Joan Margarit aparta los demonios del pesimismo en cada frase, en la misma línea de su último poemario, Es perd el senyal, acaso el libro menos amargo de toda su producción. En su senectud lúcida y feliz - "cuando eres viejo ya no temes la muerte"- desliza un particular sentido del humor que no en pocas ocasiones enfoca sobre sí mismo. "No sé si hablo demasiado. Es lo que tenemos los mayores: somos muy habladores", se disculpa con una sonrisa. Y con soltura se lanza a conversar sobre poesía en la librería Jaume de Montsó, horas antes de congregar a los alumnos de un taller de escritura poética. "Será una sesión abierta, quizá recitaré algunos versos. Hablaremos de poesía porque yo no sé hacer otra cosa que poemas", asegura. Un hecho que no es del todo cierto dado que el escritor abrazó la arquitectura desde los 18 años. Tanto le marcó la máxima de su maestro Josep Antoni Coderch -"una casa no puede ser ni suntuosa, ni debe ser construida en vano ni debe ser original"- que la acabó aplicando a su propia obra poética. "Me interesa todo lo que ha habido antes de mí. En este sentido es en el que estoy en contra de la originalidad. Los caballos de Lascaux o los bisontes de Altamira no tienen nada que envidiarle a Picasso, ni en los colores ni en nada", sostiene. "El artista que funciona lo máximo que consigue es poner una pincelada en el gran friso de la historia del arte. Y probablemente el artista ni se enterará de que ello ha sucedido porque ya llevará cien años muerto. Por eso, todos los egos y sus verdades son un cuento chino", considera el Premio Nacional de Poesía, que hoy leerá versos a las 12 horas en el claustro del edificio Ramon Llull de la Universitat de les Illes Balears, en el marco del Festival de Poesia de la Mediterrània, dirigido por el escritor y articulista de este diario Biel Mesquida. Horas después, a las 20, en la librería del Passatge Papa Joan XXIII y de la mano del Círculo de Bellas Artes, ofrecerá otro recital.

Para comprender mejor la concepción que tiene el catalán de la poesía, el autor de Casa de Misericòrdia va liberando pistas por los meandros de su conversación. "La chispa que enciende un poema es siempre la propia subjetividad. Pero no puedo escribir un poema sólo a partir de los elementos de mi historia sino que esos elementos deben ser también los de tu historia y los de la de otros", asegura. En otras palabras: "El poema ha de ser compatible con personas que no conoces pero debe estar hecho a partir del material de la cantera que llevas dentro". "Y si no llegas a los lectores te has de preguntar por qué. Igual es que has escogido mal tanto la situación como las palabras", agrega. "También puede ser porque la poesía no la puede escribir todo el mundo. La poesía no es democrática. El arte no lo es. Pero sí es democrático que todo el mundo la pueda leer", argumenta. "Eso sí, que sea democrática no significa que te la regalen y que no suponga un esfuerzo leerla. Es como escuchar a Bach. Vale la pena aprender a escucharlo para después utilizarlo en el caso de un problema sentimental", matiza.

Mientras la ciencia y sus avances defienden al ser humano de la intemperie material, ¿qué o quién nos defiende de la "intemperie moral"? Para Margarit, son las letras, las humanidades. "Eliminarlas de los estudios es igual de bestia que eliminar la ciencia. Sin ellas estaríamos perdidos en el invierno", concede. Sin embargo, pese a esa remota posibilidad de pérdida, el poeta regresa a la casa del optimismo, un optimismo propio de alguien que ha asumido lo cíclico de la historia y confía mínimamente en la inteligencia y bondad humanas. "Cuando uno es ya mayor, aflora la tendencia a pensar que con uno la civilización se acaba. Y no, perdone, es usted el que está acabando", refiere. "La sociedad siempre me ha desconcertado. No lo estoy más ahora que antes. Pero creo que el ser humano siempre sale adelante. Eso es gracias a la inteligencia de la especie". "Del poder nunca nos libraremos. A lo largo de la historia siempre ha existido un poder que esclaviza a los demás. Cuando éstos son muchos y fuertes llega un momento en que le cortan el cuello al que manda y después vuelven otros al poder que vuelven a esclavizar al resto. Esto se ha repetido una y otra vez. ¿Cómo se rompe el círculo? Con la librería", asegura el poeta, para quien "la libertad es también una librería", tal y como consignó en un poema. "Una persona sin cultura es como un ordenador sin software, una máquina imprevisible, desordenada, la barbarie", asegura.

Poco amigo de la idea romántica del poeta y de la vida bohemia, el catalán defiende que para escribir poemas uno ha de tener vida, experiencias: "Has de tener vida profesional, social, sexual, cultural, hijos, etc. Tu vida ha de ser rica, hay que olvidarse de lo de la marginación romántica", comenta. Cuando unos versos hieren y alcanzan al lector es "porque el poema te ha leído a ti y no tú a él. Sé que lo que explico es algo prácticamente imposible, pero es un poder y una sensación bestial. De ahí que luego afloren las vanidades de los poetas", asegura. Un poder que para Margarit es, de todos modos, limitado. "El poder puede perseguir al poeta porque éste tiene prestigio. Pero también lo tiene el deportista. Lo que pasa es que posiblemente éste no sepa decir nada que duela al poder. El poeta, sí. De todos modos, la única manera en que un poeta puede ser efectivo es haciendo buenos poemas", continúa. "Da igual que sean sociales o no. Para mí, la mejor poesía de Blas de Otero es la que no es social y está recogida en el título Hojas de Madrid con la galerna, publicado por su viuda hace algunos años".

Si hay algo que preocupa al autor y también arquitecto de estos tiempos modernos, es la incesante pérdida de identidad de las personas. "Cuando había artesanos, uno podía decir que era carpintero y hacía una caja de costura porque se la habían encargado; se esmeraba en hacerla bien, ese objeto lo había hecho él y lo dejaba en el mundo. Después se pasó a aquello de ´yo trabajo en la Seat y me ocupo de revisar todos los guardabarros del coche´. Aquello ya no era lo mismo. La gente dice ahora: ´Voy al curro´. Qué significa curro. Quiere decir que no soy nada, no hay ahí ningún tipo de identidad. Ahora se les paga el sueldo mínimo. La gente puede vivir de manera básica. Y luego se les distrae en su tiempo libre con macroconciertos, maratones y sexo. Mira, a mí eso no me interesa. Prefiero la Ilíada y me fío más de la librería", resume. "Creo que a las personas hay que empezar a mirarlas otra vez como personas, con su identidad, sus intereses, sus pensamientos. Eso debe hacerse a partir de la librería", explica Margarit, quien no está más que reclamando un regreso al humanismo. Y al sentido común, un sentido que cree que debe aplicarse inmediatamente al "problema del nacionalismo". "El nacionalismo de ahora proviene sobre todo de un problema con la lengua. Un problema que no tienen los usuarios de lenguas fuertes con muchos millones de hablantes en el mundo. Un problema que ni siquiera se plantean", comenta el Premio Nacional, quien en 2010 fue de las primeras personas en expresar en un lugar público que Cataluña debía salir del estado español. "Quien tiene una lengua potente nunca ha tenido que preocuparse por ella, pero no sólo por ella porque una lengua es una manera de pensar, de estar en el mundo, una identidad, la manera de usarla y de expresarla. Y no entiende qué problema tienes tú, que tienes una lengua que cuando ibas al colegio te enseñaban otra y que cuando ibas por la calle con un amigo algún cargo del régimen te decía ´¿qué ladras? Habla en cristiano´ Eso era agredirte en lo más profundo de tu alma", evoca. Ante esta cuestión, la posibilidad de entendimiento con España siempre está ahí, considera el poeta. Y pone un ejemplo. "Coincidí en Chicago con Javier Rupérez del PP, un político de la derecha civilizada que estuvo un año secuestrado por ETA. Le expliqué todo esto y me dijo que mucha gente no conocía lo que había sucedido y todo lo que suponía una lengua. Que esto debíamos explicarlo bien. Por qué queríamos, por ejemplo, que nuestros hijos estudiaran en catalán. Y volvemos al mismo lugar que he mencionado en toda la entrevista. Me entendí con Rupérez porque él también iba a las librerías", relata. "El problema del nacionalismo es que te respeten el padre, la madre, la lengua, el color de la piel y el lugar de nacimiento", concluye.