Francesca Martí Droplet

Gerhardt Braun Gallery.

Carrer de Sant Feliu, 18. (Palma)

Hasta el 16 de noviembre

Los dioramas y los juguetes ópticos precursores del cinematógrafo alteraron en el siglo XIX la percepción de las imágenes y el concepto de espectáculo. El Diorama era un teatro que conseguía un efecto tridimensional, con la ayuda de la perspectiva y la iluminación. Luego llegó la fotografía, que para la artista Francesca Martí (Sóller, 1967) sigue siendo un instrumento más, para construir sus historias con efecto de realidad.

Con las naturalezas muertas, los artistas del siglo XVII podían elegir libremente los objetos que deseaban pintar y disponerlos en la mesa, tal y como les agradase; los objetos triviales se convertían en imágenes perfectas para un cuadro. La belleza pura del mundo visible, con el uso de texturas, superposiciones y colores fuertes, deliberadamente acrecentados, mostraba otra realidad; artistas como Willem Kalf empezaron a demostrar que el tema de un cuadro era mucho menos importante de lo que se creía.

En este salto de lo emocional al intelectual, y más de tres siglos después, Martí también pretende seducir al espectador con formas parecidas, pero explorando cuestiones básicas sobre la vida, la naturaleza, los sueños, la sexualidad, las interioridades del cuerpo humano; en una suma de mundos diversos e inexplorados, que se ofrecen para elevar nuestro nivel de sensibilidad.

Fotografía, impresiones digitales, collages, pinturas y vídeo-proyecciones sobre pintura, sirven a la artista para alcanzar un nivel más de comunicación; si a esto le añadimos la música y la danza, tenemos otros gestos de vital importancia que no son ni la palabra ni el trazo.

El espacio que ofreció la galería Gerhardt Braun para la instalación, resultó reunir en una nueva área, una proyección de elegante contenido, de forma solvente y con una dramaturgia muy personal. La imagen nos transmitió una mirada efímera, como el salto de plataforma que el atleta realiza con alto grado de precisión, como la que emerge de los frondosos paisajes de Francesca Martí, más cerca del paraíso que de la propia realidad.