Banda perfectamente engrasada, repertorio generoso y la ciudad de Granada son algunos de los ingredientes de la gran grabación en vivo que el pasado mes de junio Loquillo lanzó al mercado. Además de la inevitable celebración de sus grandes éxitos históricos, en este doble cedé titulado El creyente se han editado por primera vez en directo temas de sus últimos trabajos de estudio -La nave de los locos-, y su homenaje a los poemas de Luis Alberto de Cuenca. Canciones que Loquillo bordará en el concierto que ofrece el próximo día 19 en Inca. Una mezcla de dignidad, honestidad y rabia hilvana las palabras de Jose María Sanz, quien opina para este diario de música y de España, "un país que ya es hora que alcance la mayoría de edad". Prepara tercera novela sobre Barcelona, cuya entrega sitúa en 2015.

-¿El creyente es un acto de fe en el rock o en usted mismo?

-El creyente es todas esas cosas, un acto de fe en tus propias creencias, en tu forma individual de ver la vida, y eso es algo que se puede aplicar a cualquiera. En lo musical, El creyente viene a reafirmar lo que hasta ahora he hecho, fruto de haber creído en una manera determinada de trabajar y de hacer rock y de defender un oficio subiendo al escenario. Siempre he mantenido una dignidad frente a las circunstancias. El rock, y hoy en día el rap, hablan de las cosas que ocurren y de las que nadie quiere hablar.

-¿Esa manera de trabajar dignamente está en vías de desaparición?

-Cualquier persona que esté con los pies en el suelo ahora mismo tiene que entender que nuestra manera de trabajar es el futuro. En nuestro país, se ha acabado la sinvergonzonería, la desfachatez, los caraduras. Se ha acabado eso de respetar más al chorizo que al que no lo es, de creer más al que miente que al que dice la verdad, es el fin de los que se hacen ricos con el sistema. Ensalzar a los chorizos y no defender a la gente que hace su trabajo dignamente no indica demasiadas cosas positivas de la cultura de nuestro país. Una cultura que no deja de ser la cultura del Siglo de Oro, del Lazarillo de Tormes. Cuando esos canallas se han ventilado la riqueza de una país, espero que el ciudadano empiece a darle más importancia a un médico al que le han recortado que a alguien que sale en un programa de televisión vendiendo su estupidez. Cuando se cambie el chip, y los programas que se vean sean los de cine, música, etc. y no los que se centran en la podredumbre de las personas, igual nos convertimos en un país avanzado.

-¿Y musicalmente?

-Cualquier persona que se suba a un escenario y trabaje con esa dignidad de la que te hablo, es respetable. Sergio Dalma, por ejemplo, que no tiene nada que ver conmigo en cuanto a estilo, es tan profesional como lo pueda ser yo. Lo que se ha terminado es ese artista simplón que a su llegada modificó todo lo que se había conseguido en los 80, todo ese respeto que se le tenía al artista y a los derechos de autor. A raíz de los fenómenos televisivos, las compañías han vuelto a las condiciones que había durante el franquismo, han vuelto los contratos de aquella época. A raíz de esos concursos musicales de la tele, parece también que los músicos y los artistas somos como monos de circo que no pensamos y no tenemos cultura. Con su irrupción, hemos retrocedido 15 años. Recuperar lo que se había conseguido va a ser difícil. Pero ahora sólo podemos mejorar después de tocar fondo.

-¿En qué momento de su carrera llega este disco?

-El creyente define mi madurez. Aquí ya no hay juventud ni travesía del desierto ni una reconversión o reinvención de personaje. Ésta es mi madurez, es el momento después de 35 años de trayectoria en el que hay que mostrar todo lo aprendido, todos los fracasos y los aciertos.Es como dice Frank Sinatra en la canción That´s life: "He estado arriba y abajo, enfrente y afuera, y hay algo que sé cada vez que descubro que he caído de bruces: me levanto y me reincorporo a la carrera".

-En Línea clara canta que usted milita en la razón del pensamiento ilustrado. En este sentido, ¿se siente muy solo?

-En España han sido barridas tanto la cultura como la intelectualidad de verdad. España no inventó la revolución. Ese hecho histórico no sucedió en este país. Respecto a nuestros vecinos, vamos muy por detrás. En realidad, llevamos 30 años de democracia real, y lo que vivimos ahora es un déjà vu impresionante. Me recuerda a cuando tenía 17 años: un rey, la derecha, la izquierda muy fragmentada, se empezaba a hablar del aborto, de la educación pública, etc. ¡Igual que ahora!

-Su última novela, Barcelona ciudad, acaba en plena Transición y con el 23-F en el último capítulo. ¿Pensaba que este 2014, con la abdicación del rey, iba a darse en el país una segunda transición?

-No. España siempre cambia después de un bombazo, después de un golpe de estado. Y creo que ya va siendo hora de que España sea mayor de edad y que los cambios los decidamos nosotros en las urnas. Si te fijas, es increíble que estemos hablando de esto porque es un debate del siglo XX cuando estamos en el XXI. España es como ese concepto extraído de El Gatopardo de Lampedusa: "Cambiarlo todo para que nada cambie".

-El disco lo grabó en Granada. ¿Es un homenaje a la ciudad?

-Granada es una de las ciudades más importantes en el pop y el rock españoles. Desde los años 50 hasta nuestros días, Granada ha dado bandas definitivas. Después de Barcelona y Barakaldo, era necesario ir al sur. Y no descarto grabar un disco en directo en Latinoamérica.

-Cuando no está con proyecto propio, gusta de colaborar y tocar con otra gente. Ha cantado con Sr Chinarro en Sonorama, con El Columpio Asesino, con Johny Hallyday, con Love of Lesbian y ha hecho conciertos con Leiva y Ariel Rot. ¿Qué significado tienen esas uniones temporales para usted?

-Soy promiscuo, pero no tanto. Para que yo colabore con alguien, tiene que haber una relación personal. No sólo he colaborado con bandas jóvenes, sino también con los mayores. Para mí es muy importante tenerles respeto y muy en cuenta. Yo aprendí lo que era el rock con Los Sírex o Los Salvajes, por ejemplo. Y creo que la antigüedad es un grado. A la hora de elegir colaboradores, prima la coherencia personal y vital, es decir, su actitud, por encima de la música. Lo que sí te puedo decir es que no me verás nunca con pusilánimes.

-Su tercera novela, ya en camino, ¿también está ambientada en Barcelona?

-Sí. Son narraciones cortas sobre los años 80 construidas a partir de historias y momentos personales cruciales para mí. Narro hechos que reflejan también Barcelona en el momento que la ciudad se convirtió en el Titanic, como escribió Félix de Azúa en un conocidísimo artículo publicado en el 82. En los ochenta y con Jordi Pujol, Barcelona perdió el tren de la modernidad. Fue terrible. Y la cosa sigue igual.