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Antropoceno

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Una de las noticias más seguidas durante toda esta semana ha sido la de la rotura en dos del glaciar Perito Moreno de la Patagonia. Se sabe porque las ediciones digitales de los diarios registran el número de entradas en cada reportaje. El morbo de ver cómo un glaciar inmenso se parte y se desploma ha llevado a que sean bastantes los curiosos que han pasado días ante el hielo en espera de acontecimientos. Me pregunto cuántos de ellos eran conscientes del papel de los seres humanos en semejantes catástrofes. Porque, como se ha dicho ya hasta la saciedad, que el planeta se caliente y los glaciares se rompan es inevitable -el Perito Moreno lo hace de manera regular- pero es nuestra especie la que está acelerando ese proceso. Por más que haya presidentes en España que lo hayan negado e incluso partidos políticos en masa -el Republicano de los Estados Unidos- que hagan bandera en contra, el calentamiento global del planeta no es una cuestión política sino científica.

También tiene su vertiente científica el impacto que produce la humanidad en la naturaleza; tanto como para que se haya acuñado el término de "Antropoceno" para bautizar la era geológica en la que los humanos o, mejor dicho, nuestra capacidad para alterar los ecosistemas de forma radical, se ha vuelto una de las variables importantes respecto de la evolución de los seres vivos en el planeta. Pero ¿cómo estudiar un proceso que abarca miles y millones de años? Ese problema, el de cómo evaluar „y, de ser posible, aminorar„ el efecto en la evolución de las acciones humanas ha sido abordado por François Sarrazin y Jane Lecomte, investigadores de sendas universidades de París (Paris-6 y Paris-Sud) en la revista Science bajo el título de Evolution in the Anthropocene. Sarrazin y Lecomte están interesados en la manera como se puede medir el impacto a largo plazo de la actividad humana en la naturaleza y no sólo aspectos determinados en el espacio y en el tiempo. Para ello surge la paradoja de tener que definir el "bienestar" -por llamarlo de alguna manera- de las especies no humanas. Es más difícil de lo que parece y los autores recurren a la variable clásica de la eficacia (fitness) biológica que podría ser criticada porque somos precisamente los humanos los que hemos alcanzado la fitness más alta. Y el resultado no puede calificarse de satisfactorio en términos globales.

Al final de cualquiera de estos planteamientos aparecen cuestiones éticas y no sólo científicas. ¿Hay que actuar en favor de la conservación del ecosistema o dejar que la selección natural siga sus pasos? Y si procede actuar, ¿con qué objetivo o valor como meta a seguir? Los autores del estudio de Science dan también una respuesta clásica: hay que intervenir y cuanto antes aunque sólo sea para que las generaciones de nuestros nietos y bisnietos puedan disponer de una naturaleza en condiciones no demasiado alteradas. Cosa que implica no sólo el interés por los otros seres vivos sino también el respeto hacia nosotros mismos.

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