Hace un par de días me llegó un mensaje de Ajit Varki, director del Center for Academic Research and Training in Anthropogeny (CARTA) que mantienen en San Diego la Universidad de California y el Salk Institute. Todas las semanas Varki envía una o dos comunicaciones de interés tanto para cualquier interesado en la ciencia en general como para los miembros de CARTA en particular. Pero, en esta ocasión, se trataba de una noticia triste: la de la muerte de Morris Goodman, el investigador del Center for Molecular Medicine and Genetics de la Wayne State University (Detroit).

La desaparición de un científico de la talla de Goodman habría sido razón suficiente para hacerse eco de ella. Pero se da el caso añadido de que fue uno de los participantes en el simposio que la UIB organizó en el año 2000, un acontecimiento dedicado al estudio de la evolución humana que dio paso a la puesta en marcha en nuestra universidad de un laboratorio específico dentro de ese ámbito investigador. En Palma, Morris Goodman presentó sus propuestas más recientes para poder entender y clasificar a los seres humanos dentro del grupo general que nos ampara, que es el de los simios.

Allá por los años sesenta del siglo pasado, Goodman había puesto patas arriba el sistema clásico de clasificación que separaba a los humanos de los simios agrupando unos y otros en dos familias diferentes. Aplicando técnicas de estudio de las reacciones inmunitarias –las que protegen al organismo ante la presencia de un cuerpo extraño, como pueda ser una bacteria o un virus–, Goodman demostró que la relación evolutiva más estrecha que mantienen los chimpancés se da con los humanos y no con los gorilas, como se creía antes. Dicho de otra forma, orangutanes, gorilas, chimpancés y humanos somos todos simios, junto con los gibones y los siamangos. Fue un primer aldabonazo –al alimón con los trabajos de Sarich y Wilson en California, aparecidos poco más tarde– que fue capaz de anticipar lo que los estudios moleculares indicarían a la postre: compartimos cerca del 98% del genoma con nuestros primos cercanos, los chimpancés comunes y los bonobos. De esa suerte, Morris Goodman y sus colaboradores se convirtió en un paladín de la causa de la "humanización" de los simios, la misma causa que los defensores de los derechos de los animales han retomado.

En el simposio del 2000, Goodman defendió la operación taxonómica que incluiría a los chimpancés en el mismo género nuestro: Homo pan, frente a Homo sapiens. Las razones que llevan a algunos –entre los que me cuento– a oponerse a esa postura no tienen nada que ver con la tendencia humanitaria hacia otros primates. Ni desmerecen en lo más mínimo la talla gigantesca de los trabajos de Goodman. Se trata de un detalle menor dentro de la misma línea: la de seguir avanzando respecto de las impresiones que adelantó Darwin acerca de la condición común de simios y humanos.