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Con Ciencia

Conducta prosocial

Conducta prosocial

Existen dos afirmaciones irrebatibles respecto de la especie humana. La primera, que somos miembros del reino animal primates en concreto y, dentro de ese orden, simios; la segunda, que somos unos simios peculiares. Durante nuestra evolución, hace cerca de dos millones y medio de años, un rasgo de conducta nuevo llevó a aquellos humanos de entonces a obtener las primeras herramientas de piedra tallada dando lugar a la aparición de la cultura. En consonancia con los avances culturales sucesivos, el cerebro se expandió y la mente ligada a él fue alcanzando cotas tan altas como las del simbolismo o el lenguaje. Esos cambios anatómicos y culturales hacen que los humanos seamos unos animales a los que resulta difícil aplicar modelos de interpretación de la conducta que funcionan bien en otros seres.

Eso no quiere decir que falten animales capaces de llevar a cabo conductas muy complejas; el propio Darwin se vio incapaz de explicar los por qués de la manera como colaboran los insectos haplodiploides, las hormigas, las termitas, las avispas y las abejas. Forman éstos sociedades muy jerarquizadas con sólidos lazos de conducta prosocial que llevan incluso a dar la vida en defensa de la colonia. Los herederos de Darwin fueron capaces de ofrecer interpretaciones convincentes acerca de la manera como los lazos de parentesco que existen entre los insectos de cada colonia son el fundamento de ese altruismo muy desarrollado. Pero la explicación genética no funciona en el caso de los seres humanos. Nuestra cultura y la historia que se asocia a ella convierten en mucho más elusivos los lazos de prosocialidad.

Benjamin Purzycki, investigador del Centre for Human Evolution, Cognition, and Culture de la universidad de British Columbia (Vancouver, Canadá) y sus colaboradores han propuesto en la revista Nature una explicación interesante acerca de la manera como se crean y mantienen esos lazos que cohesionan nuestras sociedades. Los autores realizaron un estudio del comportamiento en ocho comunidades rurales muy diversas de todo el mundo, con sujetos de distintas creencias religiosas. Purzycki y colaboradores sometieron a esos sujetos (591 en total) a tests conductuales que permiten evaluar el grado de cooperación y la manera como alguien acepta ajustar sus decisiones a reglas imparciales. Pues bien, los resultados obtenidos por los autores indican que los sujetos que creen en un dios omnisciente y capaz de castigar como sucede con quienes siguen las religiones del Libro, judíos, cristianos y musulmanes se muestran más dispuestos a comportarse de forma imparcial respecto de los que tienen otros credos religiosos. Creer en esos dioses fomenta, pues, los lazos prosociales. Por más que el auge del fundamentalismo islámico haga dudar hoy del alcance de esa explicación, no conviene olvidar que la mayoría de los grandes imperios han ido de la mano de la media luna y de la cruz.

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