La epigenética ha trastocado el modelo simple de relación existente entre herencia y organismo al poner de manifiesto que la actividad de los mecanismos de control puede hacer que en una determinada célula los genes queden silenciados dejando de cumplir su función esencial de síntesis de proteínas. El proceso de silencio tiene lugar en la mayoría de los casos por medio de la metilación, el añadido de un grupo metilo a una de las bases nitrogenadas del gen, la citosina. El resultado práctico es el de una modificación del organismo que puede ser considerable y que no depende en forma estricta de la información genética sino de su desarrollo; algo que ha llevado a proclamar que en realidad Lamarck no se habría equivocado por completo al afirmar que las modificaciones fenotípicas „los "caracteres adquiridos"„ pueden heredarse.

Creo que sepultar a Darwin elevando a Lamarck a los altares es, como poco, prematuro. La cuestión clave consiste en averiguar de qué forma se transmiten los mecanismos de desarrollo genético y mientras ese proceso no quede resuelto apenas podemos decir nada acerca de su relación con la herencia. Pero lo que resulta ya obvio es que, en la especies de reproducción sexual, la hembra pasa a sus descendientes no sólo la mitad de los cromosomas de éstos sino, además, todos los elementos extragenéticos contenidos en el óvulo. Las modificaciones que haya sufrido éste se transmitirán al nuevo ser.

No sabemos „no sé yo, al menos„ cuál es la ligazón que existe entre óvulo y control del desarrollo pero es más que posible que el proceso sea muy complejo, con intervención medioambiental y con sesgos individuales. Entre tanto, la ciencia avanza; tanto como para que David Gokhman, del departamento de genética de la universidad Hebrea de Jerusalén y sus colaboradores hayan publicado en Science el mapa de la metilación en una hembra de neandertal y otra denisovana (la población de las montañas Altair de Siberia de la que sólo se conoce el genoma) de cerca de 50.000 años atrás.

El trabajo de Gokhman y colaboradores ha permitido identificar cerca de 2.000 regiones metiladas de manera diferente en esos ancestros y los humanos actuales. En particular queda afectado un conjunto de genes, HOXD, que interviene en el desarrollo del esqueleto y podría tal vez explicar las diferencias que se dan entre neandertales y humanos modernos en la forma del cuerpo, más robusto y de menor altura en nuestros primos hermanos. Al no contarse con fósiles significativos de los denisovanos, el estudio no ha entrado en la comparación epigenética con nuestra especie. Estamos, pues, frente a una verdadera paradoja. Quizá lleguemos a conocer en bastante detalle qué alteraciones del desarrollo tuvieron esos humanos extraños antes de saber siquiera cuál sería su aspecto real.