Brad Pitt: "Hay que mirar los problemas de otra manera"
A sus 48 años, el actor se entrega a su familia, mientras avanza puestos en la carrera de los próximos Oscar
Estrella global, seductor incontestable y dueño de una carrera interesante y un tanto extraña, Brad Pitt convive con su aura de estrella sin perder el norte. A sus 48 años, se entrega con pasión a su familia, el clan más mediático del cine, junto a su esposa, Angelina Jolie, y sus seis hijos, mientras avanza puestos en la carrera de los próximos Oscar. El actor habla al Magazine de sus inquietudes, de lo que entiende por éxito y de su nuevo filme, Moneyball.
Sí, señor Pitt, sí, aquí, aquí ¡Brad! ¡Brad!, ¿Qué piensa sobre China y lo que está sucediendo en Tíbet? –Bueno, me preocupa, claro. Pero, para ser sinceros, ¡a quién le importa lo que yo pueda pensar sobre China y Tíbet! Sólo soy un actor, sabe. Un tipo maduro que va por ahí con la cara maquillada para hacer su trabajo…
Brad Pitt es una de las luminarias del cine de Hollywood, estrella incontestable que sabe lo que es bregar con la fama. Pero la fama no le enturbia la mente. Está acostumbrado. "No necesito que la gente me conozca; yo mismo no sabía nada de mis actores favoritos… hasta que los conocí personalmente", decía Pitt hace años para Rolling Stone. Y sin embargo, él mismo lleva más de dos décadas montado en esa montaña rusa.
Cuando Pitt entra en la habitación, uno se entera. El aura de estrella lo rodea, y su carisma no permite indiferentes. La cámara lo adora; sobre todo, cuando sonríe. A su lado cualquiera resulta tan atractivo como una coliflor, constata un divertido colega argentino durante la presentación de su último filme, Moneyball. Seductor, sin duda, y con una carrera peculiar: impresionante, esquinada, muy interesante, pero definitivamente rara...
Empezó a ser conocido con apenas quince minutos de pantalla, dejando su huella imborrable en Thelma & Louise (1991), donde encarnaba a un joven simpático y seductor, un irresistible y adorable canalla. Desde entonces, los fotógrafos, las persecuciones y el cotilleo han continuado fieles a su persona, especialmente cuando del brazo se le colgaba Juliette Lewis, su primera novia famosa, hasta que la cienciología los separó. Luego entró en su vida Gwyneth Paltrow, con la que estuvo a punto de casarse, y más tarde Jennifer Aniston, la eterna novia de América, con la que sí hubo boda.
Hasta llegar a su apasionada historia de amor con Angelina Jolie, tan famosa o más que él en la prensa del corazón. Fue su compañera de rodaje en El Sr. y la Sr. Smith (2005), donde dicen que todo comenzó, y desde entonces el interés que despierta su relación mutua no disminuye: al contrario, se ha acrecentado con los seis hijos que tienen en común, suyos y adoptados, que los convierte, como familia, en un auténtico clan de famosos.
Por el tipo de filmes en los que ha participado, Pitt parece un voluntarioso actor de reparto atrapado en el cuerpo de una estrella. No le importa participar en proyectos corales, como los Ocean´s Eleven junto a George Clooney. Nunca ha estado obsesionado por ofrecer el mejor perfil. Al contrario; parece que disfruta mientras se lo destrozan, como si quisiera dejar de ser el más guapo. Sólo cabe recordar cómo le zurran en Seven (1995), en El club de la lucha (1999) y sobre todo en Snatch (2000), a las órdenes de Guy Ritchie.
Al solicitarle una película especialmente importante para él, remite a la meditabunda y por momentos cansina El asesinato de Jesse James... (2005), donde dejó atrás esa inquietud por sí mismo y empezó a mostrar el filo de una estrella en plenitud de sus facultades. Ahora, a sus 48 años, ha sido nombrado un par de veces el hombre más sexy del planeta, pero este 2012 puede que logre al fin otro trofeo mucho más codiciado: el Oscar, para el que ya ha sido nominado en dos ocasiones.
Su último estreno, Moneyball, a punto de llegar a España, es el que podría proporcionarle la ansiada estatuilla. "Siempre es divertido que suene el nombre de uno para los premios; mucho más divertido que quedarse en casa viendo la ceremonia", bromea. "Pero lo que en realidad importa son las victorias íntimas; esos triunfos callados, de los que los demás no saben nada", sentencia, mientras la charla gira sobre el ganar y el perder, la recompensa del triunfo y las enseñanzas del fracaso, esenciales para entender Moneyball.
La película trata sobre béisbol, dice Pitt, si uno vive en Estados Unidos (o en Japón). Y al mismo tiempo, es una jugosa metáfora de muchas otras cosas, especialmente si se vive en Europa y otros lugares donde ese deporte no significa nada, bromea. En ese momento, junto a Brad, los periodistas que escuchan sus palabras están de acuerdo. Quizá por el tan cacareado síndrome de Estocolmo, pero parecen seguros de que el actor estará entre los nominados, y quizá por partida doble. Por Moneyball, claro. Y también por El árbol de la vida, su otra gran película de la temporada, una compleja aproximación al misterio de la existencia; compleja, ambiciosa y, para algunos, excesivamente pretenciosa. De un honradez desarmante, no obstante. Sin asomo de cinismo. Rodada por Pitt a las ordenes del elusivo Terrence Malick.
De El árbol de la vida ya se ha hablado hasta la saciedad. De cómo en ella se complementaron su visión agnóstica de la vida y la panteísta del director. De su trabajo como padre de la familia, en el filme: un padre "como debía ser" en los años cincuenta. Y de "lo fácil" que es trabajar con Malick.
Ahora toca hablar de Moneyball, una película de béisbol, que llegará a España pocos días después de que la Academia de Hollywood haya hecho públicas sus candidaturas (el próximo 29 de enero) a las codiciadas estatuillas. Dirigida por Bennett Miller, el director de Capote. El filme, basado en hechos reales, trata de un tipo llamado Billy Beane (Brad Pitt) al que, en realidad, no le gusta el deporte. Beane es el mánager general, quien manda por detrás del propietario de los Atletics, un club al que intenta convertir en campeón superando la barrera del dinero.
Para hacerse una idea de qué tipo de club se trata, lo mejor es emplear las propias palabras del personaje de Pitt: "Están los clubs ricos. Luego están los clubs pobres. Luego vienen treinta metros de mierda, y luego venimos nosotros", dice en un momento del filme. Mientras habla, el actor está tranquilo y sonriente (pero sin exagerar), atento a lo que pasa. Con la mirada afilada. Como su personaje. Parece como si oyera las preguntas por primera vez, y se toma su tiempo para responder…
–Para los no iniciados en esto del béisbol, ¿por qué cree que hay que ver esta película?
–Bueno, no es sólo una película de béisbol. Yo mismo no tengo interés por el béisbol más que tirar algunas bolas con mis hijos desde que, en el instituto, me arrearon un pelotazo que me costó 18 puntos y esta cicatriz (y Pitt se señala una zona indeterminada entre la boca y la nariz). Es la historia de una persona que intenta entender cuál es su verdadero lugar en el mundo. Y que se cuestiona, como muchos hacemos, qué haría o dejaría de hacer si la vida le brindara una segunda oportunidad. Es una historia de cambio. De cómo afrontar nuevas situaciones. Una metáfora de algo más profundo que el mero juego…
–Una metáfora para estos tiempos de crisis…
–¿De qué crisis hablamos? A mí se me ocurren dieciocho tipos diferentes de crisis, desde la económica a la crisis de los valores, pasando por la de los combustibles y la ecológica. En ese sentido, lo que hacen los protagonistas del filme es afrontar las viejas convicciones que rodean a una institución nacional como es el béisbol de una forma diferente. Utilizando algo así como lo que yo denomino la "pregunta cuchillo": "Si fuéramos a inventar el béisbol ahora, ¿cómo lo haríamos? ¿Igual? ¿Qué es lo que valoraríamos?". Porque esa pregunta hace tiempo que ha dejado de hacerse, y por lo tanto las respuestas no son las mismas que hace cincuenta años…
–Moneyball predica el cambio, entonces…
–Más que eso; habla de la necesidad de mirar los problemas de otra manera. De transformar el punto de vista para cambiar y, al mismo tiempo, seguir siendo fieles a lo que somos. Y ahí volvemos a la crisis. Pongamos el automóvil como ejemplo: si ahora inventáramos el coche, ¿sería igual? ¿Dependería de un combustible tan comprometido como el petróleo? Seguramente no; querríamos que fuera como esos ordenadores portátiles rápidos, silenciosos, más o menos fiables. Pero, sobre todo, la película habla de los cambios personales: ¿es esto lo que quiero hacer? Si tuviera otra oportunidad, ¿haría lo mismo?
–El triunfo callado, del que antes hablaba…
–Sí. Y también cómo nos valoramos a nosotros mismos y a los demás. ¿Qué significa ganar? ¿Y perder? Unos temas universales, más allá del deporte. Hay victorias jaleadas, como esos Oscar de los que hablábamos. Pero la verdadera victoria suele ser callada, personal, intransferible, y sólo uno mismo puede experimentarla. Ese tipo de victorias es lo que me atrajo de Moneyball.
–Puede hablar de alguna de esas victorias personales suyas…
–Uhmm, no. Porque entonces dejarían de serlo…. Pero puedo explicar una, deportiva, que me impresionó. Fue en los Juegos Olímpicos pasados o en los anteriores, no recuerdo. Una gimnasta, rusa creo. Era la ganadora para todos, la favorita. Pero sufrió un traspiés y cayó de la barra. Sin embargo, se levantó, recompuso la figura e hizo auténtica magia. Y sin embargo, al día siguiente, nadie hablaba de su reacción: sólo de la caída. A eso me refiero con una victoria íntima…
En el cine, Pitt ha sido un loco peligroso en Doce monos, por ejemplo, y mucho más loco, un loco mortífero en Kalifornia. Ha estado más que enfadado, rabioso, en filmes como La sombra del diablo, mientras que en otras películas ha ejercido de discreto y muy callado, como cuando envejece para atrás, rejuveneciendo, en El curioso caso de Benjamin Button. Por ser, ha sido un drogadicto simpático en la inolvidable Amor a quemarropa, escrita por Tarantino, y un héroe mitológico, tan legendario como lo será siempre Aquiles, en Troya.
Papeles variados, inesperados, no le han faltado, no, y Pitt se ha mostrado imprevisible al elegirlos, como si huyera del encasillamiento como alma que lleva el diablo. ¿Ha sido el diablo en el cine? No, pero ha sido un vampiro en Entrevista con el vampiro. Y también la muerte, una muerte encantadora en Conoces a Joe Black…
–¿No ha sido una carrera muy arriesgada la suya?
–¿Arriesgada? No, al menos he sido lo suficientemente listo como para trabajar con directores más inteligentes que yo.
Y ahí recuerda a Fincher, a los Coen, a Tarantino. "No he querido hacer siempre de Cary Grant, y eso que Cary Grant me encanta", dice el actor, al que nadie le pregunta ya nada más sobre China ni Tíbet (vieja pregunta). Ni siquiera sobre Springfield, Misuri, donde vivió su juventud, y de donde partió hacia Hollywood.
Allí encontró, con apenas veinte años, un primer trabajo como actor en la cadena de comida rápida El Pollo Loco. Por nueve dólares la hora lo disfrazaban de gran pollo amarillo y correteaba de un lado para otro en la puerta del restaurante. Y ahora ya habla de retirarse. Pocos días después del encuentro con la prensa anunciaba en la televisión australiana que sería al cumplir 50 años, dentro de dos. Pero antes comentó que todavía le quedaban unas cuantas cosas por hacer en este negocio, y no necesariamente como actor.
- ¿Padre obsesionado? Todo por los hijos
- La paternidad lo ha hecho mejor actor, dice Brad Pitt. La paternidad le ha cambiado las prioridades: "Ahora me importa más mi profesión porque siento que tengo una responsabilidad delante de mis hijos. Y aunque como actor sé que tengo una fecha de caducidad, no sé cuándo, no me gustaría que ninguno de ellos –seis de momento, aunque no descarta que la familia pueda aumentar– vieran una mala película protagonizada por mí o por su madre", comenta.
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