Carlos Fuentes quiso resucitarlos en 2008, pero no pudo ser. Los tiempos eran otros y son otros. ¿Qué sentido podía tener recuperar medio siglo después unos premios que entre varias razones habían nacido para que la edición española saliera de la grisura de la dictadura en aras de jugar en terreno internacional? En el siglo XXI los impedimentos, si acaso, son otros: los económicos. Transcurridos dos años de la frustrada intentona de Fuentes, aún hay quien recuerda para DIARIO de MALLORCA la creación y la concesión de los Premios Formentor, que tal día como hoy cumplen cincuenta años.

Para el escritor y crítico literario Josep Maria Castellet fueron unos galardones "muy importantes" que supusieron la participación de los editores españoles en jurados internacionales. "En aquella época, en los sesenta, en pleno franquismo, quién iba a imaginarse que pudiéramos entrar en el mundo de la edición europea", declara. "Aquello nos proporcionó contratos y contactos que jamás habríamos conseguido", continúa. Y también la ilusión de una España menos menesterosa y cutre.

Al principio, todo fue sobre ruedas. Dos años antes de la creación de los premios, en 1959, Formentor se había tornado un signo literario, una cita de literatura exigente gracias a las Conversaciones Poéticas y al Primer Coloquio Internacional de Novela, "que marcaron el inicio del deshielo y de la apertura cultural española al exterior", escribió en una ocasión Juan Goytisolo. La siguiente labor en aquel ambiente represivo del franquismo era romper el cerco de aislamiento de la edición española. Carlos Barral, con la ayuda de Jaime Salinas (fallecido el pasado enero), sabía que podía conseguirlo convocando unos premios que implicaran a los editores más importantes de Europa.

La presencia de Italo Calvino y la inminencia de un viaje de vacaciones de Giulio Eunadi a España fueron providenciales para la creación del galardón. Otro personaje clave para su gestación fue la escritora Monique Lange, por entonces compañera de Goytisolo y estrecha colaboradora del editor francés Claude Gallimard, que finalmente apoyó la iniciativa.

Fue durante el desarrollo del Segundo Coloquio de Novela, en 1960, cuando los siete magníficos editores Claude Gallimard (Francia), Giulio Eunadi (Italia), George Weidenfeld de Weidenfeld&Nicholson (Inglaterra), Heinrich Ledig-Rowohlt, de Rowohlt Verlag (Alemania), Barney Rosset, de Grove Press (Estados Unidos) y Víctor Seix y Carlos Barral, de Seix Barral (Barcelona), convocaron el premio, cuya sede iba a ser el Hotel Formentor. En la primera edición, se decidió otorgar ex aequo el Premio Internacional de los Editores (éste, a una obra ya publicada) a la trilogía Molloy, Malone meurt y L´innommable de Samuel Beckett y a Ficciones de Jorge Luis Borges, dos perfectos desconocidos hasta entonces. El galardón supuso su consagración urbi et orbi. El Premio Formentor, que reconocía un texto inédito, recayó en Juan García Hortelano por Tormenta de verano, que fue publicada en 13 países y en 11 lenguas.

El editor Mario Muchnick acudió en el 62 a Formentor en compañía de su padre. Guarda recuerdos, y tiene muy claro lo que supusieron esos galardones. "Fueron una bofetada con sal al franquismo. En Mallorca se había reunido la flor y nata de los editores europeos de izquierdas", observa. No faltan anécdotas de aquellos días de juerga y resistencia. De contubernio literario entre saladitos y champán. "Nos servían de todo. A las puertas de la sala recuerdo que había dos grises. Uno le decía al otro: ´Todos éstos son comunistas´. A lo que su compañero le respondía: ´Si ser comunista es esto, a mí también me gustaría serlo´", evoca el editor entre risas. A la península de las letras había acudido un grupo de asesores con cada editor para elegir a los ganadores de los premios. Muchnick rememora con especial cariño al escritor Henry Miller, el de Trópico de cáncer, que venía con Barney Rosset. "Había cogido la cama, pero escuchaba un fastidioso repiqueteo que no me dejaba conciliar el sueño. Bajé a la terraza y me encontré a Henry Miller jugando al pimpón con una asiática despampanante. Me miró y me dijo: ´Tú juegas con el ganador´. Y jugué con él. Me dijo que los tipos que estaban ahí reunidos no tenían ni idea de literatura y que no iban a acertar en la concesión del premio. Recuerdo que él apostaba por John Cowper Powys, un escritor de culto. Y que finalmente se lo dieron a Uwe Johnson, un tipo al que diez años después olvidamos", apunta.

Fue precisamente en 1962 cuando la policía mostró especial interés por asistir a los premios y en interrogar hábilmente a Barral, a Salinas y a Eunadi, además de ordenar a los informadores españoles que abandonaran el hotel –convertido por unos días en "un nido de comunistas"– sin enviar sus crónicas.

Pero los problemas llegaron cuando Einaudi publicó Canti della nuova resistenza spagnola y el Gobierno franquista le declaró persona non grata en España. Los premios no iban a volver a celebrarse en Mallorca, su talismán. Tuvieron que mudarse de una volada a Corfú, a Salzburgo, a Valescure y a Túnez, donde desaparecieron en 1967. Fueron dos años en Mallorca, suficientes para marcar un rumbo en nuestra edición que los mejores (pocos) aún no han abandonado. Dos años que evidenciaron, en palabras de Goytisolo, una verdad: la transición literaria precedió a la política.