiedad de su padre, ante quinientos invitados, con un Vera Wang inspirado en el que llevó Grace Kelly, comenzó trabajando como modelo a los 16 años, pero la moda le pareció frívola e insustancial.

Se graduó con magna cum laude en la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania y después se especializó en inversiones inmobiliarias. Consiguió la licencia de la Comisión de Control del Casino para poder trabajar en la división que controla el departamento de casinos del negocio de su padre y después se lanzó a sus propias aventuras. Por eso, y por muchas otras cosas, Donald Trump la admira y la quiere a partes iguales. Dicen en su entorno que es la única a la que siempre coge el teléfono. Fue ella quien presentó a Trump cuando se postuló como candidato. También lo introdujo durante diversos actos políticos, usualmente reservados para la esposa del candidato, en este caso Melania Trump, apartada de las intervenciones públicas por su criticado inglés con acento europeo. Otra ventaja para Ivanka.

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