"Las nuevas casas inmensas de Formentor son un horror innecesario"
Mercedes Herrera, empresaria, es una dama de vida fascinante, que comparte por primera vez con DIARIO de MALLORCA desde una tumbona perfectamente dispuesta junto al mar

Mercedes Herrera, en Formentor, ante la bahía más bella del mundo "y las he visto todas". / Esteban Mercer
Esteban Mercer. Palma
Entrar en la casa de Mercedes Herrera, un auténtico icono de Formentor, supone regresar a un mundo y a un estilo de vida donde la exquisitez, el servicio esmerado y las buenas maneras cobran de nuevo sentido. Un lugar sin estridencias, todo naturalidad, pero con un lujo poco conocido en la Europa actual. Mercedes Herrera es una dama de vida fascinante, que comparte por primera vez con DIARIO de MALLORCA desde una tumbona perfectamente dispuesta junto al mar.
—Todo el mundo conoce a la creadora Carolina Herrera, pero el auténtico icono de Venezuela y de Formentor es usted. Diga, ¿quién es Mercedes Herrera de Benacerraf? ¿Quiénes son los Herrera? Dicen que la importante de verdad es usted…
—Soy Herrera de la Sota, pertenezco a una de las estirpes más antiguas y conocidas de Venezuela, descendientes de españoles y alemanes. El nombre de la familia en realidad es Herrera Uslar-Gleichen, una antiquísima y muy noble familia alemana, así que estamos emparentados con los grandes linajes de la nobleza europea. Mi padre era el mayor, y Reinaldo Herrera, el marido de Carolina, es primo hermano mío. Siempre hemos estado muy unidos, como dos hermanos. Le adoro. Mucha gente piensa que Carolina y yo somos hermanas, no me explico por qué.
—Se parecen bastante, incluso en el físico…
—Carolina es más controlada que yo. Ha hecho un trabajo insólito, con una competencia feroz, ha triunfado en Nueva York, la ciudad del éxito, gracias también al apoyo de su marido. Es mucho más fría que yo, pero puede resultar divertidísima. No se altera por nada. Iban a venir para pasar unos días con nosotros pero Reinaldo, su esposo, ha tenido un problema de salud que les obliga a quedarse en Nueva York. Afortunadamente ya se encuentra mejor. Ha sido un gran susto.
—Hábleme de Venezuela y de su mundo.
—Tenemos la casa más antigua de Centro y Sudamérica, la Hacienda La Vega se llama. Nací en esa casa, en un mundo sumamente elegante y restrictivo. Pocas familias nos relacionábamos entre sí, solo entre iguales. Tuve una infancia muy feliz, rodeada de caballos y campo.
—¿Usted es restrictiva? Debe ser difícil en la Venezuela de Chávez.
—Totalmente. Éramos y somos muy conocidos y muy internacionales. Viajamos muchísimo. La Venezuela actual es un desastre. Chávez ha arruinado el país. Nos ha robado a muchas familias, sin ningún derecho ni poder para hacerlo. Nosotros teníamos la finca más grande de Venezuela, cerca del Orinoco. Tenía ciento noventa mil hectáreas y nos la expropió para tenerla abandonada. Con la riqueza que generaba en el país. No se entiende. A mí me rompe por dentro, pero soy una gran luchadora, de siempre. Una rebelde.
—¿Cómo lo enfrentó?
—El primer drama de ese tipo lo viví con doce años. Vino un gobierno que se llamaba Acción Democrática. Confundieron mi casa con la de Alfredo Uslar, una figura muy literaria y conocida en el mundo entero. La saquearon con todo dentro y nos quedamos sin nada. Cuando iba a la iglesia me encontraba con niñas del pueblo luciendo mis vestidos. Fue muy duro, muy peligroso, pero lo superé. Fue mi primer shock.
—¿Ha tenido una vida de novela?
—Sí, de novela, porque he hecho un poco de todo. Me casé con mi marido, Moisés Benacerraf, cosa extrañísima porque fui la primera persona de mi familia que se casaba con un judío. Era inaceptable también para la suya, porque era el mayor y contrajimos matrimonio por la Iglesia católica. Nos casó el arzobispo de Venezuela. Era muy exótico en esos momentos. Mi marido era el hombre más inteligente y culto que he conocido. El más inteligente.
—¿Fue una mujer adelantada a su tiempo?
—Mi marido nunca me frenó. Me dejó hacer televisión, me dejó hacer teatro, doce obras hice. Es mi pasión. Mis padres se escandalizaban, en el Ateneo estaba toda la gran sociedad viéndome, yo tirada en el suelo, interpretando a grandes mujeres. Pero mi marido me apoyaba, nunca se escandalizó. Lo que yo hacía era una provocación total pero me divertía. Siempre he tenido muchas inquietudes culturales. Me gusta escribir poesía, leerla. Todo se lo debo a una profesora vasca que me inculcó el amor a las letras. A los doce años ya escribía obras de teatro y las representábamos en el garaje de mi primo Reinaldo Herrera.
—Bella, elegante y rica. ¿Nunca pensó en Hollywood?
—Nunca me consideré bella. Nunca me dijeron que era guapa. Era pecosa. Mi padre nunca en su vida me dijo "qué bella estás mi amor". Ni el día que me casé. Imagino que eso me hizo mucho bien. Me hizo ser persona y tener personalidad suficiente para hacer cosas que los demás no hacían. Con elegancia, eso sí. Siempre.
—Usted que la vive, ¿qué es la elegancia?
—Se nace con ella, no se fabrica ni con vestidos ni aprendiendo a caminar. Se va purificando, eso sí. Llega un momento en que deja de ser importante porque forma parte de uno. En todas mis casas siempre hemos mantenido las formas. No nos hemos abandonado al dejarse ir que muchos hoy practican olvidando una estilo de vida culturalmente muy importante. En pos de una vulgaridad y de una ligereza que a mí y a mis hijos nos horroriza. Me rebelo, no lo hago, no lo acepto. No tiene ningún sentido.
—¿Nos hemos igualado?
—Es que no somos iguales. Ni usted ni yo ni el otro. Todos tenemos tanto por detrás. genealogía, un adn distinto... El entorno familiar es determinante. Para mí es básico. Hay que protegerse en familia y quererse, porque al querer a tu familia quieres a los demás con sus virtudes y defectos, por encima de las clases pero sin olvidar quienes somos. Además hay que fomentar las diferencias porque resultan enriquecedoras. Hay que ser generoso espontáneamente, a veces basta con solo estar. El que no está no existe. No se trata solo una cuestión de dinero y poder. Es más que eso. La gente en los momentos malos desaparece y es cuando más se la necesita.
—¿Usted lo ha vivido?
—Sí, lo he vivido. Empecé e vivirlo muy jovencita. He perdido a mucha gente querida que me ha enseñado mucho. Mi marido me enseñó lo que era el verdadero amor. Me enseñó a querer. Al perderlo perdí el norte, anduve durante cinco años como una sonámbula. Gracias a Dios que no cometí locuras en ese momento, podría haberme vuelto loca pero no quise. Soy el timón de esta familia y lo seré hasta que muera.
—Es una mujer de mando…
—Sí, cuando me pongo brava me pongo bravísima. Doy miedo.
—¿Cuándo llegó a Formentor?
—Con dieciocho años, con un novio holandés ideal. Estuvimos en el Hotel con mi padre, que viajaba con todo el personal, como se hacía antes. Bueno, yo lo sigo haciendo. El Formentor de entonces era el de la música, el de las grandes noches de gala, el del club de los poetas. Se organizaban fiestas en Cala Murta con unas puestas en escena increíbles; plata, porcelanas, cristalerías exquisitas y el personal uniformado con guantes blancos para servirnos la cena en una calita desierta y junto al mar. Mujeres bellísimas y hombres elegantes, un mundo ya desparecido. Con la muerte de esas personas se acabó y lo que sobró se ha echado por la borda. Pasa lo mismo en todo el mundo. Excepto en Nueva York.
—¿Cuándo compraron Villa Mercedes?
—Cuándo mi padre conoció a Enrique Garriga, en los cincuenta, fue el que construyó muchas de las antiguas casas de Formentor. Era un señor extraordinario. Mi padre decía que cuando él muriera Formentor se hundiría y efectivamente así ha sido. Han venido nuevos, pero nada que ver. La única que recibe bien todavía es mi amiga Liliane Bettencourt, que vive en una casita encaramada entre pinos. Su marido era un gran amigo mío.
—Es una mujer muy interesante su amiga y dueña del imperio L´Oreal ¿Cómo ha vivido su polémica de los últimos años?
—Sí, y muy inteligente. Ahora está, un poco sin memoria. Está aquí hasta finales de agosto pero la última vez que la vi ya no se acordaba de dónde vivía yo. Siento mucho todo lo que ha pasado. Nunca se llevó muy bien con su hija, es muy especial. Quería mucho a sus nietos, pero no se los dejaban ver.
—¿Conoció al famoso fotógrafo? La historia recuerda a la de la duquesa de Alba, que se casará en octubre próximo. Usted está en el mismo nivel social.
—¿Que el famoso fotógrafo? No, no. Lo rechazo totalmente. Me parece un vagabundo, no es un hombre honesto. Si Cayetana se quiere casar allá ella. Yo no lo haría. La duquesa ha sido más libre que yo. Me gusta ella, pero no su voz. Creo mucho en las voces.
—¿Qué significa Formentor en su vida?
—Todo, no hay otra casa que sienta tan mía. Ni en Venezuela, ni en París, ni en Florida. La casa de mi corazón es esta. Aquí quiero pasar mis últimos días en este mundo, como es natural. Volver a Venezuela a vivir me parece complicado. La reconstrucción de ese país tan rico y extraordinario me parece muy difícil. Sería doloroso volver.
—Su mundo inspira algunas novelas de Boris Izaguirre, Venezuela da grandes personajes….
—A mí no me hable de Boris. Era un muchacho muy inteligente y lo mimaron demasiado. Lo endiosaron. Su actitud a mí me parece vulgarísima y yo detesto la vulgaridad. Estuvo en casa y me horrorizó su descaro, su palabrerío, la exhibición vulgar que hace de su homosexualidad, totalmente gratuita. Es demasiado, se puede hacer todo, claro que sí, pero con elegancia.
—¿Cómo ve Formentor hoy?
—A la parte de las nuevas casas, inmensas, la llamamos Costa Rica. Un horror innecesario. Un abuso de lo que ellos llaman riqueza. Cuando has sido alguien toda la vida no hay nada que demostrar. ¡Mármoles en Formentor! Hay que cuidarlo con mimo. Nuestra playa está totalmente intoxicada. Ha sido tal el despilfarro, la falta de cuidado con los anclajes que han acabado con la fauna y la flora marina. Hoy es imposible encontrar una estrella de mar, antes estaba lleno. Es la bahía más bella del mundo y las he visto a todas. Aquí se vive de siempre de forma simple y bella, sin ostentaciones vulgares. Hago una llamada a la protección de la Bahía de Formentor ya.

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