He leído una plétora de sesudas opiniones, donde se condena la ausencia del Govern en la ceremonia de entrada de Carme Riera en la Real Academia Española. El consenso se asienta en torno a la hostilidad del ejecutivo balear hacia una de "las dos lenguas que tengo por mías como escritora", o a las prevenciones de la académica mallorquina sobre el TIL. Discrepo de la opinión mayoritaria, porque me niego a ennoblecer a Bauzá y sus cofrades con una postura ideológica. Simplemente, desconocían la naturaleza del acto y su difusión. El círculo adoquinado del Consolat sería incapaz de citar a cinco académicos, por eso el farmacéutico les subió el sueldo al segundo de nombrarlos.

Bauzá es tan patriota que ha sublimado la lengua que sustenta su fanatismo. No quiere imponer el castellano, quiere imponer la ignorancia. A menos idiomas, más fácil será erradicarlos. Así se entiende la campaña contra el catalán de quien sería incapaz de componer diez palabras seguidas en cualquier idioma no gutural. Las almas puras de UPD y colaterales pueden extasiarse ante la cruzada del Govern en pro de la lengua única, hasta que reparen en que el farmacéutico no distingue a Cervantes de Lady Gaga, y se queda por supuesto con la segunda.

Joana Maria Camps fue elegida subconsellera porque entroncaba a la perfección con la incultura del Govern reinante. De hecho, alcanzó su techo intelectual en la presentación junto al titular de Sanidad de un tebeo, que ya ha empezado a leer con fruición. Carme Riera se aleja de los intereses de la presunta consellera, todas esas páginas sin dibujitos. Por lo mismo, es injusto acusar a Bauzá de que su ausencia en la Real Academia Española replantea su españolismo de pandereta. Fue el primer aficionado del España-Bielorrusia, porque considera que la sabiduría debe expresarse a patadas. Su objetivo nunca fue defender la cultura española, sino utilizar el español para agredir a la cultura. Es un programa que garantiza la mayoría absoluta.