Al lado del triple ladrillo de Grey, El código da Vinci es alta literatura. Personajes estereotipados (¿de verdad que un multimillonario de 27 años que larga un contrato para tener sexo duro que incluye revisiones ginecológicas en la primera cita con una virgen veinteañera es el príncipe azul que toda mujer desea?), diálogos inconsistentes, mucho lujo y misterios nada misteriosos pueblan una historia que ha tenido el acierto de epatar quitando hierro a algo que, digo yo, lo tiene por naturaleza: el sadomasoquismo. La diosa que hay en mí (tomo la hiperglucémica frase del libro) seguirá huyendo de los látigos. Y de E.L.James.