La publicación en la revista Nature, recibiendo honores nada menos que de portada, del descubrimiento en los muros de la cueva de Maros (isla de Sulawesi, Indonesia) de dos pinturas figurativas y hasta doce impresiones de manos humanas en negativo (el resultado de poner la mano y colorear el espacio que la circunda) ha levantado una polvareda mediática. Aunque la mayor parte de los titulares se ha referido correctamente a la presencia en Asia de un arte tan antiguo como el de las cuevas europeas con policromías, he podido leer „nada menos que en el diario de mayor tirada de España„ un comentario que dice que las impresiones de manos de Indonesia baten el récord de Europa y ganan por goleada. Serían, según el comentarista, dos mil años más antiguas que las manos, también en negativo, de la cueva de El Castillo en Cantabria.

Hablar de records y de goleadas tiene poco que ver con la ciencia. Peor es, sin embargo, que la noticia se comente de forma como poco dudosa. Obtener la edad de las intrusiones sedimentarias en las cuevas calizas, los espeleotemas, es algo muy complicado; la contextualización de esos sedimentos respecto de las marcas que se puedan hallar en las paredes, aún más. Maxime Aubert, del Centre for Archaeological Science en la universidad de Wollongong (New South Wales, Australia), y sus colaboradores han analizado espeleotemas coralinos depositados sobre las impresiones de las manos de la cueva de Maros „con lo que cabe atribuir a las marcas una edad superior„ obteniendo unas fechas que se remontan a 39.900 años. La edad atribuida a las manos de El Castillo en el estudio minucioso que llevaron a cabo Alistair Pike y colaboradores en 2012 de once cuevas de Cantabria es de 37.700 años. Pero en esa misma cueva de El Castillo hay otros dibujos „discos rojos„ que se remontan a 40.800 años. Hablar pues de victorias y records es ridículo.

Lo que la cueva de Maros ha puesto de manifiesto es que los humanos realizaban las primeras muestras de policromías rupestres en el entorno de los 40.000 años tanto en Europa como en el Sudeste asiático. Un aspecto esencial para entender la forma de trabajar de esos primeros artistas: no dependían de tradiciones particulares ni de influencias tribales. Por razones que se desconocen, no se han hallado en África „cuna de nuestra especie, desde donde se trasladó tanto a Europa como a Asia„ esas mismas muestras de representación simbólica. Pero hay ocre rojo raspado en las cuevas muy antiguas, de cerca de 70.000 años, del Cabo de Buena Esperanza. ¿Comenzaron nuestros primeros padres a pintar las paredes de las cuevas más tarde o no hemos encontrado todavía los equivalentes africanos de Maros y El Castillo? Apostar no es una tarea científica pero, amparado en el propósito divulgativo de esta columna, yo me decantaría por la segunda alternativa. Igual la próxima goleada nos la mete un equipo de artistas de la desembocadura del río Klasies en Sudáfrica.