Escena exterior. Luz de día. Plano general. Un coche. Un chico se acerca. Una mano intenta abrir la puerta. Plano medio. Cara de fastidio del chico. La puerta no abre. El chico se da media vuelta. Plano medio del cogote seguido por la cámara. Entran en una casa. Habla el chico con los labios apretados, pronunciando tan mal que hay que escribir lo que dice. El coche no cierra, tenéis que cambiar el bombín. Interior. Comedor con chimenea de adorno, fotos enmarcadas de un niño disfrazado con el trajecito y las manos juntas de la primera comunión. Un hombre y una mujer escuchan al que parece ser su hijo. Pues yo tengo que ir a Baena, que he quedado con mi novia y mis amigos, dice el chico enfadado. Le responde la madre pasando un paño sobre la mesa del comedor. Pues si has quedado con tu novia y con tus amigos, lo siento, hoy no hay paga. Hoy no hay paga, insiste. Venga, hombre, responde el hijo. A partir de ahí, la función se desata entre voces, amenazas y malos modos del churumbel, que asegura importarle una mierda que en casa apenas entre dinero, que él quiere sus setenta euros, y que si la madre no tiene dinero "se lo pides al tito Luis". La escena, resumiendo, alcanza el punto de tensión que los guionistas querían alcanzar cuando el chulito amenaza a los padres con, atención, "o me dais el dinero, o no me hago la fístula el día de mañana". Pues no te la hagas, responden casi a coro los padres. ¿Ah, sí?, da vueltas alrededor de la mesa el capullo, "no creo que te dé igual que el único hijo que tenéis no se haga la diálisis, y donde llegue el riñón, llegó". Bah. Calderilla. Hay que apretar más las tuercas. ¿Un golpe, una rotura de puerta, unas miradas torvas, un puñetazo en la mesa, un agarrón a la madre? ¿Y si rompe el móvil? Y así ocurre. Se lo parte en dos.

Mercancía catódica

Nos acaban de hacer el retrato de un tal Alfonso, pero podría ser Juan, Jonatan, Lucía o Soraya, chicos y chicas descarriados que un día fueron unos bebés mofletudos, de risa fácil, a los que se lo dieron todo, sin escatimar caprichos, y sin darse cuenta la familia de que estaba cebando al monstruo que un día, cuando le creciera la barba o las tetas, y volara fuera del nido, reclamaría lo mismo y actuaría como el tirano al que, de bebé, le reían la insolencia, pero con pelos en el sexo se convirtió en ingobernable. Es ahí, justo en ese momento, cuando llega el héroe, el que sabe manejar a ese montón de detrito, el Hermano mayor, Pedro García. Cuatro convierte estos dramas domésticos los viernes por la noche en carne de espectáculo. Y con mucha fortuna. Hermano mayor supera la audiencia media de la cadena. Como negocio es perfecto. Pero me sigo haciendo las preguntas que me hacía en la primera temporada. ¿Cómo es posible que haya gente, por muy desesperada que esté, que acuda a la televisión confiada en que, exponiendo sus miserias, la tele le arregle sus miserias? Y otra cosa. ¿Cómo es posible que esta chusma de programa interese a la audiencia? Esta respuesta es más fácil. Todos llevamos un cotilla dentro, a todos nos gusta ver sin ser vistos, asomarnos a la casa ajena para ver si son tan limpios o tan rectos como pregonan. Hermano mayor convierte lo que toca en una vergonzante galería de chamuscados miembros que se suman al resto de friquis que cuelgan en las paredes de Cuatro, sean gitanos, madres en busca de novios para sus hijos, sea el dúo conocido como Los Manolos -Manu Carreño y Manolo Lama, que se tiran una hora hablando de furgo a las tres de la tarde-, o sean Íker Jiménez y sus ultramundos, o Fran Cuesta y sus animales, todos extremos, todos mercancía banal, carne de televisión de consumo rápido, para usar y tirar.

Real espectadora

Tampoco entiendo, es decir, que lo entiendo todo, que la reina, sí, la reina de España, doña Sofía de Grecia, se pase la tarde en su palacio, quizá recostada como las reinas se recuestan, viendo la tele, y de la programación, lo que la majestad elige es el programa caritativo de La 1, el Entre todos de la heroína Toñi Moreno, ya saben, ese programa que no analiza las causas de la pobreza, denuncia a sus culpables, ni fomenta la protesta indignada sino que, válgame el cielo, acepta con resignación lo que el programa interpreta como mala suerte, pero no como una injusticia debido a culpables a los que podemos señalar con los dedos, y nos faltarían manos. Pues sí, la reina de España, si la tarde no es tarde de trabajo, se pone ante la pantalla y, como publicaba Le Figaro sobre el espacio diciendo que es el "programa de los pobres", se emociona debido al espíritu del programa Cepillo Catódico, o sea, ayudar a los pobres. Entendería más que la reina viera, en la intimidad de su saloncito, el Hermano mayor de Cuatro por ver si entendía algo sobre la educación de sus hijos, que sí, que mucho dinero invirtieron, pero Cristina es, por ahora, la que apunta maneras por salir todos los días en la tele sin tener que llamar hija de puta a su madre. Sabemos que Entre todos, con apariencia de programa solidario, también es televisión banal. Ni tener a una espectadora como la reina lo dignifica. Defendió el programa esta semana en el Senado Leopoldo González, presidente de RTVE, argumentando contra quienes dicen que es un programa que juega con el dolor ajeno que "Entre todos es un programa de calidad sin una concepción peyorativa de la caridad". Uno escucha esto y se queda más tranquilo. Claro que peor es la respuesta que da el gerifalte cuando le preguntan por el cambio de hora, rozando las doce de la noche, de Informe Semanal. Qué va, dice Leopoldo, nadie quiere matar a Informe Semanal, sólo hemos dejado sitio para Uno de los nuestros, un programa de entretenimiento para toda la familia. Perfecto. Ahora entiendo a los espectadores de Hermano mayor, de Cuarto Milenio, de Entre todos, o de Uno de los nuestros. Cada espectador se retrata con su elección, pero a veces hay que darle un empujoncito desde los despachos para que vea lo que tiene que ver.

La guinda

Esto es dinero, imbécil

No recuerdo si la frase era así o no. Da igual. Pero los directivos de las privadas seguro que la escupen varias veces al día. Este negocio es dinero, imbécil. Hace unos días se publicaron los balances de cuentas de los grandes emporios. Atresmedia -Antena 3 y La Sexta- ganó 28 millones -500% más-. Mediaset, lo de Paolo Vasile, 22 millones, un 45% menos. Señor Vasile, ¿la mierda va siendo cada vez menos rentable?