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Huellas

Huellas

Coincidiendo con el fraude de Piltdwon, ese fósil imposible que aunaba una mandíbula de orangután con un cráneo humano, los antropólogos de la época estamos hablando de las primeras décadas del siglo XX, británicos en su mayor parte, discutían acerca de si los principales impulsos evolutivos hacia la condición humana actual habrían procedido del crecimiento del cerebro o de los cambios en el aparato masticatorio. El "fósil" de Piltdown apuntalaba la idea de los grandes cerebros como causantes de la diferencia humana. Ahora sabemos que no es así pero también hemos comprobado, con gran sorpresa para los no iniciados en la ciencia de la paleoantropología, que en realidad la alternativa entre crecimiento cerebral y cambios en la dieta no lo es, que ambos aspectos están ligados de manera estrecha y que, en cualquier caso, el empujón evolutivo que hizo surgir el linaje humano no guarda relación con ninguno de esos dos rasgos. Tiene que ver con la manera como caminamos.

Será la sorpresa que todavía nos causa el reconocer que somos humanos porque, como rasgo distintivo frente al resto de los simios, somos bípedos, la que lleva a que los hallazgos acerca de cualquier indicio de la locomoción antigua alcancen el rango de noticia en la prensa no especializada. El último ejemplo es el del estudio de las huellas de Ileret (Kenia) que Kevin Hatala, investigador del departamento de Evolución humana en el instituto Max Planck de Leipzig y sus colaboradores han publicado en la revista Scientific Reports.

Las huellas de Ileret fueron halladas hace siete años y su descubrimiento arrojó entonces una verdadera catarata de interpretaciones. Es lógico que sea así porque resulta muy raro disponer de una evidencia fósil no anatómica sino de conducta. Las huellas indican a las claras cómo se camina, al margen de los análisis que se pueda hacer de la morfología de los pies: de manera bípeda, por lo que hace a las de Ileret. Se disponía ya de huellas de marcha bípeda de unos 3,5 millones de años halladas el siglo pasado en Laetoli (Tanzania). Las de Ileret, también en el Valle del Rift, tienen cerca de 1,8 millones de años. Comparando unas y otras cabe detectar un cambio notable en la manera de caminar sobre las extremidades inferiores; una bipedia distinta a la nuestra en Laetoli indica que, a medio camino evolutivo desde que aparecieron los primeros humanos bípedos (humano y bípedo viene a ser lo mismo) hace 7 millones de años, nuestros ancestros caminaban de otra forma. Pero las huellas de Ileret evidencian una manera de caminar semejante a la nuestra.

Los demás indicios, anatómicos en este caso, apuntan en el mismo sentido: nos volvimos bípedos hace 7 m.a. mientras conservábamos rasgos primitivos de nuestra vida en los árboles. Tal y como, por cierto, predijo Darwin. Dicho de otra forma, nos volvimos humanos poco a poco.

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