La conducta cooperativa como motor para la evolución de las especies fue uno de los aspectos más problemáticos de la teoría desarrollada por Charles Darwin y sus continuadores hasta que, bien avanzado el siglo XX, la sociobiología pudo explicarla. El problema consiste en que, de acuerdo con el esquema darwiniano, la adaptación al medio ambiente es un asunto propio de cada organismo, así que cabe esperar que sea seleccionado cualquier rasgo que propicie el interés individual. En esas circunstancias, resulta extraño que algunos seres contribuyan a la supervivencia ajena incluso a costa de los recursos propios. Pero la conducta cooperativa es muy común en la naturaleza, desde los insectos sociales a los primates pasando por animales tan alejados entre sí como puedan ser los roedores y las gambas.

Al proponer la selección de parentesco, William Hamilton resolvió el enigma. Aunque fuese a costa de cambiar la unidad de selección ideada por Darwin -el individuo- trasladándola al gen. Son los alelos, en realidad, los que compiten por perpetuarse generación tras generación. No todo el mundo entiende el alcance de ese modelo. Hace tres o cuatro años, uno de los participantes en un coloquio sobre filosofía de la biología -mexicano, por más señas- dijo en público que no era posible que la selección natural actuase sobre los genes. Doy fe de que es así porque yo estaba presente. Pero por más que se deba ignorar casi todo acerca de los procesos biológicos hoy vigentes para sostener cosas así, lo cierto es que nos resulta incómodo pensar en un mundo en el que las bacterias, e incluso los virus, "cooperen".

Un artículo publicado en la revista Nature por Nllesh Vaidya, del departamento de Química de la Portland State University (Estados Unidos), y sus colaboradores ha dado una vuelta más de tuerca a la cooperación. Los autores sostienen que, en el llamado "mundo RNA" -el que precedió a la aparición de la vida tal y como la conocemos ahora-, fragmentos del ácido nucleico formaron de manera espontánea redes y ciclos en los que la cooperación fue la clave de su éxito de cara a protegerse de los parásitos moleculares. Eso significa que no sólo los organismos -¿lo es un virus?- pueden "cooperar" sino que también lo hacen las moléculas. O lo hicieron en un tiempo remoto las ribozimas incipientes al promover no sólo su propia replicación sino también la de otros elementos de la red asociada. Es posible que así lograsen nada menos que llegar hasta los polímeros de RNA y DNA que identificamos hoy con los procesos más básicos y profundos de la vida.

Por supuesto que el modelo de Vaidya y colaboradores es eso, un modelo. Pero los mismos investigadores, como recuerda el comentario publicado por Nature, habían descrito previamente ribozimas de bacterias capaces de hacer tales cosas. Al combinar esos elementos, habrá quien piense que el oficio de Vaidya y sus colegas se acerca mucho al de un demiurgo.