Diario de Mallorca

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El vestidor

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Domingo, el bautizo

Debe de ser una de las escasísimas artes que no domina. Es doctora (o así) en Biología, posee el don de lenguas, su cuerpo se flexiona cual junto en las asanas del yoga, su registro actoral va de la comedia al drama, escribe guiones, igual dirige que presenta y las coreografías no tienen el menor secreto para ella. Además, está recibiendo clases de sexo tántrico. Pero Ana Obregón pintar, no pinta. No pintaba nada en el bautizo de la hija de Lequio. Lo dijo él, el conde. Y lo refrendó ella. En la boda sí estuvo. No en la primera, claro está, con Antonia, otra que tampoco pintaba nada. En la segunda. Y es curioso, porque poco antes ella misma había dicho que estaba invitadísima de la muerte a la ceremonia del bautismo en Roma, la ciudad eterna, del amor y las siete colinas, pero no sabía si podría acudir. Por problemas de agenda, desde luego. Total, que todos allí en el palazzo de los Torlonia -todos no, sus reales primos no estaban tampoco- menos Antonia y Ana porque familia, dijo el conde, son los hijos. Ana Rosa, que no le da a los pinceles que se sepa, sí que estaba. Y en calidad de madrina. Pero es que hay familia de sangre y familia elegida. Un poco como lo de Rociíto. Y María Teresa.

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Lunes, estrellados

Con todo el cariño, Rappel, no hay que ser vidente para adivinar que, si frecuentas el conocido restaurante madrileño de los huevos estrellados, te acabarás encontrando con el rey emérito. Que el duque consorte viudo no estaría a partir peras con la prole ni se sentaría cada Navidad en la mesa palaciega que otrora ocupaba tras la desaparición de la duquesa. Que Kiko Rivera, que se había iniciado en el mundo runner, no correría el maratón de Nueva York. Que María Teresa y Edmundo arreglarían lo suyo. Que los triunfitos más veteranos sacarían pecho tras el reencuentro y querrían volver a los escenarios, incluso a Eurovisión. Y, si me apuran, incluso que Cristina Pedroche terminaría bautizando unas croquetas deconstruidas o como quiera que las haga su chef. Los huevos estrellados son más un clásico.

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Martes, viva Las Vegas

Aun siendo una muy fan de las bodas en Las Vegas, hay que hacer notar que en la de Cayetano y Eva algo chirría, no encaja. Richard Gere y Cindy Crawford se casaron en Las Vegas. Les pega. Alaska y Mario Vaquerizo. Lo mismo. Britney Spears se casó en Las Vegas, aunque al día siguiente se arrepintió y al otro ya se había divorciado. Pues también es lo suyo. Pero Cayetano y Eva, tan comedidos, tan finos y elegantes siempre, tan en su sitio, a lo loco como Marilyn y Elvis dan cosa. Queda raro, no sé, inquietante. En cambio, de Kiko habría sorprendido menos y sin embargo se casó de chaqué. Claro que ahí la que hubiera sido difícil de ubicar era la madrina. Y sus corales.

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Miércoles, el salvaje oeste

La aventura americana de Carmen la baronesa comenzó cuando no era tal, sino Tita y miss. Allí se casó con Lex Baker, y luego con Espartaco Santoni. Después llegó lo mejor, con Borja y la baronía consorte, sucesivamente y por este orden. Lex Baker fue, sobre todo, Tarzán, pero también cabalgó en algún western. El niño Borja, casi con total seguridad, jugaría a indios y vaqueros en la villa suiza. A Carmen, cuando era Tita y quería ser actriz, sin duda le inspiraba Sarita Montiel y Sarita interpretó a una sioux en Yuma. Total, que a la baronesa viuda, la distinguida Carmen Cervera o Carmen Thyssen del presente, de todo aquello le quedó poso. Por eso ahora, durante la inauguración de una exposición sobre el Lejano Oeste, siente una especie de regresión, se calza botas de cowgirl y baila country tan ricamente. O posa junto a un penacho de plumas, para que no se diga que es más de unos o de otros. Que aquí a todo le sacan lectura política. Y no está la cosa para tensar las relaciones con las autoridades. Con esas asociaciones de ideas subliminales la prensa pregunta, y la baronesa responde, acerca de los problemillas del hijo con Hacienda. ¿Si perderá su cabellera, acaso?

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Jueves, doscientos

Doscientos cafés solos, treinta o cuarenta copas (según), una entrada en la reventa para el reencuentro de OT o dos en buen asiento para la reaparición de Isabel Pantoja, un pack de cremas de Isabel Preysler y otro de Mila Ximénez (por si acaso)... Doscientos euros. Hay quien con eso se tiene que apañar la compra del mes más el alquiler, la luz, el agua y el autobús. Pero no es el caso. Hablamos de estrellas del deporte, la moda y la televisión. Doscientos euros. Es lo que dice Alba que le ofreció Feliciano para liquidar las cuentas comunes y corrientes, para zanjar su breve matrimonio. Doscientos. Y aquí paz y después gloria. Ella pedía 120.000. Igual un malentendido. O un smash.

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Viernes, rencillas

Anda todo el mundo ahí con tacto con el físico de Tamara Falcó y va ella y lo cuenta en portada. Y va Carmen Lomana y, sin paños calientes, no diremos vomita porque la high class no vomita, pero se despacha a gusto. Dice que la figura le viene de familia -de la rama más terrenal, no la de Preysler que tira a incorpórea- y que igual le ha dado mucho a la tarta. De familia parece que vienen esas rencillas que, si no se sacan de los adentros, quedan enquistadas y acaban empozoñándolo todo. Desconocemos el motivo de fricción entre dos mujeres que tienen más en común de lo que piensan. La pronunciación, por ejemplo. Si acaso podríamos referirnos al capítulo en el que a la mayor de ambas se la vio en compañía del muchacho de familia bien que la menor de ellas frecuentaba. Quedó claro, creemos, que era una compañía eventual (de evento). Pero es que con las puyas de Carmen a Isabel madre se podría escribir una antología. Dice el hermano Lomana que ella siempre quiso ser como la filipina. No Imelda, Preysler. Claro que ahí también los había. Reconcomes familiares.

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