Si a usted le preguntasen con qué vuelan las aves, ¿qué diría? La respuesta más común supongo que sería la de que vuelan con las alas. Una interpretación algo más rara, pero bastante lógica para quien tenga aficiones paleontológicas -como es mi caso-, sostendría que la clave del vuelo está en las plumas. Al fin y al cabo han sido los indicios fósiles del plumaje los que han apuntado hacia ciertos dinosaurios, como el Archaeopteryx, como protagonistas del salto evolutivo que condujo a las aves. Pero una investigación de Amy Balanoff, paleontóloga del American Museum of Natural History de Nueva York (Estados Unidos), y sus colaboradores que ha aparecido en la revista Nature pone de manifiesto lo que cualquier especialista habría ya apuntado: las aves vuelan con el cerebro.

Es el tamaño relativo del cerebro respecto del volumen del cuerpo el que indica la diferencia esencial existente entre aves y reptiles. Resulta imposible volar, por razones físicas, salvo que se posean ciertas características relacionadas con el plumaje y los huesos que prestan esa gracilidad esencial manifestada en los pájaros. Los mamíferos que vuelan, los murciélagos, necesitan alas mucho más grandes y una relación extrema entre musculatura y peso, y los que carecen de esas características, como las ardillas voladoras, apenas pueden hacer otra cosa que planear. Pero al margen de las necesidades de un peso limitado las aves disponen de un cerebro grande y complejo, entre seis y once veces más grande en términos relativos que los de otros vertebrados, incluyendo los reptiles. Sólo los mamíferos cuentan con cerebros equivalentes pero por razones adaptativas distintas. A las aves sus grandes cerebros les permiten resolver los problemas de coordinación muscular necesarios para emprender el vuelo y, ya que estamos, ayudan a llevar a cabo la navegación por los aires.

¿Qué tipo de cerebro tenían el Archaeopteryx y demás dinosaurios con plumas? ¿El propio de un reptil, el de un ave o uno intermedio? Se suponía que Archaeopteryx corresponde a la tercera opción; habría superado ya el volumen cerebral de los dinosaurios digamos corrientes. Pero de acuerdo con los resultados obtenidos por Balanoff tras calcular el índice de encefalización „tamaño del cerebro relativo al tamaño del cuerpo„, no es así; el cerebro del Archaeopteryx era incluso más pequeño en términos de encefalización que el de otros dinosaurios alejados de ese camino evolutivo hacia las aves. Es decir, habrían sido bastantes los grandes saurios de la Era Secundaria con cerebros capaces de hacerles volar. Pero no parece que lo hiciesen; carecían de las demás condiciones necesarias para emprender el vuelo. Así que, a la postre, parece que todos los rasgos relacionados con las alas, el peso relativo al tamaño del cuerpo y las plumas se unen al índice de encefalización para permitir la aventura de adentrarse por los aires.