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Crítica de cine

Vidas detenidas

Todos conocemos algún caso cercano de una persona extremadamente solitaria y con escasos recursos, un vecino, un amigo de un amigo o un sin techo de nuestro barrio. Algunos nos hemos preguntado por qué están tan solos, por qué no tienen familiares o amigos en los que apoyarse. Pocos nos hemos planteado qué ocurre cuando su cuerpo dice basta, quién se ocupa de esa gente. Respuesta sencilla y obvia: parte de los impuestos que pagamos van a algunos abnegados funcionarios que se ocupan de ellos.

Still life, el título original del filme, es la expresión inglesa para un bodegón pictórico. Literalmente significa vida detenida y, a la inversa, vida todavía. Uberto Pasolini, sobrino del mítico cineasta italiano, apura mucho el realismo del guión poniendo un funcionario que también se ha detenido, a su manera, en el tiempo. Recuerda en algunos aspectos al Mr. Chance de la película de Hal Ashby. Es una decisión argumental extrema, de verosimilitud forzada, que lleva al espectador hacia la compasión más que a la empatía. Pero al mismo tiempo es coherente, igual que el final, lógico una vez que se supera la sorpresa. La claustrofobia del tema, los monótonos arpegios de la banda sonora, la interpretación -magistral- de Eddie Marsan, o escenas como el repaso del álbum de fotos acogotan, dejan una gran desazón. Y al mismo tiempo logran su objetivo, empujarnos a rumiar por qué esa gente, los descastados y el funcionario, viven tan aislados. Si se podría, si se puede, hacer algo más. O si, son casos perdidos, lobos solitarios o genes autodestructivos, la complejidad de la naturaleza...

Nunca es demasiado tarde

Reino Unido, 88 min.

***½

Director: Uberto Pasolini

Actores: Eddie Marsan, Joanne Frogart, Karen Dury

Cines: CineCiutat

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