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Maltratadas en la adolescencia

"Vivo muerta de miedo"

Tres jóvenes mallorquinas de 17, 18 y 27 años relatan a DIARIO de MALLORCA el infierno que han vivido por culpa de la violencia machista

"Vivo muerta de miedo"

­­"Cuando llegaba a casa pensaba: ´A ver si sobrevivo hoy´. Él no era de pegarme un tortazo y ya. Él ha llegado a partir cargadores de móvil en mi cabeza y me ha tirado sillas. Era una pasada cómo me pegaba. Una vez me dio tal guantazo que llegué a vomitar sangre y me reventó la nariz. Me llamaba guarra y gorda, me decía que se iba a tirar a otra que estuviera más buena que yo y que me iba a enviar al móvil fotos y vídeos de sus polvos". Quien habla es una joven palmesana de 17 años azotada y vapuleada por el maltrato de género que desea permanecer en el anonimato, como las otras dos jóvenes que dan su testimonio a DIARIO de MALLORCA sobre el infierno que tienen o han tenido que pasar por culpa de la violencia machista.

Todas ellas admiten vejaciones por parte de sus parejas, insultos, comentarios ofensivos sobre su físico, control de sus móviles y perfiles en las redes sociales, palizas (en dos casos), lanzamiento de objetos, heridas, agarrones del cuello, tirones del pelo e incluso forzamientos a mantener relaciones sexuales cuando se negaban. También tienen en común haber desarrollado una enorme dependencia emocional hacia sus compañeros y la mala fortuna de haber padecido maltrato no sólo por parte de sus parejas sino también de mano de las nuevas novias de ellos. En cuanto al control del móvil y las redes sociales, admiten que acabaron imitando la conducta de sus chicos.

En estos momentos, las tres jóvenes entrevistadas por este periódico reciben asistencia en el Servicio de Atención Psicológica a Mujeres Víctimas de Violencia de Género del Institut Balear de la Dona, gestionado por la Fundación IReS. La coordinadora de este recurso social, Joana Llobera, desgrana las diversas intervenciones y actuaciones que se llevan a cabo con las mujeres maltratadas. "Primero, tiene lugar una intervención individual con la psicóloga. Luego pasan a la intervención grupal de diez sesiones [responsabilidad de la propia Joana] y a continuación reciben talleres socioeducativos de autoestima, prevención y habilidades sociales, impartidos por la educadora Mariló Molina", señala. "No todas han de pasar por intervención grupal y después los talleres. Es posible que sólo acudan a uno de los dos tipos de intervención o dependiendo de los casos continúan siempre con la atención individual", matiza.

"El objetivo principal de las sesiones grupales [este periódico pudo asistir a una de ellas] es trabajar el ciclo de la violencia de género, la prevención y detección del machismo, aprender a controlar la ansiedad, la dependencia emocional, la culpa, etc. Con una buena cohesión de grupo facilitamos que surjan amistades o se ayuden entre ellas", detalla Llobera. "Al principio, cuesta mucho compartir con un grupo, y algunas abandonan, pero les beneficia mucho asistir a estas sesiones", agrega.

En estos momentos, en el servicio del IB Dona no se atienden a muchas jóvenes, -"una decena", calcula la coordinadora-, "pero sabemos que hay muchas más en situación de maltrato machista", apunta.

"Me daba palizas increíbles, me ha apuntado con un cuchillo y me ha amenazado con quemar la casa"

Las únicas dos parejas que ha tenido la joven de 17 años que ha accedido a hablar con este rotativo la han maltratado. "No he conocido otra cosa en mi vida", confiesa. "Me he criado con mi abuela y, claro, me ha inculcado la idea de que una mujer es para toda la vida y lo aguanta todo. Me han educado a la antigua en realidad", apunta. Su primer novio -empezó con él a los 13 años-, le puso la mano encima a los seis meses de salir juntos. "Me pegaba porque yo le decía que le había visto paseando con la moto con otras chicas". Antes de la violencia física, habían tenido lugar insultos, vejaciones delante de los amigos de él y estrategias de aislamiento. "No aparecía por clase y dejé de hablar con mis padres", relata.

Su segunda pareja "fue peor". "Me daba palizas increíbles. Me ha llegado a apuntar con un cuchillo en el cuello, me ha amenazado con quemar la casa. Incluso prendió fuego a las sábanas consiguiendo que ardiera la habitación", explica. Más de un año con los dos pies en el averno. "Estaba llena de moratones, parecía un dálmata, pero como practicaba deporte de contacto, cosa que al final no me sirvió para hacerle frente, le decía a mi madre que me habían pegado en el gimnasio", relata. "Me ha llegado a secuestrar, en el sentido de que me quitaba las llaves. No me dejaba salir y me pegaba hasta que se cansaba. Tenía que besarle los pies para que me dejara salir de casa", añade. La primera denuncia llegó después de un episodio que se produjo en la calle. "Iba con una amiga y unos chicos pasaron con el coche y empezaron a hablarnos y decirnos cosas. Lo típico. Mi amiga les contestó en cachondeo. Entonces, él se enteró y me dio un tortazo que me desfiguró la cara [enseña las fotos que guarda en su móvil con el rostro hinchado]. Me asusté. Ese día un familiar me obligó a denunciar", desvela. Pero la joven se saltó la orden de alejamiento. "Volví con él. Pensaba que iba a ir bien, pero fue a peor", narra. "Yo sabía que estaba con otras y entonces decidí dejarlo. Pero me decía que si no volvía con él iba a matarme", añade. La ayuda para salir de esta situación la encontró en el colegio. "Mis profesores fueron los que me lo detectaron y me enviaron a la asistenta social. Al principio me enfadé muchísimo. Fue la asistenta la que me derivó aquí. Yo no quería ayuda, en el fondo quería seguir con él, pensaba que algún día iba a cambiar", señala. "Hasta se tatuó mi nombre en grande pero me seguía pegando". Cuando llegó el juicio, la joven explica que "tan sólo le cayó aproximadamente un mes de trabajo para la comunidad por haberme saltado yo la orden y haber retirado la denuncia", desvela. En breve, la joven se enfrentará a otro juicio: "Él también quebrantó la orden y pegó a un familiar mío", asegura. "Tengo el móvil de emergencia, tengo a mi policía asignado. Pero ahora mismo a la calle no salgo sola. Me da pánico encontrármelo. Vivo muerta de miedo. Por eso quiero que lo metan preso. Pero, por otra parte, no me alivia del todo porque me dijo que nada más lo soltaran vendría a por mí para rajarme el cuello", relata. "Sé que me sigue vigilando y que la orden de alejamiento expiró hace varios meses. Si antes no salía sola, ahora mucho menos. Si él ahora se me acerca, yo no puedo hacer nada. ¿A qué están esperando? ¿A que me mate para actuar", continúa. A pesar de la situación, la joven está viendo su futuro mejor de lo que esperaba, "y todo esto gracias a la ayuda que me están brindando aquí [el Servicio de Atención Psicológica]. Estoy sacando buenas notas. Nunca pensaba sacar un diez en mi vida. Y voy a seguir estudiando. Por las tardes he encontrado un trabajo que me servirá para ahorrar y sacarme el carné de coche", explica esperanzada.

"Me llamaba gorda, se avergonzaba de mí y cualquier excusa le bastaba para ponerme la mano encima

"La primera vez que me puso la mano encima fue por otra chica con la que estuvo mientras salía conmigo. Yo vi que él le escribía por el Messenger, luego le escribí yo a ella para reprehenderla y decirle que lo que hacía no estaba bien. Pero él se enteró y se lió una muy grande". La joven que habla ahora tiene 27 años, pero el episodio que relata se produjo hace diez. "Los primeros meses fueron buenos, pero todo empezó a cambiar. Yo antes pesada 15 kilos más y sus amigos me decían que yo no merecía estar con él porque estaba gorda. Entonces, él empezó a verme como me veían los demás. Me menospreciaba, se avergonzaba de mí, me llamaba gorda", narra. "Me machacó la autoestima. Es la única relación que he tenido en mi vida. Si la persona que está contigo no te quiere, tú piensas que no te va a querer nadie más. Y él me lo hacía creer. Imagínate tener al lado a alguien que te está diciendo todo el día que estás loca, que sin él no eres nadie, que tienes suerte de tenerle. Al final te lo crees todo y no eres capaz de dejarle", continúa.

"Ahora mismo no sé exactamente cuántas veces me puso la mano encima, pero fueron muchas. Cualquier motivo le bastaba: porque le apagaba el ordenador, porque no fuera a buscarlo cuando se iba de fiesta, etc. Al principio me pedía perdón después de pegarme. Luego ya no. Al final, ni me dejaba llorar. Me he llevado más tortazos por llorar que por discutir. Es como que le daba rabia verme llorar y era cuando más me machacaba", comenta.

Esta situación la confinó al aislamiento. "Estaba sola, tenía alguna amiga por el Messenger, pero poco más. Siempre iba con mala cara a los sitios. No me apetecía hacer nada después de discutir con él. Abandoné los estudios. No me llevaba bien con nadie de mi familia. Y dejé de ir a las fiestas familiares", relata. "Yo siempre lo justificaba a él, pero llegó un momento en que me trataba mal delante de todo el mundo y la gente lo veía, pero jamás intervinieron. Es ahora cuando me lo dicen, que se daban cuenta de que algo pasaba", apunta. "Las discusiones venían por cualquier cosa: que si la comida se me había pasado, que si no le iba a buscar a las tantas de la mañana después de irse de fiesta. Si no podía ir porque al día siguiente tenía que trabajar, me llamaba hija de puta, eres una zorra. Y escuchaba de fondo en el otro lado de la línea las risas de sus amigos. "Ahora salgo un poco más, estoy mucho mejor, pero me he vuelto cerrada por todo lo que me ha pasado. Antes no podía salir por los sitios donde él iba. Lo tenía prohibido. Y sé que me engañaba con otras. A mí no me ha contagiado una enfermedad porque Dios no ha querido. Porque he tenido que ir muchas veces a urgencias por dolores y picores", continúa. "Desde que empecé a venir aquí, he conseguido decirme cosas bonitas mirándome en el espejo. Ahora me cuido más y tengo ganas de verme bien. Antes no era capaz, sólo veía un monstruo. He estado años queriéndome morir. He llegado a estar a las dos de la mañana en el puente de la autopista queriéndome tirar para abajo", confiesa.

"No me deja salir con nadie ni ponerme bikini; además me vigila el móvil"

"Yo aún sigo con mi pareja. Lo conocí hace cuatro años. Al principio todo era muy bonito hasta el día en que me vio hablando con dos amigos y me pidió si podía dejar de hablarles". Ha tomado la palabra otra joven de 18 años. "Se volvió muy celoso. Me prohibió salir con mis amigas y con mis propios hermanos", relata. "Algunas de mis amistades han dejado de hablarme porque él no me deja verles e incluso cuando se me acerca algún amigo a saludarme cuando estoy con él he de hacerles la cobra para que no me den dos besos", asegura. "Tampoco me deja ponerme en bikini, este verano ya no he ido a la playa", explica. "Cuando voy a verlo a su casa me ignora, no es capaz de venir a hablarme o darme un beso y me da empujones de desprecio. Ha llegado a cogerme el móvil sin que yo lo consienta. Me ha llamado guarra, puta, golfa. También dice que todas mis amigas son unas guarras. Además trata muy mal a su propia madre", añade. "La vez que más se enfadó, me cogió del cuello y me estampó contra la pared. Se puso a llorar, me pidió disculpas pero volvió a hacerlo. En esta ocasión, delante de gente", continúa. "No me atreví a denunciarlo, fue un familiar mío quien lo hizo cuando se enteró". La joven reconoce que sigue con él porque está "enganchada". "Sé que ésta no es manera de vivir", concluye.

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