En el taller de la plaza de Tagamanent no cabe un alfiler. Una señora entra dubitativa y pregunta si es posible arreglar una cadenita a la que tiene mucho cariño. Horas después, y ya en su pueblo, habla con una amiga sobre el excelente trato recibido y el coste cero de la compostura. Como dice don Pepe, "un cliente satisfecho es un cliente para toda la vida". Esa es su máxima. Don Pepe es José Grau, y la escena tenía lugar en Palma a mediados de los años 50, cuando junto a su socio José Piña trabajaba veinte horas diarias -muchas veces gratis- en la fábrica-joyería a la que bautizaron como Piña Grau, sin más rodeos. Hoy, sesenta años después de madrugones, de noches en vela, de engastados, pulidos, grabados y monturas, el negocio regentado por hijos, sobrinos y nietos de los fundadores conserva el mismo espíritu. Y marcha muy bien, que como están las cosas, no es poco.

Honradez, trabajo bien hecho y buen precio. Don Pepe resume no sin cierta nostalgia la filosofía de la casa, su casa. "Cuando comencé en este mundo no tenía ni idea, pero no me faltaron ganas de aprender. Así que ayudado por mi mujer Concha (hija de joyeros) y por un amigo (y a posteriori socio) que vivía cerca hice casi una carrera. Había gente que no confiaba en mí, pero las críticas me servían de estímulo". Y así, paso a paso, supo la diferencia entre un brillante y un diamante, aprendió a valorar el oro de calidad y conoció cómo escoger siempre la mejor piedra preciosa. Pero sobre todo, se convirtió en el "relations publics" -tal y como apunta su nieto Toni Grau- del negocio. "Llegó un momento en el que me dije: Vamos a tirar la casa por la ventana. Hay que montar una fábrica". La mujer de José Piña, María Durán, casi se desmaya. "¿Pero de dónde vamos a sacar el dinero?", dijo incrédula. "No hace falta. Sólo hay que trabajar bien y ser honrados", respondió Grau.

De la plaza de Tagamanent pasaron a un local de la calle Sant Bartolomé 3 y después ampliaron negocio en el número 7, donde los herederos de Piña Grau continúan con la tradición familiar sesenta años después de aquellos primeros arreglos que no se cobraban.

"No han cambiado tanto las cosas, ni siquiera los clientes. Podemos decir con orgullo que hemos sido cómplices de tres generaciones de mallorquines", explica Carol Fuster, hija de la sobrina de José Piña. A su lado, un no menos joven Toni Grau, da las claves del éxito, "si es que las hay". "Nosotros no hacemos distinciones, ni presumimos de tener una clientela vip. Atendemos con la misma cortesía tanto a una persona que viene a comprar una pulsera de tres euros como a aquella que se va a gastar algunos millones". "Es que nosotros no vendemos zapatos, vendemos ilusión. Detrás de una joya siempre hay una historia personal, y nosotros somos testigos de la vida de nuestros amigos y clientes", añade Fran Mayans, mujer de Joaquín Grau, hijo de don Pepe. Por eso, además de poner al alcance del cliente piezas de joyería de diferentes marcas, Piña Grau también elabora las suyas propias. De ahí que cuenten con un experto equipo de diseño y experimentados gemólogos. "Nuestra recompensa llega cuando el cliente aparece varios días después y nos da las gracias".

Cuando uno ingresa en la familia Piña Grau aprende dos lecciones: la primera se centra en cómo tratar a la persona que entra por la puerta; la segunda se basa en la confidencialidad. Por eso, cuando se les pregunta por aquellos personajes que han comprado en sus diferentes tiendas a lo largo de estos sesenta años no confirman. Pero ya han salido publicados unos cuantos nombres: desde la reina doña Sofía -que tal y como informó el pasado verano este periódico adquirió en el establecimiento situado en la calle Sant Bartolomé 7 varias cruces de Calatrava en plata así como otras piezas de bisutería para regalar a Michelle Obama-, al actor Adam Sandler -que se abasteció en la tienda de la calle Calom-, pasando por Maria Antònia Munar y otras autoridades políticas. Por cierto, que la ex presidenta del Consell y del Parlament compró un cordoncillo mallorquín y unos gemelos con la cruz mallorquina para regalar con motivo del enlace de la infanta Cristina con Iñaki Urdangarín.

Han pasado 60 años, don Pepe, ya jubilado, observa orgulloso desde la puerta de La Fábrica Piña Grau lo logrado. Se señala las manos para demostrar que las horas de trabajo han dejado su huella. Pero a pesar de sus noventa años y de su falta de audición no puede dejar de ser el mejor comercial de su negocio. La experiencia vale más que mil caros cursillos y por eso, cuando algún veterano cliente se acerca para saludarle no puede dejar de aconsejarle lo mejor. Da igual que sea una alianza, una pulsera o un reloj. Él tiene ese don mágico para convencer.