Concluido el año del bicentenario de Wagner, es difícil intentar un balance de los acontecimientos conmemorativos. Asistimos en Bayreuth al estreno agridulce de la nueva producción de la Tetralogía, firmada por Frank Castorf con el konzept crítico del comunismo doctrinario que está reapareciendo en Europa, tan distanciado del capitalismo como de los fracasos del llamado "socialismo real". Desmesurado y caricaturesco, no centró el protagonismo de la celebración a escala mundial pero demostró por vez enésima que la música wagneriana puede con todas las probaturas de laboratorio. Siempre merece la pena volver a la pequeña ciudad francona, que garantiza la satisfacción del oído a quienes no soportan la visión escénica y optan por cerrar los ojos.

Del catálogo abrumador del aniversario es justo destacar dos hechos acontecidos en España. Uno es la exposición temporal, en el Museo del Prado, de la colección Das Böse bannt (El mal se desvanece), que reúne los óleos, bocetos, dibujos y esculturas inspirados por Parsifal al artista Rogelio de Egusquiza (1845/1915). Este artista cántabro conoció personalmente a Wagner en 1879 y asistió en 1882 al estreno en Bayreuth de su "festival sagrado". El impacto fue tan profundo que en adelante dedicaría exclusivamente su trabajo a la temática wagneriana. La obra de Egusquiza, uno de los mejores simbolistas españoles, tiene hoy consideración mundial en la iconografía de Wagner. Su manierismo puede gustar más o menos, pero la recomiendo con entusiasmo. El Prado, que tan imaginativa y admirablemente dirige Miguel Zugaza, valoró con pleno acierto su adhesión al bicentenario con esta muestra del único artista español que trató al autor de Parsifal.

El otro acontecimiento es la salida de la traducción española (Akal Música), inmediatamente después de la primera edición alemana, del libro Mi vida con Wagner, de Christian Thielemann. El autor es hoy la más famosa batuta del área germánica, heredero de Karajan y de la gran generación de maestros. Le he escuchado en Bayreuth los cuatro dramas de la Tetralogía y Los maestros cantores de Nüremberg, en Berlín Parsifal y algunos conciertos sinfónicos en su país y en Canarias. Me adhiero sin la menor duda a la nómina de sus admiradores, y más después de leer ese libro que desgrana con profunda cultura, lucidez apasionada y mucha amenidad lo que significa para un artista de primer nivel la interpretación de su genio tutelar, así como el taller técnico y estético que pueden aproximar su música y hacerla amar por cualquier ser humano. Un texto iluminador, traducido con la puntualidad que se reserva a los best-sellers.