Imagínense la historia del arte del siglo XX como un péndulo: en un extremo está el realismo, el figurativismo; en el otro, la abstracción, el rechazo expreso de copiar la realidad. Cada década o generación de artistas ha desarrollado un lenguaje propio haciendo equilibrios entre estos dos conceptos antagónicos en función del contexto histórico y estético reinante. Dando lugar a manifestaciones artísticas más comprometidas frente a otras más escapistas. Para comprender mejor dónde se encuentra ahora mismo el arte contemporáneo, CaixaFòrum Palma propone la exposición Miradas cruzadas -inaugurada ayer-, en la que se contrastan las tensiones entre el realismo y el formalismo en dos etapas distintas del XX: por un lado en los años 50 y 60, y por otro en los 80 y 90. La muestra -112 obras de 37 artistas- bebe de los fondos de la Fundación la Caixa y el MACBA (que juntos conforman una de las mejores colecciones artísticas del país) merced al convenio que ambas instituciones firmaron en 2010.

La comisaria -Nimfa Bisbe en colaboración con Bartomeu Marí- avisa de que el recorrido puede emprenderse tanto por la planta baja (años 80-90) como por la primera (décadas 50-60), siguiendo la vieja fórmula de que el orden de los factores no altera el producto. Así las cosas, Bisbe empieza la visita por las obras más cercanas al presente para terminar con las de los años 60, "un arte más cercano al que se practica actualmente. El artista de ahora se compromete más con el mundo y no intenta evadirse; es más crítico y activista que el de hace 15 años", sostienen tanto Bisbe como el director del MACBA, el ibicenco Bartomeu Marí.

La primera sala que decide comentar la comisaria está centrada en una serie de fotógrafos de los años 80 y 90 que pusieron en práctica una mirada fría y aséptica sobre la realidad, enfocando sobre todo edificios o arquitecturas sin formas de vida a la vista. "A Thomas Struth le interesaba la estructura de la imagen", indica Bisbe. Y en las instantáneas de Thomas Ruff impera el espíritu formalista. "En esta época, predominó el interés por cuestiones relacionadas con la imagen, la forma y la representación, dejando de lado las grandes narraciones o la parte subjetiva del artista. El arte tenía como objetivo construir un modelo iconográfico", asevera la comisaria. La pintura de gran formato ocupa el siguiente recodo, dominado por un colosal lienzo de Anselm Kiefer. "La materia domina la superficie: se pueden distinguir sobre ella bolas de girasoles secos o pipas. Es una pieza con una perspectiva muy acusada de estilo expresionista", apunta. "Tras la muerte de la pintura en los 70, lo que hicieron los pintores de los 80 para revitalizar la disciplina fue reciclar los diferentes estilos que se habían dado a lo largo de la Historia del Arte. Barceló, por ejemplo, recuperó el expresionismo", comenta Bisbe. Junto al kiefer, sobresale una pintura del mallorquín de la época de Mali, una obra figurativa (en la que se representan las piedras del desierto) que juega con la abstracción. Dos cuadros de Sicilia y Juan Uslé dan paso a las fotografías objetivistas de Jean-Marc Bustamante y a una magnífica vista de Tebas de Andreas Gursky. El extremo de la objetualización (meta-arte) lo representa la pieza del postalero de Perejaume. Obra que se mira en el espejo, el cual le devuelve la imagen de las piezas opuestas de la primera planta, de gesto subjetivo y a través de las cuales los artistas transmitieron en los años 50 la angustia de la posguerra. Unas obras que son fruto de la necesidad de construir un nuevo mundo, como ya hiciera Joan Miró, cuyo León pende de las paredes de CaixaFòrum. El espectador se encuentra en esta segunda parte de la muestra pinturas de Tàpies (que emulan la piel de los muros), las rasgadas por Lucio Fontana, o las geometrías abstractas de Palazuelo y Oteiza. Destacan asimismo las fotografías documentales del Raval de Xavier Miserachs o las de Robert Frank, quien hizo clic a una Mallorca preturística.